Parejas en las que Cupido acertó de lleno
Cuatro matrimonios demuestran que el amor «eterno» existe, por encima de las dificultades propias del paso del tiempo
mónica arrizabalaga
Si el amor es un árbol que hay que regar cada día, el suyo es un robusto roble al que ni el viento ni la tormenta han logrado doblegar. Justo Galindo y Lucía Rodríguez cumplieron el pasado 2 de septiembre ochenta años de matrimonio ... . Se casaron en 1932 y ahora, con 104 y 101 años respectivamente, disfrutan de la compañía de los suyos en el hogar donde han compartido su vida en Valdelacasa de Tajo (Cáceres). Tras años de trabajo para sacar a su familia adelante, él dedicado al trato de ganado y ella al cuidado de la casa, ven juntos crecer a sus 5 nietos y 7 biznietos mientras esperan el nacimiento de la última que viene en camino, que se llamará Lucía, como su bisabuela.
La vida no fue fácil para ellos. Perdieron a dos de sus hijos, uno con apenas 18 meses y otro con 65 años, y pasaron tres años separados. Justo estuvo destinado en África, y después, durante la Guerra Civil, en la frontera con Portugal. «A mí me conoció cuando ya tenía seis meses», relata su hijo Justo, nacido en 1938. Su madre, «que ha tenido siempre un temperamento fuerte... y lo sigue teniendo», atravesó el país con su hijo mayor y con él en plena contienda para que viera a su nuevo retoño. Hoy le fallan las fuerzas, pero hasta los 95 años Lucía cocinaba para los dos. Hoy comen sin ayuda de nadie y «de todo» antes de echarse un rato en su sofá y ver la televisión. No han sido detallistas, «ni de celebrar San Valentín», al menos no lo recuerda su hijo, pero «son un ejemplo para el pueblo».
Dos anillos fundidos
Luis Martín Pindado , en cambio, ha procurado tener un detalle con su mujer cada 14 de febrero. Empezó a regalarle dedales de recuerdo por distintos motivos y hoy tiene cerca de 400. «Mis hijas ahora también se los regalan, pero ella les contesta: “Los dedales los trae tu padre”», comenta.
Mª Ángeles ya conocía la fidelidad de su marido. Durante el año y medio que pasó haciendo la mili en Ceuta, le escribió una carta diaria. «Aún conservo la pluma con la que le escribía, y sigue funcionando», asegura Pindado, presidente de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España . Ella le compensó un buen día de San Valentín, hace 30 años, con un Ibertren, su sueño desde niño, con el que empezó su colección de trenes.
Guardar los detalles ha sido una de las claves para este matrimonio que este año cumple sus bodas de oro. Será el 27 de julio, pero Pindado ya no luce su alianza, ni la que se encargaron al cumplir los 25 años casados. «Vamos a fundir los dos anillos y grabaremos la fecha de las bodas de oro. ¿A que es bonito?», señala mientras recuerda aquellos primeros años en los que compraron el frigorífico a plazos y soñaban con tener un seiscientos. «En 50 años ha habido nubes y días claros, pero si ponemos de nuestra parte somos capaces de salir adelante», añade convencido.
Ellos lo lograron cuando él se vino abajo tras ser prejubilado con 54 años, cuando perdieron a sus padres o cuando ella padeció el síndrome del nido vacío al ver marchar a sus tres hijas de casa. El cariño va cambiando con los años, pero Pindado confiesa que sigue «enamorado» de su mujer, a la que aún ve guapa. «Le digo a veces que sigue teniendo la talla 40, como cuando éramos novios», confiesa antes de ofrecer su «secreto» a las parejas jóvenes: «Que sean muy generosos el uno con el otro, que no pierdan la ilusión y no se falten nunca al respeto».
Conocerse y aceptarse
«El matrimonio se sostiene conociéndose bien, sabiendo que no todo es perfecto y aceptando a la otra persona», a juicio de José Manuel Cervera , secretario de la asociación Abuelas y Abuelos de España, que lleva 49 años casado con María Gil Esteve . «Es mucho más que cohabitar», añade mientras subraya el significado que encierra la palabra consorte («compartir la suerte») o convivir («compartir la vida juntos»). Ellos se conocieron en la universidad y ambos se dedicaron a la Educación, ella como profesora de Ciencias Naturales y él como director de dos colegios y, después, en una empresa de formación de profesores. Por ello, destacan la importancia de estar de acuerdo en la educación de los hijos. Tuvieron cinco, todos con cesárea, «una prueba de amor», asegura.
«Lo malo de la vida es más fácil de olvidar cuando hay cosas buenas que recordar»En ellos no se cumple el tópico de que los cónyuges que llevan mucho juntos se acaban pareciendo. «Mi mujer es más bien callada, no le gusta figurar, y yo siempre he estado en el candelero», afirma. ¿Se llega a cambiar? «Se procura moderar los defectos que uno tiene», añade.
El primer pico de divorcio se atraviesa en los primeros siete años de matrimonio, en los que «hay que dejar que cada uno apriete el tubo de la pasta de dientes por donde quiera», pero una vez superada esa etapa, el camino no está exento de obstáculos. Las parejas que han pasado por ello coinciden: hay que hacer planes juntos, anticiparse a lo que el otro quiere, procurar disfrutar de su compañía, aprovechar los momentos de descanso cuando los niños por fin duermen o durante el fin de semana para serenarse juntos. Y ante las discusiones, que siempre llegan, replican: «Las reconciliaciones son un gran momento». El sexo también va cambiando con los años, pero aseguran que se puede mantener la pasión. «A los 71 años también se puede ser feliz en este aspecto», subraya Cervera.
En su matrimonio los viajes han supuesto siempre un punto de unión. Él tuvo que viajar a América por trabajo en veinte ocasiones y su mujer le acompañó a veces, gracias a la cobertura que les brindaban los padres de ella, que durante diez años vivieron en su casa. «Jamás tuve un roce con mis suegros», defiende José Manuel Cervera. También aprovecharon muchos de sus aniversarios para conocer Italia o Tierra Santa, adonde planean volver en 2014 para celebrar sus bodas de oro. Mientras, intentan mantener la alianza familiar. «Todos los meses nos reunimos los veinte que somos en nuestra casa o en el campo. A los niños hay que dejarlos que pasten», bromea. «Lo malo de la vida es más fácil de olvidar cuando hay cosas buenas que recordar», añade.
Entregados el uno al otro
Con la máxima de enfrentarse a cada día como si fuera el primero, Carmen de Alvear y su marido, Enrique, lograron superar el duro trance de la muerte de una hija de 32 años. «Hay cosas que suceden, tienes que aceptarlas y seguir. A pesar del dolor y de no entenderlo, aquello nos unió más», destaca la directiva de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (Ceoma). Sus otros siete hijos y quince nietos son hoy la alegría de esta pareja que siempre ha estado unida por su fe, por la familia, el deporte y su amor por la naturaleza.
Ya hace cinco años que celebraron sus bodas de oro y Carmen, a sus 80 años, se enternece al recordar la poesía que su marido le escribió aquel día. «Hay que tener suerte en la vida y, afortunadamente, yo tengo un marido que tiene una manera de ser fantástica». Él responde haciéndola reír: «Es guapísima, es encantadora y me hace muy feliz. Estamos entregados el uno al otro».
Con los años se han unido hasta en el apellido. El Fernández-Segade de Carmen se vio transformado poco a poco en «de Alvear» ya en el colegio de sus hijos, y nunca le ha importado. «Es más corto», dice. Con ellos vive ahora una hija con una nieta. Sabe muy bien de lo que habla cuando destaca el papel silencioso que cumplen los mayores en la sociedad, «y lo hacen por amor».
Es otro tiempo, «quizá más difícil», y muchos matrimonios que han luchado duro no lo han conseguido, pero estas cuatro parejas muestran que no es imposible llegar a las bodas de oro «y más». «Tenemos mucha vida por delante», dice Carmen de Alvear.
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