Trescientos años del Elíseo: infidelidad y muerte en el corazón del poder
Desde Luis XV a Hollande, la actual residencia presidencial francesa ha vivido un desfile permanente de amantes, vidas paralelas y tríos amorosos que solo la llegada de Emmanuel Macron ha conseguido apaciguar, al menos de momento
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Iniciar sesiónTrescientos años después, el Palacio del Elíseo, conserva intacta su leyenda bien fundada de palacio «galante», «libertino», y algunas briznas de tragedia ensangrentada que comenzó con Madame de Pompadour , Jeanne-Antoinette Poisson , marquesa, duquesa, favorita políticamente influyente de Luis XV ... . El constructor del primer palacio del Elíseo fue el conde de Évreux . Los trabajos y decoración de la futura residencia presidencial terminaron en 1720. Hace trescientos años, su primer propietario comenzó a utilizarlo como «picadero» y residencia de fin de semana, hasta que Luis XV lo compró para ofrecerlo como regalo a su favorita «titular».
Durante la Revolución y el Imperio, el Elíseo fue «sala de fiestas», residencia de un cuñado de Napoleón (el príncipe Joachim Murat), hasta que Napoleón III lo convierte en residencia definitiva de los presidentes de Francia, acompañado de la granadina Eugenia de Montijo , María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox y Kirkpatrick, marquesa de Taba, su esposa, la última emperatriz de Francia. Si Madame de Pompadour es el origen último de todas las leyendas galantes del Elíseo, la pareja formada por Eugenia de Montijo y Napoleón III confiere a ese estatuto su dimensión más «intima».
No es un secreto que Napoleón III fue un señor emperador muy mujeriego. Entre sus relaciones íntimas figuraron aristócratas, cabareteras, actrices, mayoritariamente ambiciosas. La emperatriz Eugenia llevaba los devaneos de su esposo con resignación cristiana. Intentando «respetar» algunas formas, el emperador hizo construir en los sótanos del Elíseo unos pasadizos secretos que utilizaba cuando deseaba pasar unas horas nocturnas en brazos de alguna de sus «novias», abandonando el Elíseo embozado, con cierta discreción. Siglos más tarde, el presidente François Hollande era mucho menos discreto. Y salía del Elíseo en bicicleta para correr hasta el lecho de su última novia.
Consciente de su estatura imperial, el general Charles de Gaulle instaló su despacho personal en la que fue la habitación privada de la emperatriz Eugenia. Y, cuando fue necesario instalar en el Elíseo el centro de control y mando del arsenal nuclear de Francia (tercera potencia atómica mundial), lo instaló en los antiguos pasadizos utilizados por Napoleón III para pasar noches de «galantería sexy».
Presidentes mujeriegos
Entre Napoleón III y el general de Gaulle , quizá la historia más «subida de todo» de un presidente francés en el Elíseo es la del presidente Félix Faure, mujeriego empedernido, que sostuvo una relación célebre con una gran actriz de la época, Cécile Sorel . Murió en 1899 en el lecho del honor, víctima de un ataque, mientras una señora de buen ver, Marguerite Steinheil, le hacía una felación … No es un secreto que el presidente Faure fue gran consumidor de píldoras «Yse» (una suerte de Viagra de la época). Aparentemente, ante de recibir en su lecho presidencial a Madame Steinheil , el presidente Faure había tomado dosis excesivas de «Yse».
Durante la V República, tras la magna herencia del general de Gaulle, todos sus sucesores aportaron matices propios a las bien fundadas leyendas galantes del Elíseo. Georges Pompidou tuvo una agonía trágica. Pero, durante años, su esposa, Claude Pompidou, se vio envuelta en sórdidos rumores sobre su participación personal en «veladas íntimas» donde se practicaba el sexo en grupo, con abundante consumo de drogas. La justicia quizá permitió enterrar esos rumores. Queda la leyenda, como en la célebre película de John Ford, «El hombre que mató a Liberty Valance».
Valery Giscard d’Estaing tuvo fama de mujeriego elegante. Pero, durante su presidencia, el Elíseo se libró de escenas o historias «galantes». Su sucesor, François Mitterrand, escribió personalmente muchas de las páginas más tórridas y trágicas de la historia galante del Elíseo.
Elegido presidente, Mitterrand se instaló en el palacio presidencial con su esposa, Danielle, madre de sus tres primeros hijos. E instaló en un palacio próximo a su amante oficial, Anne Pingeot , madre de su hija Mazarine. Durante catorce años, esas dos familias no se cruzaron nunca, personalmente, en el Elíseo, gracias a los buenos oficios, entre otros, de François de Grossouvre, el más servicial de los consejeros. En el Elíseo, Danielle Mitterrand oficiaba de gran señora progresista, primera dama oficial. La pareja presidencial dormía en camas separadas. Saliendo por la puerta oeste del Elíseo, y atravesando la Avenue de Marigny , el presidente podía saludar a su amante y a su hija, instaladas, por cuenta del Estado, en el palacio de Marigny, donde los portavoces de Emmanuel Macron celebran hoy las reuniones «off» con la presa acreditada, española incluida, claro está.
Esas idas y venidas de Mitterrand estaban orquestadas por el más influyente e íntimo de los consejeros presidenciales, François de Grossouvre, con despacho propio en el Elíseo, el hombre de los secretos más profundos, el único que conocía las residencias privadas que sucesivos gobiernos españoles ofrecieron a Mitterrand cuando el presidente francés viajaba a España en «galante compañía» para celebrarse las tradicionales cumbres bilaterales. Esos secretos compartidos terminaron teniendo un coste trágico. Grossouvre terminó cayendo en desgracia íntima. Y terminó pegándose un tiro, en su despacho oficial del Elíseo.
El suicidio de François de Grossouvre tuvo en su día una dimensión política excepcional. Pronto enterrada por los sucesivos fastos galantes. Michèle Cotta, la periodista más influyente de la era Mitterrand, muy próxima al primer presidente socialista de la V República, ha contado que Mitterrand podía cenar, en un restaurante particular, con varias mujeres. Todas esperaban ser la elegida para pasar la noche. Pero Mitterrand no tomaba su decisión hasta los postres. Es célebre otra historia de amor con una periodista sueca, madre de un hijo no concebido en el Elíseo, sino en una buhardilla no muy lejana.
Jacques Chirac, sucesor de Mitterrand en el Elíseo, fue un gran mujeriego. Menos oscuro, menos «perdedor», con gustos igualmente variados. Entre sus conquistas figuraron, en su día, una periodista de «Le Figaro», una gran actriz legendaria, italiana, y algunas exministras. Franz-Olivier Giesbert , antiguo director del matutino conservador contó, en su día, en un libro biográfico, que Jacques Chirac llegó a tener una aventura carnal con Claudia Cardinale. Afirmación rotunda, de imposible confirmación, claro está. Jean-Claude Laumond, chófer personal del presidente, llegó a escribir que Chirac estaba en el lecho de Claudia Cardinale el día de la muerte de Lady Diana. Vaya usted a saber. Queda la leyenda áurea. Es fama, igualmente, que Chirac llegó a entenderse amorosamente con una de sus antiguas ministras, Michèle Barzach.
Sucesor de Chirac, Nicolas Sarkozy llegó al Elíseo con una sólida fama de hombre bajito, con taloneras en los zapatos, pero con cierto éxito con las mujeres. Su primer matrimonio se hundió cuando el futuro presidente, alcalde de Neuilly, conoció a Cecilia Ciganer Albéniz, que estaba casada en primeras nupcias con un famoso hombre de televisión. La pareja Sarkozy-Cecilia entró en crisis antes de que él fuese elegido presidente. Pero ella aceptó gustosa el puesto de primera dama, hasta que «Paris Match» publicó en portada sus fotos íntimas en brazos de un señor que trabajaba para Sarkozy como productor de espectáculos audiovisuales.
Entre Cecilia y Carla Bruni, su tercera esposa, el Elíseo también estuvo frecuentado, con discreción, por una elegante periodista conservadora de la que Sarkozy llegó a decir que le estaba ayudando a «rehacer su vida».
El Elíseo de Sarkozy con su segunda esposa, Cecilia, vivió horas de crisis íntima. El Elíseo con Carla Bruni de primera dama se convirtió en un lugar con mucho y sólido «glamour». Gran señora, antes de instalarse en el Elíseo, Carla Bruni dio al Elíseo días de gloria muy «rosa bombón». Una española, Eugenia de Montijo, dio al palacio presidencial el fasto de su última emperatriz. Una italiana, Carla Bruni, dio al Elíseo un fulgor que no tuvo con ninguna otra primera dama.
Comedieta picante
Tras el fasto finalmente feliz de Nicolas Sarkozy, François Hollande convirtió el Elíseo en escenario de comedieta «picante», con entradas y salidas de novias, esposas, amantes, hijos y alabarderos con mucho ruido, en la mejor tradición del vodevil francés tradicional. Hollande llegó al Elíseo cinco años después de la ruptura final con la madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royale, que también había aspirado a la presidencia de la República, finalmente derrotada por Nicolas Sarkozy.
Hundida políticamente, Ségolène sufrió el abandono del padre de sus hijos, que la dejó para fugarse con la periodista que los había «presentado» al gran público, en el semanario «Paris Match», Valérie Trierweiler , concubina oficial del jefe del Estado. Sensible a sus deberes de padre, François Hollande decidió «no olvidar» políticamente a su ex, y terminó nombrando a Ségolène Royal ministra del Medio Ambiente.
Por vez primera, en la historia del Elíseo, el jefe del Estado compartía el lecho presidencial con su concubina oficial, Valérie Trierweiler, trabajaba en el mismo palacio, durante los consejos de ministros, con la madre de sus hijos, Ségolène, y todavía tenía tiempo para correr, en bicicleta, hasta el lecho de su nuevo amor, la productora Julie Gayet. Esa historia de amor y familia, entre un presidente y tres mujeres duró un tiempo. Hasta que un fotógrafo que trabajaba para una agencia que más tarde daría consejos a Emmanuel Macron y su esposa, fotografió a Hollande, en bicicleta, corriendo hasta el lecho de amor donde lo esperaba Julie Gayet . Trierweiler soportó la cosa dos o tres días, hasta que se hartó, hizo sus maletas, pidió un taxi y abandonó el Elíseo con mucha pena y poca gloria.
Ida Trierweiler perdió su encanto de escenario de vodevil presidencial. Julie Gayet visitó el palacio en muchas ocasiones. Pero nunca se instaló definitivamente. Podía pasar una noche, o varias. Incluso pasó muchos fines de semana en la residencia versallesca de La Lanterne, donde Emmanuel Macron intenta salir del mal paso de su positivo al Covid-19. Pero, en un ataque de simplicidad, el presidente Hollande prefería abandonar el palacio presidencial para encontrarse con su última compañera sentimental en lugares y residencias más propias del «hombre de la calle» (con recursos, claro está).
Con la instalación de Emmanuel Macron y su esposa Brigitte, en el Elíseo, la residencia presidencial no ha escapado a los rumores más descabellados. Pero nadie ha podido confirmar maledicencias vaya usted a saber si peregrinas. Macron decidió preservar su intimidad con mano de hierro, cerrando el Elíseo a cal y canto. Pero el primero de sus portavoces oficiales, Benjamin Griveaux , con despacho oficial, en el palacio presidencial, aspirante desafortunado a la alcaldía de París, se vio forzado a dimitir, caído de hinojos en la charca de una triste historia de exhibicionismo sexual, con intercambio de fotos porno, nada soft. Hasta hoy.
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