Políticamente correcto
EL hombre es un ser naturalmente sociable y al no ser anacoreta necesita normas que faciliten la convivencia con sus semejantes.Cuando Europa formó su personalidad, lo hizo siguiendo las pautas de
EL hombre es un ser naturalmente sociable y al no ser anacoreta necesita normas que faciliten la convivencia con sus semejantes.
Cuando Europa formó su personalidad, lo hizo siguiendo las pautas de Benito de Nursia y el Papa Gregorio, de acuerdo con el raciocinio de ... Tomás de Aquino y el alma de querube de Francisco de Asís, pero en los últimos tiempos ha escogido renunciar a su bautismo cristiano y abrazarse al DNI, tan neutro como las matemáticas y sin otra poesía que los dígitos, (los números ya no están de moda).
Pero toda renuncia conlleva el dolor de un abandono, en este caso el tener un asidero firme, y como no podía lanzarse en sociedad anárquicamente cual elefante en cacharrería, se ha impuesto como regla la equidistancia y la neutralidad que se denomina en el habla de los medios de comunicación «lo políticamente correcto».
Ambos conceptos, en abstracto, parecen poder conciliar posturas incluso encontradas, más cuando se llevan a la práctica, a situaciones concretas y no a universales o entes de razón, ya no resultan tan objetivos ni tan pragmáticos.
El gris está a mitad de camino entre el blanco y el negro, pero entre un bien evidente y un mal cierto ¿el camino a seguir es el término medio?
Entre la salud y la enfermedad, términos excluyentes ¿lo deseable es una dolencia leve?
Esta nueva filosofía de lo inocuo se ampara en varios puntales que le sirven de muletas para recorrer su camino, la igualdad de todos los hombres como fundamento doctrinal, la relatividad de cualquier doctrina, la tolerancia, la solidaridad y como coronación de la estructura, una ética.
La primera, verdad incontestable, se basaba antiguamente en que la creación había hecho a todos hijos de Dios y la redención volvió a subrayar esa condición, los hombres eran esencialmente iguales y la diversidad se circunscribía a lo accidental: sexo, raza, edad, luces de la mente, fortaleza física, etc.
Sin embargo, según la tesis actual la igualdad alcanza también a lo accidental, y cualquier desigualdad discrimina y es incluso vejatoria; así que, por decreto, todos debemos alcanzar la misma estatura, tener idéntica melanina y un solo color de ojos. Todos, Apolo y Venus, ¿o algo intermedio?
No importa que esta afirmación, presentada como axioma, se contradiga con lo que perciben los sentidos y demuestra la experiencia, porque el segundo supuesto, la relatividad, justifica la duda constante y no acepta evidencia alguna.
De esa manera se pierde la diversidad y a las personas se las puede encasillar como un guarismo dentro de la masa común; no hay por qué rendir tributo a la dignidad de cada humano, distinto y único.
Al erigir a la relatividad como segunda diosa, deja de existir la Verdad con mayúscula, y lo que se pierde en guía se gana en comodidad, porque la verdad resulta a menudo poco confortable y además es muy exigente. Mejor prescindir de ella y vivir sin esa espada de Damocles.
Otra idea que señorea, muy ligada a la anterior y como corolario de la teoría de la relatividad, que pone en pie de igualdad todas las doctrinas, es valorar idénticamente a todas ellas. Nace una tolerancia de nuevo cuño que no respeta las opiniones ajenas como homenaje a la dignidad de quien las sustenta, sino porque ninguna debe prevalecer. Dicha tolerancia será la virtud que transformará a los hombres y traerá la paz a la tierra. Pero esa condescendencia no se extenderá a quienes no comulguen con la nueva acepción, esos serán considerados réprobos o peor aún retrógados, porque el beneficio de la identidad solo se aplica a los que no discuten los planteamientos impuestos.
Por último hay que hablar de la solidaridad que hermana a unos hombres con los otros. En otros tiempos existía «la caridad» voz que procede del griego caritas que significa amor, concepto trasnochado que se ha mudado por el de solidaridad. Aborrezcamos el movernos por amor cuando se puede hacerlo por una «adhesión circunstancial», según definición de la Real Academia Española.
Se niega el amor, salir de sí para entregarse sin contrapartida; se niega el nuevo mandamiento que ha modificado la relación entre los humanos y como mucho se le constriñe a concupiscencia. Para terminar, la palabra ética, de origen griego, ha venido a sustituir a otra homónima de raíz latina, la moral, y lo ha hecho modificando el concepto que sustentaba a ambas. No es ya una norma de comportamiento personal en función de una ley natural que está impresa en cada individuo, sino la regla que deciden de modo circunstancial darse a sí mismas las sociedades. No hay fundamento trascendente, sólo voluntarismo ocasional; puede parecer similar pero resulta la negación de que un orden superior rija a la comunidad.
Todo este entramado ha sido bautizado con el bonito nombre de «correcto»: lo políticamente correcto, lo socialmente correcto, aunque debiera conocerse como lo uniformemente correcto. La uniformidad es virtud deseable y los medios de información trabajan para que así sea desde las orillas del Mekong a las del Amazonas.
Si se analizan los conceptos que expresan los vocablos igualdad, tolerancia, solidaridad, ética, todos son positivos y deseables, pero hábilmente se ha cambiado el significado manteniendo las mismas palabras con lo que el equívoco se perpetúa.
La fuerza de esta religión civil es el pragmatismo, conscientemente se soslaya entrar en el apasionante mundo de los principios y de las teorías que de ellos dimanan, no se busca legitimaciones ni siquiera justicias, solamente interesa establecer una praxis que pueda aceptar todo el mundo precisamente porque no discute ideas, es sencillamente una norma matemática: la de la masa mayoritaria. La aritmética no conoce políticas y la suma es lo primero que se aprende.
Para que el método funcione, es imprescindible la obediencia ciega a la ley de la corrección, no cabe discutir si es o no una ordenatio ratio, tan tomista ella, si es justa o simplemente arbitraria, beneficiosa o nociva.
Pero el hombre es un ser muy inquieto que le encanta conocer la esencia de las cosas y el porqué de sus actos, y se empeña en buscar una filosofía que sustente su vida. Vuelve a entrar en juego la funesta costumbre de pensar y algunos se empecinan en cavilar que la corrección puede basarse en ideales y en doctrinas y que, a lo mejor, las hay superiores unas a otras.
Marqués de Laula
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