El más agudo de los hombres
Un día fui a comprar un disco del contratenor Andreas Scholl. Sólo encontré unas cantatas de Bach que ya tenía. Pregunté si tenían algo más del alemán. Sí, claro, donde están los solistas. Y solícito
Un día fui a comprar un disco del contratenor Andreas Scholl. Sólo encontré unas cantatas de Bach que ya tenía. Pregunté si tenían algo más del alemán. Sí, claro, donde están los solistas. Y solícito viene el dependiente y se pone a buscar en un ... lugar ya inspeccionado por servidora (las yemas negras delataban la búsqueda). Nada. No está por su nombre. Le digo que no hace falta que se agache, que ya he mirado en Solistas Masculinos Varios. Me mira como si fuera gilipollas (yo) y me dice: «Sí, claro, podría estar ahí si se hubiera traspapelado». Cara de perplejidad (la mía).
El dependiente de la sección de música clásica cree que Andreas Scholl es una mujer. Pues anda que si lo oyeras cantar. Lo que suena un poco como Chus Lampreave diciendo de su hijo negro en «Amanece que no es poco» aquello de «Pues si le vieras las ingles...».
Andreas Scholl, que el sábado actuó en el Festival Internacional de Santander, dijo en rueda de prensa que no debería haber tanto misterio con respecto a la singularidad de voces como la suya porque no ofrecen ningún extra exótico y siguen las mismas reglas que cualquier músico. Vale. Sí pero no pero sí pero no, que diría Vicky Pollard de «Little Britain». Mira, tú ves aparecer a un alemanote más alto que cualquiera de los músicos de la Academia Bizantina (magnífica formación barroca que lo acompañaba en el concierto), empieza a cantar el «Bel contento» del «Flavio» de Haendel y, qué quieres, su voz aguda impresiona. Y emociona (escuchado a una señora al salir de la sala Argenta del Palacio de Festivales: «Estoy muy emocionada. Es muy diferente. Y es que hace tiempo que no escuchaba algo decente»).
Aunque ni el mejor contratenor, dicen los expertos (entre los que incluyo los que tiene poderes para viajar en el tiempo y escuchar a Farinelli o Bernacchi en su salsa), puede conseguir la tesitura de los castrati, son los contratenores los hombres que cantan el repertorio de los castrati.
El programa de Andreas Scholl, discípulo de Ren_ Jacobs, se llamaba «Arias para Senesino» (también es un disco de Scholl, uno que el dependiente nunca habría encontrado entre las sopranos). La figura del contralto castrado Francesco Santo Bernardi, Senesino (nació en Siena en 1686), está ligada profesionalmente a la de Haendel, que lo descubrió en Dresde y se lo llevó a la Royal Academy of Music de Londres. Ya no es que le pusiera un piso, es que le escribió, entre otras, el «Giulio Cesare». Era una época en que pobres niños (niños pobres) daban los cataplines por el bien de la música.
En realidad, los daban con el único fin de ser algo en la vida aunque sólo un uno por ciento consiguió la fama (y muchos la palmaban). La curiosa práctica vino con Pablo IV que en el siglo XVI había prohibido que las mujeres cantaran en San Pedro. La responsabilidad última, de San Pablo, por aquello de que «La mujer debe mantener silencio en la Iglesia». No tengo ni idea de qué clase de emasculación sufrió Senesino pero, según recoge un artículo de J. S. Jenkins en «The Lancet», había tres formas. Una consistía en cortar los cordones espermáticos, con lo que los testículos se atrofiaban. Otra consistía en bañar al crío en agua caliente y después presionarle la yugular a modo de anestesia (como que le daba una apoplejía). Y la otra consistía en darle opio al niño y extraerle los testículos, muriendo la mayoría porque se les iba la mano con el opio.
Tiene razón Andreas Scholl en que su voz no tiene ningún extra exótico. Pero cualquiera se resiste a tocar el asunto de los castrati y del opio.
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