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Maravillosos guiris

Mi inesperada pasión taurina

En 1965, Muriel Feiner presenció por vez primera una corrida de toros. Aquello le cambió la vida

Muriel Feiner

Tenía 17 años cuando vine a España por primera vez de vacaciones tras cursar mi primer año de carrera universitaria en el Brooklyn College. Al llegar a Madrid, mi itinerario comenzó con la visita obligada al Prado, un tablao flamenco y la asistencia a una corrida de toros, además del Palacio Real, el Parque del Retiro y el emblemático Rastro de los domingos.

Mi viaje siguió después por las tres ciudades estrella de «Despeñaperros para abajo»: Córdoba, Sevilla y Granada. Y culminó en la gran y muy hospitalaria Barcelona.

Los estadounidenses tenemos nuestro propio «sol y playa», no como los británicos, así que venimos al «Viejo Continente» en busca de la riqueza histórica, artística, arquitectónica y cultural. En este caso concreto, la «marca de España» no se constituye solo de grandes museos, sino también de su patrimonio histórico, sus paisajes, sus opciones de ocio, su gastronomía y su cultura particular, que incluye las más variadas costumbres y tradiciones de los pueblos, algunas tan sui generis como los toros y el flamenco.

Bello, fiero, majestuoso

Confieso que fui con mucha aprensión a lo que consideraban mis compañeros de viaje una parada obligada: la preciosa plaza neomudéjar de Las Ventas. Tenía miedo de ver algo que imaginaba cruel y sangriento, pero me quedé impresionada desde el primer instante por el toro bravo –bello, fiero y majestuoso, nada que ver con el «Ferdinand the Bull», de Disney–, y por el torero que se enfrentó a ese animal con valor, arte y elegancia. Nunca imaginé que me iba a apasionar tanto un espectáculo tan singular y tan alejado a mis propias raíces. Volví a Nueva York para seguir mis estudios y empecé a leer todos los libros taurinos en inglés que encontraba, comenzando por «Death in the Afternoon», de Ernest Hemingway, un escritor que siempre me había gustado.

Regresé el verano siguiente con diversos destinos en mente, entre ellos, ¡cómo no!, Pamplona. En el transcurso del invierno, había visitado la Oficina de Turismo de España en la Quinta Avenida en varias ocasiones. Curiosamente, no supieron contestar mi pregunta acerca de las fechas de la celebración de los famosos sanfermines. Ahora me pregunto si no habían oído nunca la canción: «Uno de enero, dos de febrero… siete de julio, San Fermín ».

Ese verano consolidé mi gran interés por la Fiesta Nacional, organizando mis vacaciones alrededor de las grandes ferias de España: Pamplona, Valencia, Gijón, Málaga, San Sebastián, Bilbao… Al viajar de una feria taurina a otra, fui descubriendo al mismo tiempo el distinto carácter e idiosincrasia de cada ciudad: su historia, cultura, música, gastronomía , costumbres y tradiciones ancestrales.

Todo cambió para mí en el año 1970, cuando vine a Madrid para terminar mi máster, perfeccionar mi dominio del castellano y viajar en el tiempo libre que me dejaban mi trabajo y mis estudios a las corridas celebradas por esa «piel de toro», como llamaban por entonces a la geografía española. Desde aquel año, vivo feliz aquí, dedicada a mi familia y mi trabajo, publicando libros y escribiendo artículos sobre toros y turismo, mi otra pasión.

Con mis hijos ya independizados, he vuelto a recorrer las ferias de España para disfrutar de los toros junto con toda la enorme diversidad que ofrece cada región. Me sigue maravillando cómo un país relativamente pequeño –el estado de Texas es más grande–, puede poseer un patrimonio cultural tan rico y una oferta turística tan inmensamente variada.

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