Jade Goody cumple su última voluntad al convertir su funeral en un espectáculo
Con un cortejo fúnebre de 21 coches, los restos de la «gran hermana» británica descansan ya en el olimpo televisivo
Como en todo en su vida, el entierro de Jade Goody tuvo tres protagonistas: ella, las cámaras y la gente. Precedido por un cortejo fúnebre de 21 coches, el Rolls Royce que trasladaba por las calles de Londres los restos de la estrella de la ... telerrealidad fue saludado por miles de personas que arrojaban flores o lloraban en un país no demasiado proclive a las lágrimas.
Desde helicópteros y desde la tierra, las cámaras transmitían el espectáculo cumpliendo con el último deseo de Goody: que también su entierro fuera un acontecimiento mediático.
Alrededor de la iglesia miles de personas siguieron la ceremonia fúnebre a través de enormes pantallas dispuestas para la ocasión mientras que desde sus casas millones de británicos podían ver en directo las imágenes de la ceremonia.
Durante la procesión, el cortejo fúnebre se detuvo en el Tower Bridge londinense para que los fotógrafos pudieran prolongar el espectáculo en diarios y revistas hasta que no quede mucho más que el recuerdo de todas esas imágenes.
Su muerte, que ocurrio el 22 de marzo cuando tenía 27 años y a causa de un cáncer terminal de útero, tuvo la misma visibilidad que la vida. Desde que entró por primera vez en el «Gran Hermano» británico en 2002, Jade Goody se convirtió en una extraña «enfant terrible» de la pantalla.
Fabricando una estrella
Una de las productoras del «Gran Hermano» que consagró a Goody ese año, Gigi Eligoloff, captó a la perfección lo que la haría famosa. Mientras los otros productores no querían incluirla en en el programa porque hablaba sin parar, no escuchaba a nadie, era inculta y terriblemente ordinaria, Eligoloff intuyó que eso la iba a destacara respecto del resto de los participantes.
No se equivocaba. En sus apariciones en el popular concurso la espontaneidad con que Goody exhibió su personalidad y su vida, su origen marginal, sus padres drogadictos, su alarmante ignorancia la convirtió en una estrella para esa devoradora máquina de crear «celebrities» que es la sociedad moderna.
La joven Jade Goody constituía un espectáculo en sí misma, un personaje excéntirco y circense que despertaba afecto por la paradójica vulnerabilidad de su estilo estridente y avasallador. Sus frases se convirtieron en leyenda como cuando preguntó si «East Angular (por East Anglia)» era un lugar en el extranjero (Anglia es Inglaterra en latín: East Anglia es el Este de Inglaterra).
A partir de ese primer «Big Brother» su vida se convirtió en un hecho mediático permanente. Goody empezó a ser una participante habitual de los «talk shows» y sus dos años de relación con Jeff Brazier, un presentador del mundo de la telerrealidad con quien tuvo dos hijos, se convirtieron en una de las comidillas favoritas de los tabloides.
En 2007 su decisión de volver a «Big Brother» produjo una de las polémicas más intensas de un programa que se ha caracterizado por la controversia.
Los comentarios marcadamente racistas que hizo Goody sobre la estrella india de Bollywood Shilpa Shetty provocaron unas 45.000 quejas al ente regulador televisivo británico, manifestaciones en la India y un virtual incidente diplomático.
Goody terminó pidiendo perdón ante las cámaras, pero su carrera parecía definitivamente terminada. Su autobiografía, los perfumes que promovía desaparecieron de los negocios: las cámaras tan fascinadas hasta ese momento empezaron a huirle como a un espejo lleno de imágenes terroríficas.
Confirmando que el único pecado mortal del mundo del espectáculo es la falta de «rating», Goody volvió con una tercera versión del «Big Brother», esta vez en la India, recibida por la misma Shilpa Shety.
El programa batió records de teleaudiencia. La carrera de Goody parecía encaminarse otra vez cuando en pleno «Big Brother» recibió una llamada telefónica de su hospital que cambiaría todo para siempre: el diagnóstico médico de cáncer transmitida en directo.
Un ocaso televisado
De ahí en más, nada se salvó de la mirada implacable de las cámaras y la caja registradora de contratos millonarios. El tratamiento médico, la pérdida del cabello por la quimioterapia, su boda con Jack Tweed fueron parte de un espectáculo en que se fueron consumiendo las últimas semanas de su vida.
La caja registradora sigue recaudando. Se calcula que la venta de derechos de su boda, muerte, entierro y artículos especiales para fan superó los cinco millones de euros. En febrero Goody le dijo al periódico «The Sun» que hacía todo por sus hijos. “«o quiero que tengan la misma vida de pobreza y drogas que me tocó vivir». Nadie podría reprochárselo.
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