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Escándalos Sexuales (de esos que no hay en España)

Escándalos Sexuales (de esos que no hay en España)

Dice Silvio Berlusconi, el Benny Hill italiano, que no paga por sexo. Como Clinton no mantenía relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Negar a una mujer está muy feo pero no pagar a las putas está mucho peor (el fin de cualquier civilización). El italiano se ha adornado: «No hay placer sin conquista», quizá la letra de alguna de esas coplas que atacaba cuando era cantante de cruceros. Barbara Montereale, modelo de veintitrés años, ha revelado lo que Patrizia D´Addario le contó. Que le habían pagado 1.000 euros por ir a una fiesta en Villa Certosa y acostarse con Berlusconi, quien le indicó que le esperara «en la cama grande». Addario no da detalles pero ha retado a Berlusconi a que la demande si es falso. Para los detalles está la señorita Montereale. Según ella, Patrizia también le contó que le habían pedido participar en una orgía en una cama que Vladimir Putin había regalado a Berlusconi pero que se negó. No queda claro si a la orgía o a que fuera en una cama regalada por Putin.

Mientras el mandatario italiano niega, en Estados Unidos hace tiempo que la máxima de Edwin W. Edwards (gobernador de Louisiana enchironado) ya no vale. Para él, una regla de oro de la política es que nunca te pillen en la cama con una chica muerta o con un chico vivo. Pero las chicas vivas tampoco cuelan ya. El gobernador de Carolina del Sur acaba de admitir que ha sido infiel a su esposa y que los cinco días que desapareció los pasó en Argentina con su amante (argentina). La confesión la hizo con los reglamentarios lloros, pero esta vez sin la presencia bizarra de la esposa al lado aguantando. Ya estaba empezando a ser un requisito de libro de estilo y, sobre todo, una aparición inquietante en las declaraciones de adulterio (sólo recordar a la esposa de Eliot Spitzer, el gobernador de Nueva York pillado con prostitutas).

Lo gracioso ha sido que en su intento por evitar el nombre de la amante en la conferencia de prensa, el gobernador de Carolina del Sur, al que vuelvo, hablaba en neutro, lo que resultó muy confuso y ayudó a que muchos de los presentes pensaran que el amante era un hombre, cosa que ya ha pasado otras veces con políticos. Por ejemplo, con el gobernador de Nueva Jersey («Soy un gay americano, ¿Qué más se puede decir?» soltaba con su mujer al lado, que no paraba de reír). O con el senador de Idaho que renunció al cargo (aquí la mujer tenía cara de pasmo) tras ser denunciado por hacer proposiciones sexuales a un policía en unos urinarios públicos. Estas cosas no pasan en España. O no nos enteramos. Ni éstas ni las británicas. Ni John Profumo y Christine Keeler. Ni John Mayor y Edwina Currie. Ni David Mellor y Antonia de Sancha. Ni Cecil Parkinson y su secretaria Sara Keays. Si en el caso del secretario del Tesoro de Tatcher hubo embarazo, en el caso de Boris Johnson, cuando todavía no era alcalde, hubo aborto, una novia llamada Petronella y una madre de la novia llamada Lady Verushka Wyatt que contó la aventurilla.

En el sucedido de Eliot Spitzer, el gobernador de Nueva York, su renuncia fue a causa de la contradicción entre sus manifestados principios morales y lo de pagar (mucho) por sexo. Pero de su bolsillo. En España nos da igual si nuestros políticos se van de putas. Como mucho salen en la prensa si las chicas las paga el contribuyente. Casi a la vez que lo de Spitzer se supo que un concejal de Palma llevaba dos años pagando el club de alterne con la tarjeta de crédito municipal. Y en el año 2002, el presidente de la Diputación de Córdoba dimitó por contratar a su amante con fondos públicos. O bien en España no nos escandalizamos, o bien es que no se hace uso (externo) del matrimonio. Decía John Barrymore que el sexo era eso que llevaba una pequeña cantidad de tiempo y una gran cantidad de problemas. Pero será en el extranjero.

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