Ortega Cano: «Asumo todo lo que dictaminen la Justicia y Dios»
El torero «reaparece» en público más recuperado del trágico accidente y descubre sus proyectos y sentimientos en ABC
ROSARIO PÉREZ
Hace escasas horas que acaba de pasar por quirófano para ser intervenido en el tobillo, pero José Ortega Cano , muleta en mano —roja, a modo de franela—, no falta a la cita con ABC y al primer acto taurino del ministro de Educación, ... Cultura y Deporte, José Ignacio Wert . «Me ha fascinado su discurso —afirma el torero—. Creo que los taurinos deberíamos estarle muy agradecidos por este interés que presta a la Fiesta. Con el ministro volverá a ocupar el lugar que debe tener en España, pues es un patrimonio cultural. Con este aficionado de lujo, ganaremos muchas batallas, que falta nos hace».
El maestro de Cartagena conserva aún las secuelas físicas del gravísimo accidente de coche que sufrió el pasado mayo y que costó la vida a Carlos Parra . «Me han quitado tres tornillos del tobillo, pero me tienen que seguir haciendo pruebas —explica—. No me dejan pasar por ningún aeropuerto de tanto metal. Me molesta bastante el nervio ciático, pero va mejorando». Indelebles son las huellas psicológicas, aunque Ortega ha recuperado ya el ánimo y la sonrisa. «Me encuentro bastante bien. Hago una rehabilitación muy intensa y me siento preparado para todo. Los toreros estamos hechos de una pasta especial».
La extremaunción
A pesar de tener el cuerpo cosido a cornadas, algunas brutales —llegó a recibir la extremaunción—, ésta destiló connotaciones y consecuencias trágicas. Huye de rumores y prefiere no hablar de alcohol o velocidades, pero se planta en corto y por derecho ante el albero de la ley: «Yo asumo todo lo que dictamine la Justicia. Ella lo decidirá. Y Dios». Se aferra más que nunca a su fe y asegura que se siente «lleno de amor y esperanza».
Hace una pausa y mira al frente. El brillo de sus ojos se vela con una cortina cristalina. «Este momento que estoy viviendo y todo lo que he pasado me han hecho ver la cosas desde una altura distinta a la de antes. Pero en este tema del accidente no me gusta entrar, porque no quiero utilizarlo para nada de mi vida de hoy ni para lo que me depare de aquí en adelante».
Respira y clava la vista en el ayer: «Yo tuve la desgracia de que un sobrino mío, que quería ser torero, se matase al estrellarse con otro coche. Sé lo que es el sufrimiento de una familia que ha perdido a un ser querido. ¿Quién va a querer un accidente? Nadie. Yo estoy unido al dolor de esa familia, pero no quiero usar mis palabras para que se piense que busco amparo o para que la gente tenga pena de mí». Y remata con una sentencia que repite una y otra vez: «Yo asumo todo lo que dictaminen la Justicia y Dios».
Rocío y sus niños
Es un hombre renovado. Hay cornadas de espejo que nunca se borran pero que descubren maneras de volver a empezar. Dentro de ese dolor, José Ortega ha vuelto a vivir y a disfrutar. Primero, con sus hijos. «Tanto mi niño como mi niña son estupendos y tienen un corazón de oro. Los quiero mucho, y mis niños a mí también». Su mirada resplandece al hablar de ellos y nos cuenta que Gloria Camila «tiene muchas cosas de su madre, como comer limones». Esboza una sonrisa y, envuelto en la nostalgia, continúa: «Yo le decía a Rocío: “¿Cómo te puedes comer eso? ¡Te vas a ahogar!” Pues la niña lo hace igual. Estudia solfeo y tiene los gustos de su madre. Se sabe todas sus canciones de memoria, aunque la voz de Rocío es imposible de igualar».
¿Cuántas veces ha pensado en Rocío Jurado tras este dramático trance? «Incontables. Sé que tanto mi Rocío como mi madre, que estarán en un lugar muy bonito del cielo, me han protegido y me han ayudado».
Además de esos «amores», su gran refugio es el toro. Rezuma ilusión por el apoderamiento a Julio Aparicio , un tándem de torería. «Soy admirador suyo —comenta Ortega—, hemos compartido cartel muchas tardes y la verdad es que apoderar a Julio es fácil. Posee sus virtudes de siempre, pero está cambiado y en línea de torero; la mejor etapa de su carrera está por llegar. También tengo plena confianza en el novillero Rafael Cerro , que va a ser alguien importante».
Ambos «fichajes» le colman de entusiasmo; también su divisa de Yerbabuena, aquella que forjó junto a su Rocío del alma. «Todo eso no deja de ser para mí un respiro. Además, cuento con todo el apoyo de mi familia, de mis amigos y de tanta y tanta gente que me quiere. Pero ser apoderado y ganadero me hace estar más cerca de mi vida, porque aunque ya no me vista de luces sigo siendo torero». Tal es el «veneno» de la casta, que asegura que le encantaría torear de nuevo: «Cuando Dios quiera y yo pueda, me gustaría participar en un festival benéfico, algo especial».
Mientras conversamos, se acercan afamados ganaderos y matadores. Le muestran su cariño y su respeto. Un compañero se ofrece para llevarlo al centro de Madrid, pues Ortega Cano no puede conducir. «Tranquilo, me ha traído mi chófer. Regreso esta misma noche a Sevilla», responde. «¡Maestro, pero descanse hoy en la capital!», le recomiendan. «No, no, viajaré de noche, como cuando iba en el coche de cuadrillas. Así me haré a la idea de que hago el paseíllo mañana en la Maestranza». Es el retrato de la pasión por el Arte del Toreo, una chispa que no se apaga ni aunque se cuelgue el traje de luces.
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