Anne-Sophie Mutter, ante todo una «líder» de orquesta

Durante todo un mes, la violinista alemana Anne-Sophie Mutter, aquella niña descubierta por Karajan, hoy una sólida instrumentista y una mujer cargada de responsabilidades, ha trasladado su centro operativo a esta pequeña ciudad suiza, incluyendo en el contingente a sus hijos, Arabella, de seis ... años, y Richard, de ocho, para enfrentarse al verano más exigente de su vida. Aceptando las imposiciones que requiere ser estrella invitada del Festival, entre hoy y el 7 de septiembre, aparte de protagonizar dos conciertos como solista, ejercerá como directora en otros dos, hará música de cámara entre amigos y estrenará una obra de André Previn.

-¿En cuántos festivales ha participado en lo que va de año?

-La verdad es que ni lo sé. Lo único que tengo claro es que el que se me presenta como más atractivo es éste de Lucerna, donde estaré en calidad de artista residente. Es decir que la parte más dura del Festival carga sobre mis hombros, y eso implica una gran dedicación y una preparación muy intensa. Así que he tenido que trasladar con antelación mi casa, hijos incluidos, a Lucerna.

-Nada menos que tres conciertos sinfónicos, uno de cámara, con Lambert Orkis y el chelista Lynn Harrel, y un recital. ¿En qué apartado de este «tour de force» se siente más cómoda?

-Espero encontrarme a gusto en todos ellos. Partiendo de la base de que, vistos uno a uno, me siento como en casa. Aunque no puedo ocultar que en ciertos momentos... (hace un ademán de cortarse el cuello).

-Incluso tiene un estreno mundial de «Tango, song and dance», de André Previn.

-Pero no es más que una obra para violín y piano que interpretaremos Lambert Orkis y yo durante el recital. Previn la escribió en 1995, mucho antes de que el tango se popularizase, pero nunca se encontraban otras músicas con las que pudiera encajar. A nadie se le ocurriría programar «Tango, song and dance» junto a las sonatas de Beethoven, porque daría la impresión de encontrarse fuera de toda lógica. Pero en esta ocasión, y eso sí me parece importante, creo que hemos dado con la clave, y la hemos arropado con obras de varios compositores, incluyendo a Sarasate y a Fauré, que como Previn también es un gran compositor de canciones. El otro problema que se planteaba de entrada, que era el del virtuosismo, parece que también lo hemos salvado, porque Previn no pretendía hacer con esta obra un trabajo demasiado filosófico. El resultado se ha traducido en una pieza vital, muy ingeniosa y extremadamente difícil desde el punto de vista rítmico. Pero es una música de ensueño, con un último movimiento muy «jazzy».

CON LOS TRONDHEIM

-Por último, el plato fuerte, dirigiendo a la Camerata Académica de Salzburgo, ¿es su primera experiencia con ellos?

-No, de los dos programas que vamos a hacer aquí, en los que se incluyen en dos bloques los cinco conciertos para violín de Mozart, hicimos en 1990, con ocasión del cincuentenario de la organización SOS, un concierto con los números 1 y 5. El concierto lo preparamos y lo tocamos juntos en Salzburgo para recaudar fondos destinados a Aldeas Infantiles. Fue la primera vez que interpreté Mozart sin un director convencional. Y a partir de ese momento es cuando comencé a plantearme la idea de rematar el ciclo de la misma manera, sin un maestro al frente.

-Después estarán en el Carnegie Hall, y seguirán por otros países, incluyendo España.

-Sí. Pero antes de iniciar esa gira, haciendo un paréntesis, volveré a trabajar con los Trondheim Soloists.

-Con los Trondheim vivió su primera experiencia como directora

-Sí. Pero vamos a dejar de hablar de mí como de una directora, porque no lo soy. No me he formado para serlo. Es muy probable que lo haga en algún momento, pero por ahora no quiero que nadie me relacione con el podium. Yo soy, ya digo, no una directora sino una líder de la orquesta, que es muy distinto. Tendría más que ver con el modo de hacer música en el momento del barroco. Cuando Mozart vivía, todos en la orquesta eran «primus inter pares», y el violín que interpretaba la parte solista se encargaba del fraseo. Porque con la música de Vivaldi o de Mozart no es necesaria una dirección en ese sentido estricto que le damos a la palabra. Todo se reduce a entenderlo, cuando estás al frente de una gran agrupación, como si se tratase de un gran cuarteto, porque hablamos de una música más privada. Es más, diría que cuando Mozart se interpreta sin director, el resultado de la aproximación es más personal, porque los músicos escuchan con más atención si se sienten parte de la responsabilidad. En esos casos, no miran: escuchan. No quiero sacar balones fuera. Por supuesto que acepto la responsabilidad total de lo que haga la orquesta, pero la meta que hoy por hoy me he marcado no es la de dirigir.

-¿Tampoco le parece dirigir su reciente trabajo con la Filarmónica de Viena, responsabilizándose con ellos de la integral para violín y orquesta de Mozart?

-Vuelvo a decir lo mismo que antes. Que cada músico de esa orquesta es un buen solista, capaz de enfrentarse a la partitura por sí mismo, y que con ellos he sido una solista más.

-«Una» en femenino ¿qué le parece esa misoginia que han mantenido a rajatabla hasta ayer mismo?

-Que tampoco son así las cosas. Todo consiste en que les guste la persona que trabaje con ellos, ya sea director o directora, cantante o instrumentista. A partir de ese momento pueden suceder grandes acontecimientos. Porque la calidad del sonido que son capaces de producir, está fuera de la medida de este mundo. Especialmente en lo que respecta a la sección de vientos. Nunca en mi vida había escuchado unos «pianissimos» como los suyos. Te fijas en las trompas, por ejemplo, y no sabes dónde comienza el sonido, ni tienes idea de hasta dónde pueden llegar. Me gustaría algún día hablar extensamente de lo que supone colaborar con esta orquesta, que trabaja en los ensayos sin establecer ninguna regla, ni mucho menos la del tiempo. Para ellos no existe lo «de 10 a 1». Si es preciso quedarse hasta que empiece el concierto, lo hacen. Trabajan hasta allí donde consideran que es necesario para llegar a conseguir ese alto nivel que se exigen. Esa es una cualidad que no te encuentras en ninguna orquesta de ningún lugar del mundo. De tal modo que es fácil creerme cuando digo que el tiempo que he pasado con ellos me lo apunto como una de las mayores experiencias profesionales de mi vida.

«NUNCA HE MIRADO HACIA ATRÁS»

-¿Es usted feminista?

-Como no tengo claro si el hecho de ser feminista equivale hasta cierto punto a negarle el pan y la sal a los hombres, lo que más me gustaría es que unos nos moviésemos en la misma dirección que los otros. No estoy a favor de que las mujeres nos comamos el mundo. Mi idea al respecto tiene más que ver con compartir.

-Con los Trondheim Soloists grabó «Las Cuatro Estaciones de Vivaldi», que antes había hecho en disco con Karajan ¿le corrigió algo o rindió tributo al recuerdo?

-Nunca he mirado hacia atrás, escuchando cómo eran los discos que hice con Karajan. Me pasa lo mismo con el Concierto para violín de Beethoven, que voy a grabar pronto. Porque no quiero caer en esa sensación de estar obligada a justificar lo que estoy haciendo en estos momentos. No hay razón para mirar atrás sino de hacer un propósito de lo que vas a hacer hoy. Un disco es una constatación puntual de un momento. Aunque intentase mañana recrear lo que estoy haciendo hoy, el resultado sería distinto. Y estamos hablando de discos que grabé hace 20 ó 25 años. Desde entonces, la manera de acercarme a la obra ha cambiado mucho. Recuerdo en primer lugar de aquel Vivaldi que grabé con Karajan que lo hicimos con una orquesta grande, del tamaño de una sinfónica que convertía el producto en algo muy lujoso y, por supuesto, muy hermoso. Era como volar en un jumbo, mientras con los Trondheim es como volar en un pequeño caza de combate. Las posi

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