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Francesca de Habsburgo: «Perder a mi padre fue mucho más doloroso que perder Villa Favorita»

La hija del barón Thyssen visitó ARCO y habló con ABC sobre la reciente venta del palacio donde se crió, los proyectos de su fundación y la polémica en torno a las memorias de su padre

Francesca de Habsburgo: «Perder a mi padre fue mucho más doloroso que perder Villa Favorita» Irina Gavrich

martín bianchi

A Francesca de Habsburgo-Lorena le sienta bien la etiqueta de indómita. Aunque lo suyo es una rebeldía con causa. La hija del difunto barón Heini Thyssen-Bornemisza es la cuarta generación dedicada al coleccionismo, pero ella no es una de esas mecenas que disfrutan acumulando obras maestras en un oscuro rincón palaciego. Por el contrario, la Archiduquesa de Austria está abocada a que el arte más rompedor salga a la calle y haga pensar a la gente. «No se trata de hacer declaraciones audaces que no lleven a ningún sitio. Mi compromiso es con cuestiones importantes tanto para el artista como para la sociedad . Quiero desarrollar proyectos que tengan consecuencias y generen conocimiento y sensibilidad», explica a ABC durante un impasse en su visita a ARCO .

La ecología es su nueva obsesión. La próxima semana viajará al remoto estado brasileño de Arce, en la frontera con Perú, para conocer a la tribu Huni Kuin. La expedición no es parte de un safari de lujo, sino el próximo gran proyecto de su fundación privada, la Thyssen-Bornemisza Art Contemporary (TBA21). El cotizado artista carioca Ernesto Neto realizará una instalación en Viena que recreará «los conocimientos espirituales y los rituales sanadores de los indígenas». Francesca financiará la estadía de un grupo de Huni Kuin para que participen en el montaje de la exposición.

En menos de una década la fundación TBA21 se ha convertido en una pieza clave en el intrincado juego del arte contemporáneo. Francesca no solo compra obras, sino que también las encarga a los artistas y muchas veces ejerce de comisaria de las exposiciones. «The New York Times» ha llegado a compararla con Peggy Guggenheim, la mítica patrona de Braque, Picasso y Ernst. «No merezco esa comparación. Peggy era increíble y es triste que muchos no entiendan cuán importante fue para el arte. El mundo conservador no entiende el arte contemporáneo o a la gente que quiere romper las reglas. Ella demostró que con poco dinero se pueden hacer grandes cosas», dice.

Vidas paralelas

Francesca y Peggy tienen mucho en común. Ricas herederas, ambas han sido visionarias a la hora de poner dinero de su propio bolsillo para impulsar la carrera de nuevos creadores. «Casi todos mis amigos son artistas», se excusa la aristócrata, que en su juventud se codeó con Iggy Pop, los New York Dolls y los Sex Pistols y ahora lo hace con pesos pesados del arte como el marchante Jay Jopling o el multimillonario coleccionista Nicolas Berggruen. «Nosotros, los filántropos, podemos tomar riesgos. Los artistas jóvenes nos necesitan para crear proyectos que el mundo comercial no puede financiar».

Siempre le gustó provocar. Cuando tenía 24 años causó sensación posando en biquini en uno de los escaparates de la firma de lujo Charles Jourdan. Cuatro décadas después, su día a día se sigue pareciendo más a la gira de una estrella del rock que la vida de una mecenas, saltando de Berlín a Venecia, y de allí a una aldea amazónica. «En eso soy como mi padre, que nunca sintió verdadero apego por ningún sitio y vivió muchas vidas en una», aclara. Sin embargo, la venta de «Villa Favorita» , el palacio suizo donde se crió, la ha tocado. «Fue una noticia devastadora. Cuando mi padre murió organicé allí un homenaje para él. Ese día dije adiós a la casa y nunca más regresé. Sabía que nunca más iba a volver», recuerda. Solo conserva el escritorio y los muebles del estudio que tenía el barón: «Perder a mi padre fue mucho más doloroso que perder ‘‘Villa Favorita’’».

La complicada relación con la quinta esposa de Heini, Carmen Thyssen, tocó fondo cuando Tita vendió «La esclusa» de Constable , en 2012. «Con Tita no hay solución para el museo Thyssen», declaró Francesca, que forma parte del patronato de la pinacoteca. La baronesa replicó llamándola «imbécil». «Mi relación con ella ha sido difícil. Hemos tenido muchas peleas y eso es emocionalmente destructivo», reconoce.

Ahora dice haber dejado atrás «la negatividad del pasado», aunque las memorias de su padre , publicadas hace unos meses por Cervera, enturbian los recuerdos. «Me han parecido vergonzosas porque tienen muy poco de realidad. Es más un libro sobre Tita que sobre mi padre, tendría que haberse titulado ‘‘Yo, Carmen’’ más que ‘‘Yo, el barón Thyssen’’. Tendría que haber tenido el coraje de firmarlo ella. Pero ya está olvidado, nadie se acuerda de ese libro», dice.

Arte y política

Habsburgo prefiere hablar del presente. O del futuro, que para ella es el cambio. «Estamos económica y moralmente en bancarrota. Y los jóvenes quieren cambiar las cosas. Lo importante no es la causa que se defienda con el arte, lo importante es que el arte vuelva a ser algo personal. Solo así se puede crear un sentido de comunidad capaz de generar cambios», dice. ¿Acaso piensa convertir su fundación en un Greenpeace cultural? «Prefiero que nos llamen agentes de cambio», responde. Le preocupa el desempleo, la corrupción, el mal uso de los fondos europeos y el conflicto en Ucrania. «Hay una guerra dentro de Europa que puede desatar la Tercera Guerra Mundial y son pocos los medios que abordan esta crisis con las posibles implicaciones de un conflicto mayor», reflexiona.

Quizá su fundación pueda hacer algo al respecto. Las cuestiones políticas más espinosas son el nuevo ámbito de estudio de TBA21. El año pasado Habsburgo dirigió un proyecto titulado «The Sovereign Forest», obra del artista Amar Kanwar, sobre cómo los conglomerados mineros de Australia y Corea devastaron una zona de India. En mayo presentará el primer pabellón dedicado a los océanos en la Bienal de Venecia (la iglesia de San Lorenzo, antiguo panteón de Marco Polo, será su sede); en junio inaugurará la exposición de Neto sobre los Huni Kuin; y en noviembre una instalación de Olafeur Eliasson en el palacio vienés de Eugenio de Saboya.

Cambios en el Thyssen

La coleccionista reconoce disfrutar de una posición envidiable a la hora de programar. «Los grandes museos, como el Thyssen, dependen cada vez más de las cifras de concurrencia. Y en un país en crisis gastarse 10 euros en una entrada a un museo es una decisión muy importante. Por eso intentan redirigir su programación hacia temas más populares. Esta popularización de los museos es un grave problema. Hace unos años propuse que se incluyera arte contemporáneo y me dijeron que no. Ahora, cuatro o cinco años después, veo en el Thyssen una exposición de Givenchy o de Mario Testino», se lamenta.

La «popularización» del museo que fundó su padre es un dilema. «No es solo un problema del Thyssen, muchos otros experimentan con esta idea... El arte contemporáneo es como un arma de doble filo para los museos clásicos, porque deben darle el mismo tratamiento serio que a una exposición de Gauguin aunque no vaya a ser un éxito de taquilla. Pero el arte contemporáneo no tiene porque ser popular, tiene que ser serio. Hay que elegir: continuamos haciendo exposiciones comerciales que satisfacen a los patrocinadores, o volvemos a empezar y decidimos ocupar una posición más consistente en el mundo del arte. Es una discusión que tengo a diario», admite. Y no está dispuesta a abandonar el debate.

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