Felipe de Marichalar, escriba 50 veces «no volveré a...»

El día comienza cuando los tutores civiles de la SAFA van habitación por habitación tocando las palmas, pero no para acompañar a una melodía flamenca, sino para que se levanten los internos. Bueno, unos tocan palmas, otros dan voces y otros, más aficionados a las películas de terror, hacen ruido con el manojo de llaves al rozar con las paredes. Tras el escandaloso despertar tienen el tiempo justo para asearse , «con agua a veces no muy caliente». Y en Guadalajara, en enero, el agua no muy caliente sirve para enfriar el whisky. El resto de la jornada transcurre entre clases, descansos breves y horas para el estudio . Una rutina que va unida al uso limitado de los teléfonos móviles y de internet. No se ven con buenos ojos las nuevas tecnologías en tan regia escuela.

Y aunque es un colegio religioso, ni los curas son el gran hermano que todo lo ve ni es obligatorio ir a misa.

La SAFA es una especie de mili adolescente que enseña disciplina, compañerismo y aprender a cumplir horarios a los díscolos jóvenes de esta segunda década del siglo XXI. Y como si del régimen militar obligatorio se tratase, si no se cumplen las normas de la escuela la falta se repara con un castigo.

Así que, si Felipe de Marichalar no está cuando pasen lista, lo más probable es que el fin de semana en lugar de ver a su familia se quede en la villa segontina . O bueno, igual si no es reincidente lo compense con escribir hasta la saciedad la frase que al tutor se le venga en mente.

Desde su apertura en 1952, el mundo ha cambiado, la banda sonora de España no corre a cargo de Lola Flores y los métodos educativos se han ido refinando e incorporando nuevas tecnologías. De hecho, algunos de sus antiguos alumnos dicen que, si se compara la disciplina actual con la que vivieron hace más de cuarto de siglo, la SAFA ahora parece un balneario.