Sotogrande, ese paraíso donde incluso pasan cosas
«Cartas de Sotogrande», de Joaquín Santaella, recrea un mundo que ya casi no existe
rosa belmonte
En octubre, cuando el último veraneante agarraba la carretera, se celebraba en Sotogrande la fiesta «Al fin solos» . Lo cuenta Joaquín Santaella en «Cartas de Sotogrande» (Edinexus), libro que recrea un mundo que ya casi no existe. Han pasado 50 años desde los inicios, ... cuando Joseph McMicking, financiero y militar que combatió con McArthur, construyó un club de golf en la desembocadurad del río Guadiaro. A su alrededor se edificaron las primeras viviendas. Antes, en 1962, cuando se compraron las cinco fincas que dieron lugar a Sotogrande, no se podía vender a extranjeros. Augusto Miranda Maristany, que se tuteaba con Franco, fue un día con McMicking al Pardo. «Está bien, vendan ustedes a extranjeros, vendan a belgas, a franceses, a ingleses de verdad... Pero nunca jamás a gibraltareños », les dijo Franco. Ahora hasta los gobernadores de Gibraltar tienen casa en Sotogrande. No solo los llanitos.
En cuatro larguísimas cartas, una por cada estación, Santaella va de aquí para allá, recordando que lo que McMicking quería era una versión en el sur de Europa de la colonia filipina Macati. Que mandó a su colaborador Alfredo Melián a buscar terrenos (le ofrecieron Formentera, menos el cuartelillo de la Guardia Civil). Y que la cercanía del aeropuerto de Gibraltar lo decidió. Pero «McMicking nunca pensó que Sotogrande se fuera a vulgarizar como lo ha hecho». El desembarco se produjo cuando en 1982 se abrió la verja. Pero hay cosas que permanecen. «La Oda» en casa de Antonio Garrigues («la de esta tarde se llama “Un Amor Infinito, Eterno y Absoluto”, y puedo decirle que destaca por el existencialismo de sus diálogos»). O la sesión ecuménica de villancicos. O el viento.
También una mención a la Copa Ryder de 1997 en Valderrama. Y a Barbara Bush paseándose con collar de perlas y zapatillas de tenis. Otra mención al tagalo. La mujer de McMicking, Mercedes Zobel, era filipina. Lógicamente, sus compatriotas millonarios arrastraron al servicio. «Lo primero que choca de un filipino es que habla con monosílabos... Hubo aquí hace muchos años una sirvienta que se hizo célebre porque, cuando su señora volvió a casa después de haber dejado al marido en el aeropuerto de Málaga, no se le ocurrió otra cosa que abrir la puerta con el resumen de la noticia que acababa de oír en la radio: “Avión señor caer”».
Una recomendación: «Haga lo posible por llegar a Sotogrande en el mes de noviembre, y le aseguro que alucinará con el esplendor de los castaños de indias en el paseo que une Guadiaro y Pueblo Nuevo». Y una sentencia: «Después de medio siglo, Sotogrande ni siquiera sabe lo que es».
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