ministra de cultura de guinea ecuatorial
Guillermina Mekuy: «Trabajo duro para comprarme un vestido de Dior»
Es la ministra más joven y glamurosa del régimen de Teodoro Obiang. En su país la comparan con Margaret Thatcher. «Me llaman ‘‘la dama de hierro’’, pero yo no me oxido», dice a ABC
«Nunca tuve la belleza para ser modelo ni el histrionismo para ser actriz . La política era mi destino», sentencia Guillermina Mekuy, la joven y estilosa ministra de Cultura y Turismo de Guinea Ecuatorial . Mekuy, hija de diplomáticos guineanos, nació y se crió en el madrileño Paseo de la Castellana y estudió en el colegio católico San Ramón y San Antonio de las Agustinas Hermanas del Amparo, muy cerca del estadio Santiago Bernabéu. «Guardo un recuerdo maravilloso de España. Mis mejores amigos viven allí», dice la ministra a ABC.
La política guineana disfrutó de una infancia privilegiada, eminentemente europea y sin sobresaltos. «Jamás me sentí discriminada por ser negra. Mi color de piel nunca me ha molestado. Al contrario, me gusta. Hay gente que paga por verse morena y guapa, yo no tengo que gastar un céntimo en cabinas de rayos UVA», señala entre risas. Pero sí reconoce que era una niña «muy consciente de los problemas de los adultos, de las guerras y las hambrunas» que azotan su continente.
Quizá esa conciencia prematura era un presagio de la misión que la esperaba en Guinea. Con solo 18 años escribió su primera novela, «El llanto de la perra» (Plaza & Janés), la historia de una joven de la alta sociedad en busca de su identidad en un país africano. Pocos años después de su exitoso debut literario se licenció en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, y a los 25 se fue a vivir a Guinea Ecuatorial para asumir el cargo de directora general de Museos y Bibliotecas. Un año después fue ascendida a Secretaria de Estado y meses después Teorodo Obiang la nombró ministra de Cultura y Turismo.
En estos cuatro años de mandato ha revolucionado la cultura guineana. Ha puesto en marcha la Biblioteca Nacional de Malabo, ha desarrollado una red de bibliotecas provinciales y clubes de lectura, ha importado bibliobuses de España, ha promovido la inversión en kioscos de prensa y ahora prepara la formación una comisión de cine . «Es hora de abrir las puertas del mi país al mundo. La cultura es la llave», dice.
«Ministra Dior»
Pero su cargo no le ha impedido explotar su otra pasión: la moda. No hay consejo de ministros, audiencia o viaje oficial en el que no se vea a Mekuy luciendo diseños de Christian Dior, Carolina Herrera o Chanel. También siente debilidad por diseñadores españoles como Felipe Varela o Juanjo Mánez y Paloma Álvarez. En 2013 dio un paso más y fundó su propia revista femenina, «Meik», donde da voz a mujeres mestizas triunfadoras como Bisila Bokoko, directora de la Cámara de Comercio España-Estados Unidos; Montse Pla, hija de la actriz Beatriz Carvajal; o Judith Diakhate, la ascendente actriz hispanonigeriana. «Meik» posee redacciones en Madrid y Malabo , vende más de 30.000 ejemplares mensuales y se distribuye en hoteles como el Sofitel de Sipopo, el más lujoso de Guinea.
—¿Cómo ha recibido el gobierno de Obiang su faceta de editora de moda?
—No he tenido quejas de mis jefes. Nadie me ha dicho nada malo, por lo tanto yo sigo con mi trabajo. No oculto mi pasión por la alta costura y me han criticado por ello. Pero no me preocupa.
—En su currículum todos son éxitos. ¿Cuál es su secreto?
—Soy muy creyente, creo mucho en Dios. Y trabajo con pasión. Hay cosas que sé que no podría hacer, conozco mis limitaciones. Pero tengo mucha fe y soy muy exigente conmigo misma.
—¿Alguna vez ha saboreado la hiel del fracaso?
—Sí, en el amor... pero no hablo de ello.
—Entonces se confirma aquello de que el éxito femenino espanta a los hombres.
—Sí, cuando les digo que soy política se sienten intimidados. No quieren ver a la mujer detrás de la ministra.
—¿Cómo fue el salto a la política guineana?
—Las personas responsables de Guinea siempre han estado pendientes de mis estudios. Estaban esperando a que me licenciara para que volviera al país y entrara en política. Conocían mi pasión por esto y estaban pensando en mí para este trabajo incluso antes de que yo lo supiera.
—¿Fue un «shock» pasar del Paseo de la Castellana a las calles de Malabo?
—Fue difícil. Nunca había vivido en África y mis costumbres eran muy occidentales. Pero soy escritora y lo tomé como un ejercicio de aprendizaje y tolerancia. Quiero entender la idiosincrasia de la gente de Guinea, un pueblo donde todavía existe la poligamia y el animismo.
—Su última novela, «Tres almas para un corazón», un alegato a favor de la poligamia, causó un gran revuelo en España. ¿Somos muy prejuiciosos?
—Entiendo la reacción europea, porque allí la monogamia es la tradición histórica. La poligamia es un tabú pero nadie se escandaliza al leer las noticias sobre las infidelidades y las dobles vidas de algunos políticos y famosos.
—Entonces usted estaría dispuesta a compartir esposo con otras mujeres.
—No, no podría. No estoy preparada para tener que convivir y compartir a mi hombre. Respeto todo, pero prefiero esa hipocresía occidental de «ojos que no ven, corazón que no siente».
—Pocas mujeres tienen un cargo como el suyo en África. ¿Cómo es la situación de la mujer en su país?
—Soy la primera ministra de Cultura y Turismo de Guinea, un puesto que antes ocupaban grandes intelectuales como el pintor Leandro Mbomio Nsue, «el Picasso Negro». Pero en mi país hay muchas mujeres ocupando altos cargos públicos, como la presidenta del Senado, la secretaria de Estado para el Tesoro, la ministra de Justicia o la ministra de Función Pública. Eso sí, nos exigen más.
—¿La belleza es un plus?
—A mí siempre me ha resultado positivo. Cuando la naturaleza te da un don lo primero que hay que hacer es agradecerlo. A la gente inteligente no se le exige ser bella, en cambio a las personas bellas se les pide mucho más. Pero una cosa no quita la otra.
—¿No teme que la tilden de frívola?
—Detrás de la mujer política hay una mujer que ama la moda. Sé perfectamente que hay cosas que no puedo hacer; pero la moda no es una de ellas. La moda es cultura. No me preocupa que me tilden de frívola. No hago daño a nadie y trabajo duro para comprarme un vestido de Dior. No he robado a nadie.
—Y, ¿le gusta Zara?
—Mucho, aunque con mi puesto no puedo abusar de Zara porque puedo coincidir con otras mujeres. Eso sí, mis zapatos son todos de buenas firmas, porque un buen zapato se nota.
—O sea, los Manolos no se negocian...
—Jamás. Unos Christian Louboutin o unos Manolo Blahnik no se pueden reemplazar.
—¿Cuántos pares tiene?
—Demasiados. Mi madre dice que algún día tendré que poner una tienda para venderlos. Pero no bebo, no fumo ni salgo de noche, mi único capricho es comprar zapatos. Y no los pago con la tarjeta de crédito de otro, los pago con la mía. No le debo explicaciones a nadie.
—Dicen que el diablo viste de Prada.
—El diablo no tiene por qué vestir de Prada. A las mujeres con éxito como Anna Wintour (editora de «Vogue») se las retrata como frías y calculadoras. No es justo. A mí me llaman «la Margaret Thatcher de Guinea» o «la Thatcher versión 30».
—Supongo que es un halago...
—Es un gran halago. Me pueden llamar «la dama de hierro», pero yo no me oxido. Quien me haya puesto esa etiqueta me debe querer mucho.
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