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Balenciaga, el mesías de la alta costura

Sus siluetas inéditas y su tratamiento del tejido trazaron las líneas de la modernidad en la moda

Balenciaga, el mesías de la alta costura archivo abc

patricia espinosa de los monteros

«Un buen costurero debe de ser arquitecto para los planos, escultor para las formas, pintor para los colores, músico para la armonía y filósofo para las medidas». Así definió Cristóbal Balenciaga (Guetaria, Guipúzcoa, 21 de enero de 1895–Jávea, Alicante, 23 de marzo de 1972) un oficio con el que se convirtió en el gran mesías de la moda occidental. La esencia, la simplicidad, las hechuras, el tratamiento de las telas y del color... Su legado es un compendio de maestría. Sin Balenciaga, Givenchy o Courrèges no habrían sido los que fueron; y ni Nicolas Ghesquiére, director creativo de la firma entre 1997 y 2012, ni Alexander Wang, su sucesor, habrían tenido la oportunidad de bucear en esos archivos que son una joya y que hoy en día se conservan en el Museo Balenciaga (Guetaria), en la fundación y en su propia casa.

El primer conjunto que conocemos de su autoría fue realizado en 1912 para la luna de miel de una prima. Desde entonces y hasta el vestido de novia de Carmen Martínez-Bordiú, meses antes de su muerte y cuando ya se había retirado, transcurrieron casi 60 años.

«En los años más oscuros, llegó a tener siete casas de costura»

«Reseñar todas sus aportaciones –cuenta Javier González de Durana, director del Museo Balenciaga de Guetaria–, requiere manuales, pero sólo citaré tras de ellas: la puesta en valor de partes del cuerpo de la mujer más allá del llamado trío canónico: “pecho-cintura-caderas”; la conquista del espacio en torno al cuerpo, que proporcionó siluetas inéditas; y la capacidad para reinterpretar, desde un gusto moderno, la indumentaria histórica».

«Era la perfección», afirma con nostalgia Ignacia Inchausti (80 años), una de sus sastras. «Era serio, muy trabajador y exigía, sencillamente, que hicieras lo mismo que él». Ignacia permaneció durante 22 años junto a Balenciaga en sus casas de San Sebastián, Barcelona y París, haciendo modistería, sastrería e incluso pieles y novias, y allí se mantuvo hasta que cerró. Según Amalia Descalzo, asesora del Museo Balenciaga y profesora de moda de ISEM en el IESE, «sentó las bases de todo lo que vino después. Es lo que Picasso fue al arte contemporáneo».

Cristóbal Balenciaga fue un producto de su época, de la edad dorada de San Sebastián. Un ecosistema del lujo por la proximidad de Biarritz. Entró en contacto con lo más granado de la alta sociedad de la mano de la marquesa de Casa Torres, Micaela Elío, quien en París compraba a los mejores modistos. Por las manos del jovencísimo Cristóbal pasaron creaciones de Worth, de Patou, de Chanel, de Vionnet...

Pero su historia de amor con la moda comienza años antes, en 1907, cuando, siendo un chaval, se traslada de Guetaria a San Sebastián para trabajar en sastrerías como New England, donde se instruyó en el dominio de los cortes; después llegaría su época en los almacenes Au Louvre, donde le hicieron encargado de la confección de señoras. Entró en contacto con los comienzos de la confección en serie y fue entonces cuando empezó a viajar a París. En 1917 se estableció por su cuenta en la capital donostiarra, ya como Cristóbal Balenciaga, con un proyecto que concibió como casa de alta costura. Sin embargo, a lo largo de los años, y hasta que abandonó España en 1936, demostró su flexibilidad al adaptarse al momento socio-económico de cada época, ya fuera adverso o favorable. «Fue un gran empresario con visión de futuro –dice Lorenzo Caprile–, pues en los difíciles años 30 sus casas de costura se adaptaron a un menor nivel adquisitivo, aunque con la mismísima calidad».

Dior: «La alta costura era una gran orquesta de la que Balenciaga era director»

Wladzio d’Attainville fue su gran amigo, socio y mentor. Parisino de origen polaco, ayudó a Balenciaga a asentarse en la capital francesa a la que el modisto se trasladó en 1936, tras el estallido de la guerra civil. Cristóbal ya tenía un gusto exquisito y Wlaszio no hizo más que reforzarle y darle contactos. Tras la muerte de d’Attainville, fue Ramón Esparza permaneció a su lado.

Christian Dior dijo en una ocasión que «la alta costura era como una gran orquesta y que Balenciaga era su director». Diana Vreeland, gurú de la moda del siglo XX, escribió que «si una mujer entraba en una estancia vestida con un Balenciaga, todas las demás instantáneamente dejaban de existir». Y es que sus sastras le respetaban, sus colegas le reconocían y sus clientas le adoraban. En 1968, cuando se enteró que echaba el cierre, una desolada Margarita Salaverría de Argüelles exclamó: «¡Ya nunca mas volveré a ir bien vestida!» Intransigente respecto a la simplicidad e incapaz de aceptar la vulgarización, se retiró en aquel año. Cristóbal Balenciaga jamás soportó el prêt-à-porter y se retiró antes de que se lo comiera la vulgaridad de la moda en serie.

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