Sin complejos se declara «feliz» de estar en el Congreso, donde le gustaría aguantar dos legislaturas. Lamenta que en este país no haya más gente de la cultura que se atreva a bajar a la arena pública: «Aquí los artistas no se meten en política como no sea con el PSOE, y así le ha hecho un flaco favor al PSOE todo el llamado mundo de la zeja, la cultura y el arte tienen que ser críticos con el poder, venga de donde venga, y ellos claramente no lo fueron».
Denuncia que no es fácil salir por la tangente cuando uno es un artista que para trabajar depende de las instituciones, o porque está pendiente de que le den una subvención, o de que le programen -o no- una obra de teatro en una comunidad autónoma o en un ayuntamiento. Cantó afirma que a él han dejado de programarle en algunos sitios por «no ser de la cuerda» de los que gobernaban. «Por lo mismo te digo que hay gente que no es así, que te programa sin tener en cuenta tu militancia», matiza. Pero insiste en que «hay que pensárselo dos veces antes de asumir un compromiso político, porque claro, con la comida no se juega». Y menos con la que está cayendo.
Precisamente por los chuzos de punta y los clavos que caen del cielo ahora mismo, «me para cada vez más gente por la calle, ciudadanos que quieren hablar de política». El creciente interés por el tema recuerda épocas como el final del franquismo y el arranque de la democracia, cuando ni en casa ni en el café se podía hablar de otra cosa. «Lo único bueno de esta crisis es que la gente ve que se tiene que volver a involucrar en la política mucho más, que a sus representantes nos tiene que elegir con mejor criterio y vigilarnos mucho más estrechamente», sentencia Cantó.
Entretenido con todo esto, el guapo Toni tiene su carrera artística un tanto en stand by. Su último gran zarpazo interpretativo fue protagonizar «Razas», la estupenda obra de David Mamet. De momento se centra más en la dirección que en la interpretación, incapaz como es de irse de gira durante meses. Sigue arañando tiempo, eso sí, para dar clases de teatro a actores no profesionales de los que dice aprender él «muchísimo». Si a esto se suma que es uno de los parlamentarios más activos, con 166 intervenciones en sólo un año, se comprende que el poco tiempo libre que le queda apenas le alcance para visitar a su familia en Valencia, y «echarle un vistazo a la playa, a ver si sigue igual que cuando me fui».
Cuando puede le gusta aislarse, por no decir encerrarse. «Tanto en la política como en el teatro estás siempre rodeado de gente, entonces yo para compensar tengo momentos muy de ermitaño, por ejemplo estas navidades me tiré diez días solo en Ibiza, completamente asalvajado, pasé tres o cuatro días sin ni siquiera dirigirle la palabra a nadie». ¿Qué felicidad?
Un domingo normal en Madrid, Toni se levanta a las nueve y lo primero que hace es bajar en pijama a la cocina, prepararse un batido de fruta y tomarse un café cortado y un par de tostadas «con algo». Vuelve a subir a su cuarto, se ducha, se viste y sale a por el periódico. Para no quedarse sin él o sin ellos -lee siempre dos o tres, «para sacar la media»- es capaz de caminar kilómetros. Ah, cuidado con las distancias cortas cuando Toni vuelve del quiosco: «Odio que me cojan un periódico y me lo devuelvan hecho una puta mierda, descuadrado, arrugado; pero, hijo de puta, ¿qué le has hecho a mi periódico?»
Aficionado al arte
Se le puede ir el domingo cuidando de su jardín en Torrelodones, que tiene de todo, incluso un gran número de unos animales de los que Toni es fanático, pero nos ha prohibido revelar de qué especie son, «no sea que me los secuestren o me los maten»; baste decir que no son perros, ni gatos, ni peces ni aves de corral… La versión urbanita del dominical relax pasa por perderse por exposiciones de arte. «Me gustan muchas cosas, muy variadas», aclara; «por ejemplo, me encanta Antonio López, y también Francis Bacon».
Antes, durante y después tienen prioridad sus hijos, los nanos. Por ellos y por quien quiera y pueda ir a verle se sobrepone Toni a la pereza culinaria típica de un hombre que vuelve a vivir solo, se arremanga y, «como buen valenciano, hago un arroz caldoso o una paella. ¿Y los hace bien? Mirada directa a los ojos, a medio camino entre el bueno de la película y el malo de la obra de Mamet: «Los hago de puta madre». Tentador.
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