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La alta costura del café
Cuando en los 70 la crisis alcanzó al café y los fabricantes bajaron la calidad y el precio para sobrevivir, un empresario francés supo elevarlo a la categoría de otros símbolos del glamour francés como el perfume o la alta costura. Renné Monnier es al café lo que Coco Chanel a la moda. De su visión nació una de las marcas que han logrado posicionar en el mundo de lo exclusivo el alimento más cotidiano
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Decía el poeta y dramaturgo francés George Courteline que es más fácil cambiar de religión que de café. Y no le faltaba razón. Como el perfume que se elige de por vida como identidad, como el modisto en el que se confía para transmitir la ... propia personalidad o como la joya que marca la diferencia en un escote, el café también se ha convertido en una seña de identidad en el mundo de lo exclusivo. No todos son iguales y la elección de uno u otro también dice mucho de quien lo toma.
Sucede como con el vino. Los dotados con el don de paladar saben apreciar cuando es bueno o malo; su aroma, su color, su densidad y hasta su gota hablan de la uva con la que está fabricado, del tiempo que ésta ha permanecido al sol, de su edad y hasta de sus defectos más ocultos. Igual sucede con el café. A pesar de que esta religión y sus apóstoles están menos expuestos a la difusión mediática, los expertos en este producto saben distinguir cuándo un grano ha dado lugar a una taza del montón o se está ante algo realmente exquisito.
Conscientes de esta realidad, los fabricantes de café pujan por incluir sus productos en el mercado del lujo, de lo exclusivo. Una de las marcas mejor posicionadas en esta carrera es Carte Noire. Y esto se debe sobre a que su creador, René Monnier, fue el primero en darse cuenta de que tomar un café era más que un intento de despertarse por las mañanas: era una experiencia.
Su origen francés, de seguro, tuvo mucho que ver con su visión: en el país galo el café es verdaderamente una religión , un placer que no se bebe, se degusta; concentrado, en tazas pequeñas (como los buenos perfumes), a pequeños sorbos muy medidos… Y si es en una terraza parisina mirando la vida pasar, más aún.
Corrían los años 70 cuando el mundo del café sufrió una intensa crisis. La mayoría de los fabricantes optaron por rebajar la calidad, para así poder bajar los precios y vender más. Pero Monnier, director de la compañía Café Grand Mère, optó por la vía disruptiva para cambiar las reglas: elevar la calidad, utilizar el mejor arábiga que estuviese a su alcance, vestirlo en una presentación elegante y lujosa bautizarlo con un nombre que lo dijese todo solo: ‘Carte Noire’, o sea, ‘Etiqueta Negra’. Consiguió sumar en un solo producto de lujo todo el glamour que París rezumaba en su época: ‘savoir faire’, perfume, alta costura y elegancia. Se podría decir que Monnier es al café lo que Cocó Chanel a la moda.
No tardó en posicionarse como el número 1 en su país: el arte de vivir francés estaba representado en un café y era una seña de identidad deseada para muchos. Pero su éxito también debió tener que ver con las características del producto: la calidad y el proceso de fabricación que aplica fío y calor para sacarle el máximo partido al grano. De haber sido solo por su apariencia, no reinaría aún hoy en lo más alto del podio.
Treinta años después de su reinado, la marca vuelve a romper moldes adaptándose a los nuevos tiempos que, en cuestión de café, pasa por envasarlo en cápsulas para que las máquinas diseñadas para tal fin le saquen el máximo partido a sus características: sabor y aroma.
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