La Infanta Elena, castiza, distinguida y españolísima

Doña Elena ha sabido encarnar la esencia de la Monarquía desde su más temprana edad

La Infanta Elena, castiza, distinguida y españolísima ap

ángel antonio herrera

Por encima –o por debajo– de los tópicos sostenidos, y verdaderos, que la adornan de castiza, y españolísima, me gusta traer aquí que la Infanta Elena logró la distinción. Abreviando, elegancias hay dos: una elegancia natural, o interior , y otra elegancia de sastrería, ... que da el pego, quizá, pero no engaña. Quiero decir que la Infanta Elena ha logrado vestir la ropa, y no al revés, con lo que resulta una elegante desde adentro, porque «la distinción es el esqueleto», según máxima de Coco Chanel.

El esqueleto, y también los años, añadiríamos, porque la juventud no es la elegancia, sino lo contrario. «Medio siglo me contempla», escribía el poeta, y esto nos vale ahora para la primogénita del Rey , cuyo álbum biográfico no cabe en un par de páginas, naturalmente, pero sí, porque en la Infanta de ayer, y de hoy, importa siempre un ademán popular , un beso espontáneo, que se va a llorar sentidamente a las gradas de las olimpiadas de Barcelona, por ejemplo. Más nos cuadra verla en la tarde de los toros que en la noche de la ópera, y antes en una verbena que en un simposio.

Se advierte que, en el protocolo, estuviera deseando que aquello no dure demasiado, para echar a la concurrencia un chiste , o reír el que acaso suelte su padre. Quiero decir que es altamente borbónica, si se ríe, y también si no. De su divorcio, salió con mejor repertorio de peinados, y, con el tiempo, ha ido afinando o refinando su lámina única, hasta llegar a una delgadez, que le viene de dentro. No vengo hablando de vestir, sino de estar. La elegancia no es la corrección, sino vulnerar la corrección, pero para bien, haciendo de la corrección otra cosa, pegando un susto de pamelón de plumas en una boda.

Cuando se ríe, la simpatía le sale como travesura, pero cuando está seria tiene toda una cabeza, en el sentido en que los románticos celebraban tener una mitológica cabeza de retrato, o sea, un perfil de moneda de museo. Lo suyo no se alcanza con un batallón de asesores de imagen , ni tampoco con irse de compras a París, puntualmente, sino liberando la vocación interior de distinción, y hasta de perfección, que «siempre es sucesiva», como arriesgara un vidente de los versos. Ya digo que la elegancia no es la juventud, sino todo lo contrario.

La Infanta cumple 50. Podemos olvidarnos, con su figura, de las fastuosas princesas extranjeras de hoy y de siempre. Lo digan las encuestas o no lo digan. Que muy a menudo sí lo dicen.

La Infanta Elena, castiza, distinguida y españolísima

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