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El debut en el cine del ministro de Justicia

Primeras imágenes del rodaje de «Holmes & Watson. Madrid days», última película deJosé Luis Garci

El debut en el cine del ministro de Justicia

E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

Vivimos, ahora sí y a la fuerza, en la España del cambio, y no sólo de la letra (¡ay, las letras de cambio!), sino también de la música. Todo cambia: hace unos meses, era el alcalde de Madrid quien se estrenaba como actor en la película «Holmes. Madrid suite 1890», pero en este país de la mudanza ahora resulta que no, que quien se estrenaba como actor es el ministro de Justicia y en una película titulada «Holmes & Watson. Madrid days». En lo esencial, la cosa puede considerarse que nada ha cambiado, no en España, evidentemente, sino en la película, pues al fin y al cabo Alberto Ruiz-Gallardón se ha estrenado como actor en la última obra de Garci, quien ha decidido modificarle ahora el título.

El ministro Gallardón interpreta en la historia al personaje de su tío abuelo, el célebre compositor y hombre muy barbado Isaac Albéniz. Por las imágenes del rodaje, puede verse que el ministro de Justicia no le va a la zaga ni en la frondosidad de la barba ni en la apostura musical, y también se adivinan el estilo, el aroma y la distinción de la época y los personajes. No hace falta tener lupa ni un olfato especial para predecir de qué va la película, pues basta con leer su título: una aventura de Sherlock Holmes y su escudero Watson en aquel Madrid de finales del siglo XIX, cuando los finales de siglo producían una insólita sensación crepuscular, postrera, exhausta y de desahucio, algo que, lamentablemente, ahora ocurre más o menos cada viernes.

Madrid, finales del XIX

Bien... Estamos en el Madrid de finales del XIX, pero ¿qué hacen ahí Sherlock Holmes y el doctor Watson?... , y la respuesta es realmente extraordinaria: están ahí porque creen que en Madrid se esconde Jack the ripper (no acaba de sonar romántico eso de «el destripador») y han venido a por él. A partir de ese hallazgo argumental, al parecer ideado por Garci y por Torres-Dulce (quien, por cierto, en esta España de mudanza ha venido a transformarse en Fiscal General del Estado), y pespunteado en guión por el propio Garci y por Andrea Tenuta, y con la colaboración de María San Román, el estilo de cineasta de Garci se ha empeñado en fundir el toque británico de los personajes con el toque castizo del lugar y la época, donde políticos, periodistas, suripantas, toreros y cantaores encuentran el modo de hacerle decir a Holmes aquello de «¡Elemental!». Tal vez todo arranque de una vieja cita de Borges en «Los conjurados»: pensar de vez en cuando en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan.

Para levantar aquel Madrid, Garci ha contado, como siempre, con Gil Parrondo, que es el Tolkien de la dirección artística e inventa y levanta mundos con sus propias manos; y para levantar a la pareja protagonista, Garci ha elegido para el papel de Holmes a Gary Piquer, que no es inglés pero ha nacido en Glasgow y fuma en pipa como Miguel Marías; y para el papel de Watson, a José Luis García Pérez, que ni es doctor ni es inglés, sino sevillano. No pretende Garci, como es fácil suponer, mostrar a un Holmes experto en la lucha cuerpo a cuerpo, sino atrapar el aire y el estilo de una ciudad que se dirigía al vertiginoso siglo XX, y de paso, contar un cruce improbable entre Holmes y Jack the ripper , una ucronía, un suceso que no ocurrió... o sí.

Un cocido en Lhardy

De aquel Madrid de fonda y casino, Garci ha querido hacerles un homenaje a dos lugares con sabor y estilo, y muy próximos: el Casino de Madrid y el restaurante Lhardy. En este último, al que han glosado las mejores bocas y plumas españolas, desde Galdós a Camba, se aprieta para cenar un sublime cocido el doctor Watson ante la mirada atónita de Holmes, menos aventurero que su amigo ante las grandes empresas gastronómicas.

Pero, ahora que ya hemos visto de lo que es capaz el ministro de Justicia, sólo queda averiguar si, en efecto, Jack el destripador estuvo en Madrid, y si Holmes y Watson le echaron el guante.

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