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Fuera de sitio

Oda de amor a los haters

«Entre todo el ruido de ese odio, encontrar a gente buena es más fácil de lo que parece. Solo hay que estar atento. O al menos eso quiero creer, a eso me aferro a diario»

Lola Sampedro

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Esparcir odio está de moda. Ni siquiera sé si en algún momento de nuestra historia no lo ha estado, aunque tengo la sensación de que ahora se lleva más que nunca. Desde hace un puñado de años, el odio, el insulto y el desprecio hacen más ruido; tanto, que a menudo lo acaparan todo.

Ese odio es tan fácil de encontrar que no hace falta que lo busques. Me topo con él cada día cuando enciendo la televisión, cuando entro en las redes sociales o leo los foros de los diarios y de columnas como esta. Personas, muchísimas personas, vomitan sobre los demás toda su amargura, toda su furia y su rabia . Odiar es tan fácil como asqueroso, lo difícil es la tolerancia y la generosidad. «Mi madre se llamaba María Vizcaíno y estaba llena de bondad, tanta que su corazón no resistió aquella carga y reventó. No, no es fácil querer mucho, Juan». Así de complicado era para Rulfo albergar y repartir el bien.

Pienso en eso mientras leo el último libro de Rebeca Yanke , 'La ciencia de la amabilidad' (La Esfera de los Libros). En el ensayo, explica, entre otras cosas, cómo la llegada de las redes sociales ha empeorado esa forma de relacionarnos ; cómo ese anonimato ha facilitado que la gente se sienta más cómoda regurgitando ese odio que abrazando la bondad. Se valora más ser malo, dice, mientras al bueno se le tacha de tonto. Hay que ser muy zoquete para creer eso (esto lo digo yo), cuando la bondad es y siempre ha sido síntoma de sabiduría.

A lo largo del día, contemplas y recibes tanto odio que al final la generosidad acaba por parecer tibia e inconsistente, como decía Clarice Lispector, termina oliendo a carne cruda guardada mucho tiempo. Entre todo el ruido de ese odio, encontrar a gente buena es más fácil de lo que parece. Solo hay que estar atento. O al menos eso quiero creer, a eso me aferro a diario.

En su libro, Yanke cuenta que existen estudios científicos que señalan que las personas bondadosas viven cinco años más. Esa esperanza de vida quizá se deba a que, por lo general, la gente buena suele ser alegre; a que practicar el bien nos regala una satisfacción interna , como sostenía Descartes, que es la más dulce de las pasiones. Todo eso se nota en tu forma de moverte por este mundo.

Yanke también habla del lado oscuro de esa bondad, del desengaño y la decepción que puedes sentir cuando esa amabilidad nunca te es devuelta. Duele mucho, dice, cuando te das cuenta de que no se entiende y no es es recíproco. Justo en ese punto, discrepo con mi querida colega. Quizá es cierto que la bondad se puede ejercitar; ese esfuerzo, de hecho, me parece loable. Sin embargo, creo firmemente en la bondad original, en aquellos que son buenos por naturaleza sin importarles no ser correspondidos.

En 'Adaptation' (El ladrón de orquídeas) hay una escena que suelo rememorar. Un diálogo entre los dos gemelos que interpreta Nicolas Cage, cuando uno de ellos le dice al otro (en ese momento, irritado ante la bondad de su hermano): «Tú eres lo que amas, no lo que te ame». La fragilidad del bien radica en ese matiz. Si no eres genuinamente bueno, si esa amabilidad es un acto consciente y no original, se convierte tan solo en una pose, en un simple un intento por sentirte tú mismo mejor. Cuando la bondad es impostada, es fácil acabar cansado, amargado y decepcionado. Y a la que te descuidas, vuelves a esputar odio furioso. A comentar desde la amargura. Por si las moscas, yo preparo siempre la escupidera. Mejor que esos gargajos caigan ahí.

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