Cómo un virus marcó el cambio de una era

Heridas psicológicas por crecer entre cuatro paredes

No salir al parque, no ver a los amigos, ni la luz del sol. La pandemia ha golpeado sobre todo a los adolescentes con diagnósticos de depresión, ansiedad y hasta adicción

Texto Josefina G. Stegmann

Ilustraciones Julián de Velasco

Carmela y Santos tenían tan solo seis meses cuando empezó el confinamiento. La normalidad de estos mellizos no es la de los abrazos y los besos de sus abuelos y tíos o la de las plazas atiborradas de niños con los que jugar. Sino la que el presidente del Gobierno apodó «nueva normalidad», y que encubre, en realidad, una situación anormal. No han experimentado otra cosa porque cuando no existían las PCR ni las mascarillas, ellos eran aún un proyecto de sus padres.

«Cuando empezaron a gatear no podíamos llevarlos a los parques, buscaban espacios que no tenían. Pero para mí lo más disruptivo fue que se acostumbraron a que mi mujer y yo estuviéramos con ellos las 24 horas del día todos los días. Si no nos veían era solo porque estábamos al otro lado de la puerta. No se produjeron momentos de ausencia por trabajo o porque los cuidaran los abuelos. Eso les impactó y, al menos en nuestro caso, hizo que les haya costado relacionarse con otros, una situación que a día de hoy seguimos padeciendo», relata Gonzalo, padres de los pequeños.

Reconocimiento facial

Diana Sánchez, psicóloga perinatal, reconoce que la pandemia «ha modificado los primeros meses de vida de los bebés». Sin embargo, aclara para los niños con meses de vida «lo más importante es la figura materna; ver a los abuelos es muy sano pero si la progenitora está presente no debería haber problemas de desarrollo porque este está basado en la figura del apego». En cualquier caso, sí reconoce la falta de estímulos que sufrieron los niños al no pasar tiempo fuera de casa: imposibilidad de interactuar con los iguales o con los parientes cercanos. A ello se suman otros problemas que ha traído el encierro, de suma relevancia en estas etapas: «Falta de luz solar, no ver el paso del día y la noche... No han tenido regulación, por no hablar de la falta de estimulación psicomotriz», añade Sánchez.

Raquel Huéscar, miembro de la Asociación Española de Psicología Perinatal añade el efecto negativo que en los niños ha tenido el relacionarse con la gente a través de las mascarillas. «Para los bebés el reconocimiento facial, la mirada, la sonrisa es muy importante e indudablemente la pandemia les ha generado consecuencias. Y no solo en el caso de la entrada en sociedad del bebé con sus abuelos, tíos o al ver rostros en la calle cubiertos. «Al principio de la pandemia, cuando se daba a luz se hacía con mascarilla porque había desconocimiento; el sistema inmunológico de los bebés obligaba a los padres a llevar mascarilla», recuerda Huéscar.

Pero los expertos coinciden en que más que los pequeños, han sido los adolescentes los que más sufrieron la pandemia. Sánchez, que también atiende a adolescentes, se atreve incluso a hablar de un nuevo síndrome. Lo bautiza «fatiga pospandémica adolescente», caracterizada por la apatía total. «No les apetece ir al gimnasio ni quedar, con los padres tienen problemas, y encima están un poco marginados porque se les trata a todos por igual calificándolos de irresponsables e inmaduros». Por no mencionar los problemas con los estudios: «No les apetece estudiar porque las clases online no les motivan, no tienen rutina, no tienen ilusión y no están haciendo lo que les toca: el sistema de exploración, de búsqueda, que es el que tiene el adolescente, está ausente», narra la psicóloga que advierte de que esto ha desembocado en ansiedad, depresión o el síndrome al que le ha puesto nombre. «Es curioso porque cada vez vienen más jóvenes a la consulta, los problemas han tardado en salir porque parecía que el verano daba un respiro pero todo ha vuelto a ser igual». En la misma línea opina Amaya Prado, psicóloga educativa: «Además de notarse en el rendimiento académico, los padres se quejan de que sus hijos desconectan del colegio, no ponen la cámara en las clases online y están mas pendientes del móvil. Al final, estar en casa para un adolescente implica convivir con más estímulos que los hacen desconcentrar, al tiempo que pierden algo fundamental del colegio y es que no solo van a estudiar, sino a relacionarse». Así, aparece la sintomatología ya detallada por Sánchez e, incluso, casos de adicción a la tecnología.

Ataques de pánico Un 30% de los jóvenes de 18 a 24 años reconoce haber sufrido uno o más ataques de pánico desde que empezó la pandemia

La pasada semana se presentaron los datos de la encuesta sobre salud mental de los españoles durante la pandemia del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Apunta, en la línea de los expertos consultados, que un 30,3% de los jóvenes de 18 a 24 años han sufrido uno o más ataques de ansiedad o de pánico, porcentaje que cae al 7,8 entre los de de 65 años y más. Un 50,8% de los que tuvieron algún ataque (de 18 a 24 años) reconocen que estos han cambiado su vida habitual, por ejemplo, llevándolos a evitar ir a ciertos sitios para no tener nuevos ataques. Este porcentaje sube al 65,1% en los de 25 a 34.

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