Cómo un virus marcó el cambio de una era
La vida sencilla se impone
La búsqueda de aire algo menos tóxico y el teletrabajo decantaron la balanza hacia el medio rural y la ‘España vaciada’ se repobló
Texto por Érika Montañés
Ilustraciones por Julián de Velasco
eso que llaman la ‘España vaciada o despoblada’ se repobló al abrirse la barrera de las ciudades. En la desescalada de 2020, el cóctel que se produjo fue sencillo: se impuso el teletrabajo, las viviendas eran pequeñas, la nube tóxica de la ciudad se había saturado de coronavirus, la agitada vida social y cultural de repente se vio recluida al comedor y tras lo peor de la emergencia sanitaria, la pandemia dejó una realidad que no subsiste fácil en las costosas urbes: 800.000 nuevos pobres en España. Todo mezclado provocó el éxodo del medio urbano al rural. Con matices, claro: del ‘boom’ inicial se pasó a una fuga tamizada. Por semanas, por zonas. En las asociaciones del medio rural dejan constancia de que, a pesar de que sí observan un repunte de personas cansadas de ciudad que buscan un medio más sencillo de vida, no ven claro que sea una tendencia que haya llegado para quedarse.
Antonio Armunia volvió en septiembre pasado de Barcelona a Villastar, con menos de 500 habitantes y a ocho kilómetros de Teruel. Tenía razones personales para el retorno, pero este joven de 31 años está encantado con su decisión. La proximidad a la capital provincial y el funcionamiento de internet que facilita su negocio online de productos típicos no le han puesto demasiadas trabas a la readaptación a su pueblo natal. Él, que como informático podría trabajar «aquí o allá», dice, da en parte las gracias a la pandemia porque «se ha avanzado muchísimos años. El comercio electrónico ha vivido un considerable ascenso. Antes hasta se veía extraño una persona que trabajaba solo con su ordenador, vendiendo a través de internet. Esto es una oportunidad para pueblos como Villastar, para la España rural, porque descentraliza muchos negocios». Antonio relata varios casos similares: un amigo que ha vuelto como ingeniero al aeropuerto de Teruel, una odontóloga que llegó de la ciudad al pueblo... Además, reivindica, como «amante de la naturaleza y de hacer deporte al aire libre, esto es un disfrute. La vida cultural en los pueblos también es muy alta pese a que se cree lo contrario; no hay tanta diferencia de sueldos y es mucho más barato el precio de la vivienda y el consumo. Estoy muy contento. Hay mucho que hacer en los pueblos». Comenta que Teruel tiene 236 realidades diferentes, por cada aldea, pero «todas gracias a internet tienen una opción».
Una de esas realidades, la de Oliete, se ha visto transformada gracias a una iniciativa que surgió hace algunos años para dar vida al municipio y lo ha conseguido. Apadrina un Olivo no solo ha tejido de olivar el pueblo, sino que ha dado trabajo a personas que arribaron de Madrid, como Carolina Serna, instalada aquí con sus dos hijos y que labora con el aceite de oliva. «Yo, que viví toda la vida en Caracas, estaba cansada de la ciudad. En Madrid, busqué asociaciones para repoblar. Y en Oliete me dijeron: ‘cuando quieras’. Ver crecer a mis hijos al aire libre y no pegados a ‘la Play’ es un sueño. No tardaron en adaptarse y los veo felices», dice esta risueña venezolana. Que lleguen niños al pueblo, con la opción de mantener la escuela abierta y generar recursos y empleo, supone todo un maná en un pueblo de 364 habitantes. Es más valorado que una lluvia de millones, comenta dicharachera Serna. «Aquí todo el mundo te ayuda y es muy solidario. Llevo una vida muy sencilla, pero con muchísima libertad. En Oliete ha sido impresionante la acogida. La comunidad que se forja en los pueblos no se logra en las mastodónticas moles de cemento», resume.
Migración de ida y vuelta
Aun así, Carmen Quintanilla, presidenta de Afammer (asociación nacional de mujeres rurales) habla de que la salida migratoria ha sido más bien ocasional, para «capear la pandemia, se han ido a teletrabajar, pero retornarán a la urbe» una vez pase lo peor. También lo ve así la coordinadora de la ‘España vaciada’, cuya portavoz, Vanessa Gómez, habla de que en provincias como la suya –representa a Soria ¡Ya!– el inconveniente está en la cobertura hospitalaria o que la velocidad de internet no sea idónea para permitir el traslado definitivo. Lo que sí ha cambiado para bien –coincide Gómez– es la mentalidad, como por ejemplo en la idea de que es posible implantar una empresa en una zona despoblada.
Irreductibles al virus «Tocamos a 35 campos de fútbol por persona. No nos habríamos contagiado ni aunque hubiéramos querido»
Según los datos de Afammer, las migraciones se han producido sobre todo hacia municipios cercanos a capitales de provincia. En solo un año, 69 de los 79 municipios de menos de 2.500 habitantes de la Comunidad de Madrid han aumentado un centenar de residentes, de media. Hay provincias en el interior donde el aumento de los empadronados en municipios de menos de 5.000 habitantes ha sido de un 10%, y la demanda de vivienda ha crecido un 15%. La falta de oferta inmobiliaria es el problema esencial que encuentra Marta Corella, alcaldesa de Orea (Guadalajara), para atraer y anclar al interesado. Orea es una localidad de montaña que ha mejorado su censo de 177 a 220 habitantes en 2020. «La densidad es de menos de 2 vecinos por kilómetro cuadrado. Tocamos a 35 campos de fútbol por persona. No nos habríamos contagiado ni aunque hubiéramos querido», bromea. Para Corella, tesorera de la Asociación contra la Despoblación en el Medio Rural, conviene no olvidar que «la pandemia también ha dado al traste con los dinamizadores sociales que se estaban creando en los pueblos». Ahora, afirma, toca recomponerlos y que el rural siga luchando por «contar».