Cómo un virus marcó el cambio de una era

Un año después, nada volverá a ser igual

La crisis sanitaria que iba a durar 15 días lleva 100.000 muertes en España y un agujero inconmensurable de momentos vitales. La pandemia cambió un estilo de vida: sin abrazos, sin reuniones, sin viajes. Doce meses después del primer encierro, el debate no es si salimos mejores, sino cómo de diferentes

Texto Isabel Miranda

Ilustraciones Julián de Velasco

El estado de alarma llegó dos semanas después de que Daniel Dután comprara un restaurante en Madrid; durante el Camino de Santiago que recorría Carlos Useros; a mes y medio de la boda de Ana y Marcos. Ese 14 de marzo pusieron en pausa sus vidas y sus planes, junto a otros 47 millones de españoles, incrédulos ante la obligada reclusión en casa por una enfermedad desconocida. Iban a ser 15 días, pero ha pasado ya un año de anormalidad pandémica. Sin abrazos, sin reuniones, sin viajes, sin fiestas. Dután aún no ha inaugurado oficialmente su local, Madrida: «El 10 de junio empecé a poner desayunos como si llevara aquí toda la vida», dice. Ana y Marcos han aplazado dos veces su enlace y Useros, que pasaba seis meses al año viajando, no sabe cuándo cogerá su próximo vuelo. La pandemia, en un golpe sin precedentes, derribó una forma de vida.

Primero arrasó la cotidianidad y después trajo el miedo, la pena, la soledad, la sospecha. Llegaron las muertes, 72.258 según el balance oficial, más de 100.000 según el Instituto Nacional de Estadística. Y hace tiempo que España superó los tres millones de contagiados. En una sociedad acostumbrada a las risas en los bares, a las celebraciones sin aforo y a hacer 195 millones de viajes al año, de pronto casi la mitad de la población sintió miedo a enfermar; uno de cada cuatro a morir y un tercio a la soledad, según el CIS.

«Se ha tendido a comparar este tiempo con las pestes, pero es completamente distinto», reflexiona el filósofo Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes. En pandemias anteriores, los seres humanos estaban curtidos en la experiencia de la mortalidad, de la fragilidad. «Ahora veníamos de esa arrogancia de los héroes griegos. Nos creíamos indestructibles, invencibles, contra una naturaleza a la que de algún modo habíamos conseguido dominar. Y el duro baño de realidad es que esto no es así. Un pequeño virus, con una tasa de mortalidad relativamente baja, ha puesto en jaque a todo el planeta. Somos absolutamente vulnerables», dice Rocco.

La sociedad que salga de la pandemia no será la misma. Teresa Oñate, codirectora de la cátedra Hercritia de la UNED, lo tuvo claro el cuando el 12 de marzo de 2020 clausuró un congreso con otros colegas filósofos. «Ya sabíamos, cuando nos despedimos, que el mundo de después iba a ser otro totalmente distinto. Ese día nos despedimos de una era». Para Rocco, solo una experiencia como una guerra mundial, de fracaso, frustración, de colapso de las seguridades y ruptura de la normalidad podría acercarse al momento actual. Pero el resultado de esta crisis, opinan ambos, aún está por definir.

Adiós al optimismo

Solo 365 días después apenas queda rastro del optimismo inicial, del ‘saldremos mejores’ que lo inundó todo. En las encuestas de Ipsos, por ejemplo, España se sitúa como el país más pesimista sobre la recuperación de la ‘normalidad’, solo por detrás de Sudáfrica. Pero las consecuencias van más allá. Rafael Serrano, director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados IESA-CSIC, lo ha constatado. Preguntó en abril, en un estudio, por la institución más importante para superar la pandemia. Entonces la respuesta mayoritaria fue la de «otros ciudadanos». La gente creía que, apoyándose unos en otros, saldrían adelante. «Ahora encontramos lo contrario, una quiebra en la confianza en nosotros mismos», explica.

Son esos mismos vecinos, conocidos y compatriotas los que salen peor parados en las encuestas. Denunciar fiestas ilegales, cruzar la acera para evitar a quien lleva mal la mascarilla o mirar con recelo a quien se acerca demasiado están a la orden del día. «Se desconfía del cumplimiento de todos los demás y eso puede dejar un rastro a futuro importante. La confianza social es un elemento clave del desarrollo», contrapone Serrano.

El filósofo Valerio Rocco también vio llamativo aquel optimismo inicial desmedido. Revelaba «la incapacidad de pensar que la pandemia iba a ser un desastre desde todos los puntos de vista», como finalmente ha sido, en su opinión. Trajo también una dialéctica bélica, a pesar de que el mayor riesgo siempre estuvo en los seres queridos, con consecuencias aún por ver.

Fragilidad«Nos creíamos indestructibles. El duro baño de realidad es que no es así», dice Rocco

La sociedad se ha adaptado a la situación, pero se encuentra en un punto crítico: el socialmente más duro. «Vemos el final, pero estamos agotados. Somos más conscientes de todo lo perdido, y podemos tener también consecuencias negativas a futuro, como la crisis laboral, económica, emocional...», resume Rafael Serrano.

Porque la ciudadanía, en general, ha cumplido. Y ahora que el peligro remite empieza la retrospectiva: la de los universitarios que apenas han salido en una etapa vital difícil de recuperar, la de los abuelos que han estado prácticamente solos un año, la de las parejas que han aplazado bodas e hijos, y cuya consecuencia es ya un desplome de la natalidad a niveles de 1941. «Socialmente no se ha vivido una situación como esta nunca», dice Serrano.

Pérdida de la certidumbre

«Hemos perdido la certidumbre», asegura el catedrático de antropología social en la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Giménez. Cree que la pandemia conllevará un cambio de ciclo histórico tras una concatenación de crisis desde 2008, todas interrelacionadas. A cambio, la sociedad saliente tomará conciencia de su interdependencia, de la complejidad de la realidad y del concepto de emergencia. Serán cambios estructurales. Pero el cambio más inmediato, en experiencia de Giménez, radica en que las personas han aprendido a que la vida está en su edificio, en su barrio, en su gente. «Cuando estás confinado, te das cuenta de que lo que te queda es la familia, la conexión con amigos íntimos, la relación... hay una mayor conciencia del apego cercano de la persona».

Cambios«Sabíamos que el mundo de después iba a ser otro totalmente distinto. Ese día nos despedimos de una era», dice Oñate

Los datos del CIS lo avalan. La realidad del virus ha transformado a las personas. A veces, en cosas cotidianas. Ocho de cada diez españoles han visto renacer su amor por las actividades al aire libre, por ejemplo. Pero hay otros cambios más profundos. El 74,8% aprecia más las relaciones personales y un 60,1% dice que ha cambiado, incluso, sus valores. También hablamos más con nuestros mayores. Y, para aliviar las distancias, lo hacemos a través de una pantalla: se han triplicado los españoles que hablan por videollamada con sus abuelos. Necesitamos vernos.

Porque la soledad y las malas muertes, coinciden todos, no serán en balde. «Dejará poso durante un tiempo», asegura Serrano, con diversos estudios sobre el proceso final de la vida. «Enfrentar la muerte es muy difícil. Intentamos no mirarla como sociedad. Va a ser positivo ver que hay personas que han muerto mal: no acompañadas, sin despedidas, con circunstancias dolorosas...», cree.

Muerte«Va a ser positivo ver que hay personas que han muerto mal. Dejará poso durante un tiempo», según Serrano

Para Oñate, es la única salida de esta crisis. La de una sociedad donde el cuidado de la naturaleza, de los vulnerables y de lo cotidiano salgan reforzados. Mientras, parte de la población sigue buscando cómo encajar la pandemia, cómo procesar todo lo vivido. En el presente curso académico, la carrera de Filosofía casi ha doblado las matriculaciones en la UNED: han pasado de las mil habituales, a 1.700. «La gente necesita pensar, saber qué ocurre, tener criterios para asumir esto que está pasando», explica la catedrática. Y, aunque inicialmente, cuando se expanda la vacunación, es esperable un ‘boom’ de la exaltación, como una olla a presión, para volver a la antigua normalidad, no será posible. «Habrá un fuerte movimiento de inercia a la restitución del pasado, como si pudiéramos dejar en corchetes lo que ha pasado. Volver a la cultura de las compras, los bares, de los viajes… Pero no va a ser tan sencillo». Lo que vendrá será «otra» cultura, apunta. En el restaurante Madrida, al preguntar a Dután por aquello que desea, lo tiene claro: «Yo solo pido poder vivir». Un año después del estallido en España de la pandemia, el planteamiento no es si salimos mejores. Sino cómo de diferentes.

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