Imagen de archivo de Sadam Hussein (1 de octubre de 1990). (SYGMA)
Richard N. Haass*
En agosto de 2010 se cumplían 20 años desde que Sadam Hussein, entonces el líder indiscutido de Irak, invadió Kuwait. Lo que vino después fue la primera gran crisis internacional de la era de post-Guerra Fría que, en menos de un año, llevó a la liberación de Kuwait, junto con el restablecimiento de su gobierno. Esto se logró solamente con un modesto costo humano y económico para la extraordinaria coalición multinacional reunida por el presidente George H.W. Bush.
Desde entonces, Estados Unidos ha utilizado fuerza militar en numerosas ocasiones con diferentes propósitos. Hoy, Estados Unidos hace esfuerzos para retirarse de un segundo conflicto que involucra a Irak, intenta descifrar una salida en Afganistán y contempla el uso de fuerza con Irán. De modo que la pregunta que surge naturalmente es la siguiente: ¿qué podemos aprender de la primera guerra de Irak, considerada ampliamente como un éxito militar y diplomático?
Una lección importante surge de los fundamentos de la guerra. Una cosa es modificar el comportamiento de un estado más allá de sus fronteras, y otra muy distinta alterar lo que ocurre dentro del territorio de otro país. La Guerra del Golfo de 1990-1991 tenía que ver con revertir la agresión armada de Irak, algo que esencialmente contradecía el respeto por la soberanía, la más básica de todas las reglas que gobiernan las relaciones entre los estados en el mundo de hoy. Una vez que las fuerzas militares iraquíes fueron expulsadas de Kuwait en 1991, Estados Unidos no marchó hacia Bagdad para reemplazar el gobierno de Irak -ni se quedó en Kuwait para imponer allí la democracia.
La guerra de 2001 contra Afganistán y la guerra de 2003 contra Irak fueron marcadamente diferentes. Ambas intervenciones tenían como objetivo derrocar a los gobiernos que en ese momento estaban en el poder, y ambas lograron ese objetivo. Yo sostengo que el esfuerzo contra Afganistán estaba justificado (remover el gobierno talibán que ayudó a perpetrar los atentados del 11 de septiembre) y que el derrocamiento de Sadam Hussein no.
Justificar la inversión
Sin embargo, más allá de las posturas personales en estas cuestiones, no se puede discutir que reemplazar un gobierno por algo mejor y duradero es un objetivo diferente y mucho más ambicioso que alterar el comportamiento de un gobierno. Un cambio de régimen exitoso requiere de un compromiso a más largo plazo de fuerza militar, de expertos civiles entrenados en construir una sociedad moderna y de dinero y atención -y aún así no existe ninguna garantía de que los resultados vayan a justificar la inversión.
Otro conjunto de lecciones de la primera guerra de Irak (y también de la segunda) sugiere un límite de lo que se puede esperar de las sanciones económicas. Las sanciones por sí solas, aún aquellas que cuentan con el beneplácito del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y están respaldadas por la fuerza militar, no pudieron persuadir a Sadam Hussein de retirarse de Kuwait, cuyo control era un premio importante para él. Las sanciones tampoco pudieron generar un cambio en el gobierno de Bagdad. De hecho, con el tiempo, su capacidad de generar resultados disminuyó.
Un tercer conjunto de lecciones tiene que ver con el apoyo internacional. La participación de muchos gobiernos no sólo distribuye los costos de ir a la guerra, sino que también le da legitimidad a la acción. El respaldo multilateral puede ayudar a generar aprobación interna, o al menos tolerancia, en Estados Unidos y otros países, entre ellos aquel donde están ocurriendo las hostilidades.
¿Qué nos dicen estas lecciones, entonces, sobre cómo avanzar en Irak, Afganistán e Irán?
En el caso de Irak, el presidente Barack Obama ha repetido su promesa de poner fin a todas las operaciones de combate estadounidenses para fines de agosto, y retirar todas las fuerzas militares estadounidenses para fines del año próximo. Pero, a juzgar por la incapacidad de los políticos iraquíes de formar un nuevo gobierno meses después de las elecciones nacionales, su fracaso a la hora de ofrecer servicios esenciales y, por sobre todo, la continua violencia mortal, la construcción de una nación en Irak es un proceso que está lejos de haber terminado. La administración Obama tal vez quiera reconsiderar su compromiso de abandonar el país y, en cambio, negociar un nuevo acuerdo (que permitiría que se quedasen por lo menos 20.000 tropas estadounidenses en Irak en los próximos años) apenas surja un nuevo gobierno iraquí, si esto sucede.
Afganistán e Irán
En Afganistán, las lecciones giran alrededor de la naturaleza de lo que se busca. La historia sugiere que Estados Unidos debería pensar dos veces antes de seguir adelante con sus esfuerzos por reformar la sociedad afgana o su gobierno. Por el contrario, sería más sabio por parte de Estados Unidos limitarse a una misión contraterrorista más limitada, similar a lo que se está haciendo en Somalia y Yemen (y, en cierta medida, en Pakistán).
En el caso de Irán, la primera guerra de Irak nos enseña que las sanciones económicas probablemente no sean suficientes para persuadir a la Guardia Revolucionaria (cada vez más dominante en el país) de aceptar límites comprobables a su programa nuclear. Pero sí pueden persuadir a otros electorados poderosos dentro de Irán, principalmente los clérigos, los empresarios de bazares y los conservadores políticos, de volverse en contra del presidente Mahmoud Ahmadinejad y su base de la Guardia Revolucionaria.
Ahora bien, si éste no es el caso, el interrogante de si usar o no fuerza militar para retardar el desarrollo de un arma nuclear iraní surgirá en primer plano. Sólo unos pocos gobiernos, en el mejor de los casos, respaldarán esta acción. Nadie puede predecir o asumir qué lograría, cuánto costaría y en qué derivaría un ataque limitado a las instalaciones nucleares de Irán. Pero existe el riesgo de que no hacer nada, y en realidad aceptar el poderío nuclear iraní, traiga aparejado un futuro más peligroso y posiblemente más costoso. En consecuencia, es más probable que sea Irán, incluso más que Irak o Afganistán, alrededor del cual se debatan y, en definitiva, se apliquen las lecciones de la Guerra del Golfo.
*Richard N. Haass, ex director de planificación política del Departamento de Estado norteamericano, es presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores y autor de War of Necessity, War of Choice: A Memoir of Two Iraq Wars.