Luces y sombras de la doctrina militar

Luces y sombras de la doctrina militar

El ex presidente de EE.UU, George W. Bush, con miembros de la Infantería de Marina en Camp Lejeune, Carolina del Norte, el 03 de abril 2003. (REUTERS)

Irak, una estrategia tortuosa, pero efectiva

Pedro Baños

La veintena de días que duraron las operaciones que concluyeron el 9 de abril de 2003 con la toma de Bagdad suponen un ejemplo de eficacia militar. Sin embargo, a partir de ese instante, el ejército estadounidense se vio enfrentado a una "paz" turbulenta para la que no estaba preparado ni políticamente bien dirigido. El ejército más poderoso del mundo, bajo la batuta del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, fue incapaz de proteger a la población civil y no pudo evitar la expansión de la violencia ni que cuatro millones y medio de iraquíes tuvieran que abandonar sus hogares. Sus graves y numerosos errores le privaron del apoyo de la intelectualidad iraquí.

En las acciones contra la insurgencia que desató por todo el país destruyó gran parte de la infraestructura civil, provocando el resentimiento de la población. Además, la disolución del ejército iraquí impulsó a sus miembros a integrarse en grupos armados insurgentes. Para reducir bajas "oficiales" y realizar acciones dudosas, fomentó el empleo de fuerzas paramilitares, que llegaron a alcanzar 170.000 efectivos.

En medio del caos generado, el general Petraeus, al mando de la 101 División Aerotransportada, comenzó a aplicar en Mosul innovadoras y depuradas prácticas de contrainsurgencia, parcialmente basadas en la experiencia francesa en Argelia. En un año emprendió casi 5.000 proyectos de reconstrucción. Técnicas exitosas que prosiguió cuando se hizo cargo del Mando Multinacional para la Seguridad de la Transición, en junio de 2004. Negoció con los líderes locales y enfrentó a una parte de los suníes contra Al Qaeda. Obligó a sus soldados a comprender el modo de vida iraquí. Redujo las operaciones militares e incrementó las acciones económicas, invirtiendo 11.000 millones de dólares en proyectos sociales. Rehabilitó el ejército iraquí y puso en pie una fuerza de seguridad local de 100.000 miembros.

Más soldados para poner orden

A principios de 2007, coincidiendo con la llegada de Robert Gates como nuevo Secretario de Defensa, Petraeus, ya como jefe de todas las fuerzas norteamericanas en Irak, abogó por el incremento sustancial de fuerzas para imponer el orden. Una vez reconstituidas las fuerzas iraquíes -ya con 700.000 hombres-, Estados Unidos dejó en sus manos la seguridad del país, en especial de los núcleos urbanos, replegándose a bases fortificadas.

El presidente Barack Obama ha decidido ahora dejar una fuerza mínima de 50.000 hombres hasta el final de 2011 que permita a EE.UU. conservar las ventajas alcanzadas, pero retirando en agosto de 2010 el grueso de unas tropas exhaustas. En definitiva, una estrategia militar tortuosa, pero que ha conseguido los objetivos geopolíticos de Washington: influencia sobre la zona que alberga el 75% de las reservas mundiales de hidrocarburos; apoyo a Israel; presión sobre Irán y Siria; contención de las ambiciones saudíes; enfrentamiento suní-chiita que impide la unificación del mundo islámico y que Al Qaeda consiga su ansiado califato mundial; por el camino, ha logrado además disponer de fuerzas preposicionadas para su empleo en otros escenarios asiáticos.