El catalanista Francesc Cambó, «mecenas» del SIFNE, servicio secreto franquista en la frontera con Francia, en 1937 (Foto: José Díaz Casariego)

El catalanista Francesc Cambó, «mecenas» del SIFNE, servicio secreto franquista en la frontera con Francia, en 1937 (Foto: José Díaz Casariego)

Los espías de la Guerra Civil

Republicanos y nacionales se vieron obligados a desarrollar improvisados servicios de inteligencia en el sur de Francia para anticiparse al enemigo

LUIS MIGUEL L. FARRACES

Puerto de Marsella (Francia), 6 de febrero de 1937. El vapor «Navarra», cuya salida hacia la Barcelona republicana está programada 48 horas después, se consume presa de las llamas en la misma dársena. Los funcionarios portuarios tratan de sofocar el incendio, que a todas luces parece provocado, y descargan algunas cajas registradas como conservas alimenticias. Pero, en medio del revuelo, algunos de los contenedores se rompen dejando entrever su carga real: ametralladoras desmontadas. Dos hombres contemplan la escena a una distancia prudente. Se miran, sonríen. Son agentes de Franco.

Más allá de Belchite, el Ebro o el Jarama, la Guerra Civil también se libró en el sur de Francia. Cierto que en aquellas escenas bélicas no aparecían fusiles, trincheras ni cazabombarderos, pero los Pirineos fueron testigos de otra batalla decisiva: la batalla de la información. Redes de espionaje montadas a contrarreloj, con agentes sin apenas formación en la materia, que pugnaron entre sí para tratar de anticiparse a los movimientos del enemigo desde el otro lado de la frontera.

El hecho de que un pintor como Luis Quintanilla, hombre de confianza de Francisco Largo Caballero, fuese el principal responsable de montar el servicio de inteligencia republicano en la zona, ya da idea del «amateurismo» de estas redes. Sin personal experto y con una Embajada en París algo reacia a rascarse el bolsillo, el servicio de espionaje que ayudó a desplegar en Francia siempre fue un paso por detrás de la red del bando nacional. El propio Quintanilla abandonaría el servicio por desavenencias con la diplomacia republicana en Francia y tras el secuestro de su amante por parte de agentes franquistas.

A pesar de todo, los agentes republicanos lograron algunos éxitos en suelo galo. El más importante, la infiltración del capitán Alberto Bayo en una célula creada por la inteligencia franquista para erosionar la imagen de los republicanos exiliados en el país vecino. Y es que a pesar de que Francia había firmado un pacto de no intervención, lo cierto es que tanto las autoridades como el pueblo galo simpatizaban con los republicanos y hacían la vista gorda ante los continuos envíos de armamento hacia Cataluña y Valencia.

Operaciones de bandera falsa

La célula franquista a la que llegó Bayo planeaba una serie de atentados contra intereses de la derecha en Francia con el objetivo de que la prensa echara la culpa a los «rojos» españoles. Dicha célula llegó a atentar, con la colaboración de la extrema derecha gala, contra un tren de la línea Burdeos-Marsella y a detonar sendas bombas en la sede de la patronal y del sector metalúrgico en París. Los agentes franquistas se comunicaban entre sí con mensajes en clave en la sección de anuncios amorosos del periódico L'Humanité, curiosamente, el diario del Partido Comunista.

Balló, al que los agentes nacionales le entregaron una bomba que debía llevar por destino el pabellón alemán de la Exposición Universal de París, dio parte a la Embajada de las actividades de la inteligencia franquista. Pero esa no fue la única preocupación que llegó a los republicanos a través de sus agentes en 1937. Solo unos meses antes los espías habían dado parte de un supuesto plan del enemigo para poner en marcha una guerra bacteriológica. Al parecer, agentes republicanos interceptaron un informe del general italiano Mario Roatta en el que se sugería la propagación del virus del tifus en el sector español de los Pirineos. El objetivo era crear una epidemia que obligase a las autoridades francesas a cerrar la frontera. De hacerlo, los nacionales lograrían cortar las líneas de suministro del enemigo.

Catalanistas entre los espías de Franco

Dos personas tuvieron una importancia capital en el establecimiento de la red de espionaje: Francesc Cambó y Josep Bertran i Musitu, dos de los fundadores de la Lliga Regionalista catalana. El miedo a ver instaurada una república de izquierdas en España hizo que su vena conservadora prevaleciese sobre la catalanista. Así, Cambó financió el SIFNE (Servicio de Información en la Frontera Noroeste de España), mientras Musitu dirigía a los agentes. En sus comienzos además contaron con la colaboración de decenas de burgueses españoles exiliados ante la amenaza comunista entre Biarritz y San Juan de Luz.

La falta de preparación de los efectivos franquistas era también manifiesta. Así lo demuestra, por ejemplo, el intento de secuestro en Brest del submarino republicano C-2, que tuvo que ser abortado dada la incapacidad de los agentes para reducir a todos los centinelas y poner los motores en marcha una vez realizado el asalto. No obstante, los éxitos del espionaje franquista fueron notablemente superiores a los de sus enemigos.

Las principales tareas de los agentes nacionales pasaban por vigilar el tráfico de mercancías en los puertos franceses para denunciar el envío de armamento camuflado por barco a los republicanos. En caso de que las denuncias cayeran en saco roto, saboteaban ellos mismos los buques. Para su tarea contaban además con valiosos colaboradores, agentes simpatizantes de las formaciones ultraconservador «Croix de Feu» y «La Cagouele», y con oportunistas dispuestos a hacer su agosto en tiempos difíciles. Tal fue el caso de dos empleados del servicio de telégrafos de Marsella, Sentenac y Pigeyre, que vendían telegramas con información sobre el curso de la guerra enviados al Gobierno republicano desde Argel. Luego se dedicaban a vender la información a los agentes nacionales.

Las autoridades francesas descubrieron la trama y detuvieron en agosto de 1937 a los implicados. En Francia las actividades de la inteligencia de Franco se seguían de cerca, pues existía el temor a que los mismos agentes se pusieran en el futuro al servicio de las autoridades del potencial enemigo nazi. Franco obtuvo gracias al SIFNE una cantera de agentes adiestrados capaz de seguir de cerca a comunistas, nacionalistas y demás enemigos del régimen desde la Dirección General de Seguridad. A los agentes republicanos solo les quedó una vida en el exilio.