Alexánder Lukashenko (Kopys, 30 de agosto de 1954)El déspota que sobrevivió al fin de la Unión Soviética
Conocido como ‘el último dictador de Europa’, es el mandatario que más tiempo lleva en el poder en el Viejo Continente. Y hace lo posible por seguir: desde manipular elecciones a reprimir brutalmente a los disidentes
La ola de protestas que contra Lukashenko se desató el año pasado tras el fraude electoral perpetrado para evitar entregar el poder a la verdadera ganadora, Svetlana Tijanóvskaya, pusieron al tirano entre la espada y la pared. Para frustrar los esfuerzos de sus adversarios, además de lanzar contra ellos la mayor cruzada represiva jamás vista antes en Bielorrusia, prometió una reforma constitucional que recortara poderes al jefe del Estado y limitara a dos los mandatos presidenciales.
El presidente bielorruso se seca el sudor mientras comparece ante los periodistas en 2010.AFP
Una vez aprobada la nueva Carta Magna, cuyo referéndum, según el autócrata bielorruso, «tendrá lugar en febrero de 2022», prometió que convocará después elecciones presidenciales a las que insinuó que podría no presentarse. Sin embargo, a principios del octubre, en una entrevista al canal norteamericano CNN, reconoció que no era «descartable» que permanezca en su puesto «hasta el final de vida». Según sus palabras, algo así sucedería «si hiciera falta garantizar la paz y el orden en el país». Siempre se definió como el creador del actual Estado bielorruso y se arrogó la misión de preservarlo a cualquier precio, lo que significa que cualquier cosa vale con tal de conseguirlo.
Ante la ola de protestas tras el fraude electoral de 2020, lanzó la mayor cruzada represiva jamás vista antes en el país
Tijanóvskaya cree que el dirigente bielorruso lo que busca es «ganar tiempo, reprimir y enfriar los ánimos de protesta» en el país. A su juicio, «se trata de estirar lo más posible» el proceso constituyente, la celebración de un referéndum y la convocatoria de elecciones presidenciales. En Rusia, el año pasado, hubo ya una consulta popular sobre la nueva Ley Fundamental, que la oposición tachó de fraudulenta, y al final la consecuencia principal es que el presidente Vladímir Putin podrá continuar al frente del país dos mandatos más, hasta 2036.
El líder opositor bielorruso exiliado en Polonia, Pável Latushko, considera que «si Lukashenko manipuló los resultados de las elecciones de agosto de 2020, no tendrá ningún escrúpulo en hacerlo también en un referéndum constitucional». Tanto Tijanóvskaya, exiliada en Lituania, como Latushko están encausados por distintos presuntos delitos de intento de tomar el poder, terrorismo y creación de organización extremista.
El presidente bielorruso, con Vladimir Putin durante la clausura de los Juegos Europeos de 2019, en el Dinamo Stadium de Minsk.REUTERSAlexánder Lukashenko conversa en 1997 con el entonces presidente ruso, Boris Yeltsin.REUTERSEl mandatario bebe un vaso de vino caliente con Dmitry Medvedev durante un encuentro en 2009.EPA
En la presidencia desde 1994
Lukashenko, de 67 años de edad, es hoy día el dirigente europeo que más tiempo lleva en el poder. Se hizo con la presidencia de su país en 1994 enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción, las privatizaciones y el capitalismo salvaje. Fue miembro de la Juventudes Comunistas y su ingreso en el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) se produjo en 1979. Había sido profesor de historia e ingeniero agrónomo. Dirigió después un ‘koljoz’ (cooperativa agraria soviética) cerca de la ciudad de Mogiliov y, en marzo de 1990 logró escaño en el Sóviet Supremo de la república (Parlamento).
Fue uno de los pocos diputados que votaron en contra de que Bielorrusia dejase de formar parte de la moribunda Unión Soviética. Después consiguió ser puesto al frente de un comité parlamentario de lucha contra la corrupción, puesto que le hizo ganar popularidad y que utilizó como plataforma para impulsar su carrera política.
Jamás ocultó que su modelo de estado es el comunista, el soviético, incluso en los símbolos. Cambió la bandera de la Bielorrusia independiente por la roja que tenía como república federada soviética y mantuvo el nombre del KGB para los servicios secretos. Durante una rueda de prensa que ofreció en octubre de 2012 dijo que «Lenin creó un estado y Stalin lo reforzó», como si la Rusia de los zares careciera de estado, y añadió: «Yo estoy todavía lejos de Lenin y Stalin, me queda mucho que andar para ponerme a la altura de ellos», dejando claro quiénes son sus ideales a seguir.
Lukashenko, en 2020 en su residencia en Minsk, cerca de donde se producían protestas en su contra. A la dcha., pilotando una Harley-Davidson, en esa misma localidad, en 2009.REUTERS / EPA / REUTERS
Dos años antes, en diciembre de 2010, el déspota bielorruso admitió que conserva «en el armario» el carné del Partido Comunista. «No he cambiado de partido ni lo haré», afirmó, pese a que, tras la desintegración de la URSS, nunca se presentó formalmente como candidato comunista. «He crecido en el seno del sistema soviético (...) me bastaba para vivir», señaló en otra de sus comparecencias ante los medios en octubre de 2013.
Lukashenko ganó en los comicios presidenciales de 1994 con la promesa de restablecer las dotaciones y ventajas sociales que estuvieron vigentes en la Unión Soviética. Su programa filosoviético incluía también la unión con Rusia, idea entonces muy popular entre los bielorrusos. Consiguió así desbancar a su predecesor en el cargo, Stanislav Shushkévich, uno de los artífices del acta que acabó con la URSS.
Logró un escaño en el Sóviet Supremo en 1990 y fue de los pocos que votaron en contra de que Bielorrusia dejase la moribunda URSS
Lukashenko instauró un modelo económico basado en el sistema de planificación propio de la era comunista y utilizó el señuelo de la unión con Rusia para conseguir carburantes a precios subvencionados. Sin embargo, la oposición estuvo cerca de alcanzar la mayoría y la respuesta de Lukashenko fue celebrar, en 1996, un referéndum constitucional con la idea de reforzar sus poderes para destruir a sus oponentes, proeuropeos y partidarios de enterrar de una vez por todas todo vestigio del antiguo régimen soviético. Aquel choque con la oposición terminó sumiendo al país en una verdadera dictadura. El expresidente norteamericano George W. Bush fue quien bautizó al presidente bielorruso con el apelativo del «último dictador de Europa».
Tras los cambios constitucionales, consiguió convertir el Parlamento en un apéndice de su poder personal. Actuó, ya desde el principio, con brutal crueldad contra quienes en la clandestinidad intentaban conspirar contra él. Una nueva vuelta de tuerca para perpetuarse en el poder fue el referéndum celebrado en octubre de 2004, con el que logró eliminar la limitación de mandatos presidenciales.
Unos manifestantes sostienen en 2020 carteles con el retrato de Lukashenko y la leyenda «Se busca vivo o muerto».EFE
Desde aquel momento dirige la república con mano de hierro. Hace tiempo que en Bielorrusia las libertades y el pluralismo brillan por su ausencia. Las elecciones hace mucho que dejaron de ser limpias y democráticas mientras los derechos de reunión y manifestación prácticamente no existen. La represión, encarcelamientos y hasta los asesinatos de opositores vienen también de lejos.
El declive de la economía del país fue para el dictador, no producto de su mala gestión, como había sucedido con la Unión Soviética, sino de los intentos «desestabilizadores» de Occidente, una de sus principales obsesiones, idéntica a la que padecían los jerarcas comunistas en los tiempos de la Guerra Fría. Otros tics soviéticos del dirigente bielorruso es vestir uniformes militares y creer que el líder de una nación debe estar al mando hasta la muerte, como todos los secretarios generales del PCUS, salvo Nikita Jrushiov y Mijáil Gorbachov, personajes ambos que detesta.