Vox agita el miedo a la globalización como imán para el voto más identitario

Abascal cerró el círculo en la madrileña plaza de Colón, bien entrada la tarde, en una jornada en la que amaneció en Murcia, pasó por Albacete para reiterar sus avisos al Partido Popular (PP) —un socio necesario con el que ha querido marcar distancias— y concluyó con un gran mitin los quince días más decisivos para su formación desde su irrupción en el panorama político nacional. Vox se juega, ni más ni menos, hacerse con la fuerza suficiente para reclamar su entrada en el futuro Gobierno de España.

En cada mitin, en cada rincón del país, Abascal y dirigentes como Ignacio Garriga, Jorge Buxadé, Iván Espinosa de los Monteros, María Ruiz y Pepa Millán, entre muchos otros, han repetido los mensajes fuerza de Vox en su camino hacia el 23J. Mañana las urnas dictarán sentencia, pero en el caso de Vox la carga ideológica de sus propuestas, contrarias a la globalización y reivindicadoras de lo local, ha permanecido fuera de toda duda.

Entre las críticas al Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, casi recitadas de memoria, desde la «ilegitimidad» que denuncia Vox por las mentiras de Pedro Sánchez, hasta los efectos indeseados de la 'ley del solo sí es sí', pasando por sus reproches a los populares, Vox ha paseado su programa en busca del votante más conservador, rural y afectado por las consecuencias directas de la globalización en su día a día.

Seguridad. Con esa palabra, Vox ha aprovechado para arremeter contra la «inmigración ilegal», a la que el partido culpa sistemáticamente de promover la delincuencia y la inseguridad en barrios de muchas ciudades españolas. La formación derechista es la más dura en sus medidas contra este fenómeno, propone la expulsión de toda persona que acceda irregularmente al país e incluso la deportación de los extranjeros nacionalizados que cometan delitos graves.

Campo. Abascal, con la Agenda 2030 entre ceja y ceja —esa que busca reducir las emisiones de CO2 para limitar las consecuencias catastróficas del cambio climático—, insiste en señalar la ley climática aprobada en 2021 como «un suicidio» para el campo. Incide en la necesidad de no criminalizar el sector, fomentar los regadíos para los cultivos —para ello pide un plan hidrológico nacional— y no poner coto al consumo de carne, por ejemplo, como planteó el ministro Alberto Garzón.

Industria. Como con el campo, de nuevo la globalización y la lucha contra el cambio climático se cruzan, según Vox, en los intereses de los españoles. La prohibición de explorar y explotar nuevos hidrocarburos es, para Abascal y sus correligionarios, una condena a la «ruina». La formación plantea no eliminar centrales térmicas ni presas hidráulicas e incentivar la energía nuclear para no depender energéticamente de otras potencias.

Más allá de estos tres frentes, y ya en un prisma mucho más estratégico, Vox se ha cuidado mucho de apelar al votante fronterizo con el PP. Conservador, tradicional y, sobre todo, reacio a pactar con el socialismo.

Ya desde el primer domingo de la campaña, en Mérida, Abascal abrió de forma expresa las puertas a todo popular que renegase de acuerdos que permitan gobernar a la lista más votada. Más adelante, criticó con vehemencia la oferta de Alberto Núñez Feijóo de cinco pactos de Estado. Y es que Abascal defiende que la verdadera «alternativa», que no alternancia, pasa por la presencia de Vox en el Ejecutivo. Ayer mismo, en Albacete, el líder derechista jugó con la idea de que votar al PP es «jugársela». «Es hacer una operación de riesgo, jugar a la lotería».