Sumar y Podemos ensayan la bicefalia con la que fracasó Ciudadanos
La 'nueva política' se peneuviza, en un movimiento que constata el fracaso de los hiperliderazgos
Podemos encumbra a Ione Belarra, pero aclama a Irene Montero

Ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias. Ni Inés Arrimadas ni Yolanda Díaz. De los partidos surgidos en la ola de la llamada 'nueva política', a la sazón favorecidos por los vientos de indignación tras los efectos de la crisis financiera del 2008, ... solo Vox resiste frente a la solidez del bipartidismo con una apuesta personalista: Santiago Abascal. El resto de opciones, bien extraparlamentarias bien luchando por su supervivencia a medio plazo, han asumido el fracaso de hiperliderazgos que sucumbieron en sus intentos de «asaltar el cielo», como llegó a decir el exvicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias años antes de su último baile para intentar derrocar a Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid.
Aquellos años, los de la irrupción de Podemos y Ciudadanos (CS), se construyeron casi artificialmente proyectos políticos a los que llegaron antes la imagen, el liderazgo, que la estructura. Es cierto que el caso de CS era distinto en Cataluña, porque el proyecto nació allí en 2006 como un dique de contención frente al nacionalismo, pero los dos comparten una cierta improvisación en su implantación nacional. La marca, en sus mejores momentos, suplió la carencia de la masa de la que gozan el PSOE y el PP a lo largo y ancho de España, tras décadas alternándose en el poder.
Iglesias y Rivera, Rivera e Iglesias, fueron claves en el éxito de dos proyectos políticos que se identificaron con ellos por completo, como si sus nombres fuesen intercambiables con los de sus partidos. Eso, definitivamente, ha terminado. Lo hizo primero en Ciudadanos, que nunca se recuperó de la crisis a la que se lanzó de cabeza en su intento fallido de superar al PP, e imitan ahora sus pasos, quién sabe si con el mismo éxito, tanto Sumar como Podemos. Liberales e izquierda radical, tras rozar el 'sorpasso' a las formaciones tradicionales, renuncian en distintas fases a liderazgos todoterreno para abogar por una separación clara del candidato 'presidencial', la cara visible, y del aparato orgánico.
Es la 'peneuvización' de la nueva política: una apuesta por una suerte de bicefalia, con un mando institucional y otro orgánico, adoptada más por necesidad de adaptación que por convicción. En apenas quince días, Sumar y Podemos, inmersos en una guerra fratricida nada disimulada, han tomado decisiones orgánicas que van en la misma dirección que los pasos del fracaso protagonizado por Ciudadanos.
Los liberales lanzaron al aire la idea de la bicefalia con la intención de proteger a una cuestionada Arrimadas –que buscó sin conseguirlo devolver al pragmatismo a su espacio político después de haberse entregado al 'no es no' a Pedro Sánchez–, pero en plena batalla con su otrora mano derecha, Edmundo Bal, se coló el eurodiputado Adrián Vázquez –ahora en el PP– para asumir la parcela orgánica e hizo tándem con una casi desconocida Patricia Guasp, quien, tras encarnar el rostro y la voz del partido durante un breve tiempo, dejó la política.
En las decisiones orgánicas tomadas ahora por Sumar y Podemos, respectivamente, hay matices que las diferencian, pero también similitudes. La principal, la necesidad de facilitar una coraza a la cabeza visible del proyecto, Yolanda Díaz e Irene Montero, hasta que tengan la oportunidad de batirse en duelo en unas elecciones generales. Díaz fue la señalada por Iglesias como su sucesora, en una jugada que contribuyó a descapitalizar Podemos, que ve en el nombramiento de la vicepresidenta del Ejecutivo y ministra de Trabajo «el mayor error» que ha cometido en su década de vida.
En el espacio a la izquierda del PSOE, desde formaciones que mantienen la alianza con Movimiento Sumar, definen a la vicepresidenta segunda como «una excelente gestora», sí, pero también «una pésima líder de partido». Dos etiquetas que no son incompatibles y que explican por qué Díaz, tras el batacazo en las elecciones europeas del año pasado, en las que empató con la agrupación antisistema Se Acabó La Fiesta y apenas superó por un escaño a Podemos, anunció su dimisión de todos sus cargos orgánicos.
En la asamblea de Sumar, celebrada a finales de marzo, la vicepresidenta se situó como número tres de la lista oficialista, por detrás de una coordinadora compartida en manos de Lara Hernández y Carlos Martín. En la bicefalia de Sumar, donde Díaz mantiene el peso institucional y se perfila como futura candidata, hay a su vez una segunda bicefalia en el aparato, cuyo control recae en dos personas.
El pasado fin de semana, en la asamblea de Podemos, se explicitó también el abandono del hiperliderazgo que un día ejerció Iglesias –ahora centrado en canonizar las políticas de la izquierda desde sus propios medios–, aunque de facto esto ya sucedió cuando fue Ione Belarra quien heredó la Secretaría General de la formación izquierdista y no Irene Montero, sucesora natural de Iglesias, pero también su pareja sentimental. Ahora, con la barrera que crea el tiempo, Podemos corona a Montero como su candidata a los comicios generales –sin votación interna mediante– y Belarra sigue al timón de las decisiones orgánicas.
A Ciudadanos no le salió bien su apuesta por un modelo bicéfalo –llegó a prohibir por estatutos que el secretario general fuese candidato a presidir el Gobierno– y solo el tiempo dirá si esto termina de sepultar a Sumar y a Podemos o corren distinta suerte. Solo Abascal, entre los líderes de los nuevos partidos, parece consolidar un liderazgo incuestionable en Vox.
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