SPECTATOR IN BARCINO
No olvidar nunca lo que ha pasado
Illa no olvida, dice. Los catalanes constitucionalistas que el 23-J, de buena fe, le prestaron su voto, tampoco
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Iniciar sesión«No hay que ser nunca rencoroso, pero no hay que olvidar nunca lo que ha pasado. Si esto no está ya solucionado en Europa, es porque el PP ha hecho llamadas… Bastaba con que no levantaran el teléfono. Eso yo no lo olvido», sentenció ... Illa acerca de la negativa de la UE a que el catalán sea lengua oficial en sus instituciones. Quienes confiaron en Illa aquella primera semana de octubre de hace ocho años tampoco olvidan. Con el golpe secesionista en marcha y tras el discurso del Rey del 3 de octubre llegó la manifestación del 8, organizada por Sociedad Civil Catalana: «No en mi nombre. Ni amnistía, ni autodeterminación», era el lema. «Todos los pueblos, modernos o atrasados, viven en su historia momentos en los que la razón es barrida por la pasión, pero la pasión puede ser destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y el racismo», advirtió Mario Vargas Llosa en su intervención. «Si se declara unilateralmente la independencia, este país se va al traste», dijo Josep Borrell bandera de la UE en mano. Y remachó: «¡Esta es nuestra estelada!».
Illa estaba allí, una presencia más discreta; el temor ancestral del PSC ante un nacionalismo que nunca los consideraba catalanes cien por cien: combinar el marxismo de Sarrià-Sant Gervasi con el sindicalismo charnego del Cinturón Rojo nunca convenció a los macizos de la raza.
Con su aspecto de probo funcionario y antiparras de la primera época de Woody Allen, Illa pretende encarnar el eslogan de «la fuerza tranquila» que llevó a François Mitterrand a la presidencia en 1981. Pero la presidencia de Mitterrand no fue tranquila: gobernó de forma sectaria con los comunistas. Tampoco la fuerza de Illa: su partido gobierna España gracias a los partidos contra España y él malvive en la Generalitat, pendiente de Esquerra y los Comunes. Eso explica que el mismo político que podía defender la lengua española en Cataluña frente a la ofensiva monolingüe del secesionismo sea hoy el apóstol de la inmersión y la imposición del catalán a machamartillo.
Illa no olvida, dice. Los catalanes constitucionalistas que el 23-J, de buena fe, le prestaron su voto, tampoco. «El camino de la amnistía no es el camino correcto, porque no tiene encaje constitucional», aseguraba Illa en 2020. Un año después, sus opiniones parecían las mismas: «Ni Cataluña será independiente, ni habrá amnistía ni referéndum de autodeterminación». Cuando el Gobierno separatista de Pere Aragonès le pidió los cien días de gracia parlamentaria, contestó: «Ni cien días, ni cincuenta, ni veinte, ni tres. Cero días de gracia a los partidos que han llevado a Cataluña a la peor decadencia de las últimas décadas». Y lo hacía con ese rictus de ofendidito que ahora dedica al PP.
Advino el 23-J y el PSOE, que decía defender los valores constitucionales, se vio obligado a tender la mano a los enemigos de la Constitución. El Illa que negaba la amnistía exige a los jueces su aplicación con la misma vehemencia de la corte de Waterloo: «No habrá normalidad hasta que la ley de amnistía sea efectiva», declara indignado. El mentiroso político, ironizaba Jonathan Swift, «debe tener una memoria muy limitada, debido a las varias ocasiones en que al cabo de una hora se contradice y jura dos cosas radicalmente contradictorias según quien sea su interlocutor». Los catalanes constitucionalistas del 8 de octubre ya no son los interlocutores de este presidente que confunde la convivencia democrática con el contentamiento permanente de quienes la quebraron. Illa no olvida, dice. Los catalanes a los que abandonó, tampoco. No hay que olvidar nunca lo que ha pasado.
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