Sánchez dilapida la influencia sobre temas de iberoamérica en la UE

«España sigue siendo el país de referencia en temas de América Latina, aunque no sea más que porque los demás países -salvo Portugal- no tienen ni idea de cómo son las cosas allí», afirma el diplomático y ahora eurodiputado popular Nicolás Pascual, que ha ocupado varios puestos en Bruselas, incluyendo el de embajador ante el Comité Político de Seguridad, que es el organismo donde los países miembros discuten las posiciones conjuntas en política exterior. «El problema -añade- es que los últimos gobiernos, específicamente desde la época de Rodríguez Zapatero, han ido dejando de lado este asunto».

En general, el interés de los gobiernos europeos por Iberoamérica es muy escaso. Esta semana se ha celebrado en Budapest una reunión interparlamentaria bajo la presidencia húngara y nadie ha mencionado siquiera el asunto de Venezuela que puede considerarse de actualidad, mientras que todo el interés se enfocó a la guerra de Ucrania.

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Sin embargo, la influencia de España en tiempos en los que fue muy activa trajo un formidable impulso a la democracia en casi todos los países y un aumento importante de las relaciones económicas. La expresión de esa influencia española en Bruselas se concretó en la organización periódica (cada dos años) de reuniones entre los líderes europeos e iberoamericanos, que cuando se han celebrado en Europa siempre ha sido en Bruselas o en Madrid, salvo una vez que fue en Viena. Como en la última ocasión, el año pasado, también se hizo coincidir con la presidencia española. Sin embargo, ahora mismo España acumula más problemas que ningún otro país en la zona, ya sea con México o con Argentina, mientras que en muchos países la democracia, que ha sido el principal objetivo para la UE en su política exterior, está más amenazada que hace una década.

Probablemente se podría identificar el momento en el que España dejó de ser la brújula en temas iberoamericanos cuando Zapatero decidió dejar de apoyar la llamada «posición común» sobre Cuba, que fueron una serie de reglas diseñadas por José María Aznar para tratar con la dictadura castrista, apoyando a la vez a los disidentes pacíficos. Aznar había logrado sumar muchos apoyos en los países recién incorporados a la UE en el este de Europa, que conocían perfectamente las características de una dictadura comunista porque las habían vivido en carne propia y fueron estos países los que intentaron sostenerla frente a las presiones colosales del Gobierno español de la época, empeñado en desmantelar la «posición común». En los consejos de ministros de Exteriores se empezó a ver a los representantes de países como la República Checa o Suecia defendiendo la política que España había abandonado de forma unilateral.

En unas declaraciones recientes a 'Agenda Pública', el diplomático y ex director del CNI, Jorge Dezcallar, se lamentaba precisamente de esa pérdida de posiciones por parte de España. «Me duele ver -decía- que España tuvo más presencia en Bruselas en la época de Felipe González, incluso en la de José María Aznar, que la que tiene ahora. Es verdad que el centro del poder en la UE se ha desplazado hacia el norte como consecuencia de la crisis de Ucrania. En este momento hay países como Polonia o Países Bajos que tienen más peso en Bruselas que el que tenemos nosotros, porque estamos mirándonos en el ombligo, en otras guerras». Dezcallar afirma incluso que los demás países «están deseando que España, que es la cuarta economía de la Eurozona, ponga encima de la mesa proyectos en vez de ir siempre a rebufo de lo que hacen los demás. Nos piden más protagonismo».

Sin embargo, ese protagonismo tal como lo ejerce el actual gobierno español no siempre va en la misma dirección que los demás esperan. En la última cumbre con la CELAC, causó una fuerte impresión que el propio Sánchez forzase el protocolo para saludar más efusivamente a Delcy Rodríguez, que había tenido que ser autorizada a entrar en territorio europeo a pesar de que pesa sobre ella una sanción que se lo impide. No todos los presentes apreciaron esta deferencia que provocó a su vez una sonora polémica en España. Sánchez también fue muy reticente a la hora de reconocer en su día a Juan Guaidó como presidente interino, a pesar de que había varios países que lo pedían, y promovió una política de conciliación con la dictadura de Maduro, pensando que este hablaba en serio cuando prometía elecciones libres este año.

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Ese declive de la influencia de España se ha producido a pesar de que en esta legislatura el Alto Representante para la política exterior fue designado por el propio Sánchez. Josep Borrell le ha hecho innumerables favores al Gobierno de Pedro Sánchez en todos los escenarios en los que se lo han pedido, pero han servido de poco en Bruselas porque cuando no ha sido por razones de política interna del Gobierno de coalición, han sido temas que incomodaban a otros países. Esa palanca va a desaparecer puesto que Borrell ya está de salida y dentro de dos meses será sustituido por la ex primera ministra estonia, Kaja Kallas, que es mucho más radical en las definiciones políticas y que viene de un país que pasó por el comunismo.

El actual debate sobre Venezuela que se ha trasladado desde la política interna española a la europea, vuelve a resaltar esa influencia menguante por parte de España. El jueves será la votación en el Parlamento Europeo. La actitud del Gobierno se ha contagiado al PSOE y sus eurodiputados tendrán que intentar no quedarse aislados en una discusión que probablemente terminará con la aprobación de una resolución que inste a la UE y a los gobiernos nacionales a reconocer a Edmundo González como vencedor de las elecciones del pasado 28 de julio, en contra de lo que el Gobierno de Pedro Sánchez se empeña en mantener. Si esa resolución se aprueba, como parece lo más probable, el asunto seguirá dentro del debate europeo.