Setién Trapero y tara

Trapero no es independentista ni deja de serlo. Es un oportunista al que sólo le interesa su poder y su vanidad. Habría dado el golpe si hubiera creído que iba a triunfar, pero enseguida vio el farol y se curó en salud, usando a sus periodistas amigas -Mayka Navarro ('La Vanguardia'), Fàtima Llambrich (TV3), Neus Tomàs ('eldiario.es') y Anna Punsí (ex Cadena Ser y ahora TV3)- para difundir la idea de que su papel había sido crucial para frenar la intentona. No sirvió para evitar que Pere Aragonès se cobrara su cabeza a través del consejero de Interior, Joan Ignasi Elena.

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De producirse, el regreso de Trapero sería el muerto vivo de Peret para sus viudas, pero una pésima noticia para la vida pública catalana. Y no por su filiación política, sino porque es un espanto que un policía esté dispuesto a pisotearnos por sus caprichos personales.

Si Puigdemont y Junqueras no hubieran sido tan cobardes, Trapero se habría descarado como engranaje de la maquinaria totalitaria. El cortoplacismo de recuperarlo porque los independentistas se sienten ahora ofendiditos con él no borrará el desamparo y el miedo de los cerebros y los corazones de millones de catalanes que el 1 de octubre de 2017 vimos cómo nuestra Policía autonómica se puso, bajo sus órdenes tácitas, implícitas y seguramente indemostrables, del lado de los que querían acabar con nuestra democracia y nuestras libertades.