Análisis
Es que ya no hacemos nada juntos
El presidente y su equipo ganarán si entienden que en los próximos meses no van a hablar con un prófugo o con un «president a l'exili» sino con una esposa que quiere que «me vuelvas a enamorar»
¿Y si el acuerdo lo firma Sánchez en Waterloo?
Junts celebrando una ejecutiva esta mañana a las 8:00 en el Congreso, justo antes de la votación para la composición de la Mesa da una idea de su carencia afectiva y de que el nacionalismo —en todas sus formas y expresiones— ha sido ... siempre una patológica necesidad de llamar la atención. Quieren que estemos todos pendientes de su proeza y naturalmente vamos a estarlo.
Iban a pedir la independencia y han pedido un traductor, querían sentarse a «negociar con el Estado» y han pedido dos tickets para un tour por sus cloacas, y querían «cobrar por adelantado» para conformarse con unos pagarés con la firma de Pedro Sánchez, como si eso tuviera algún valor.
Puigdemont continúa siendo el mismo señor de pueblo vanidoso y agrandado que cambió de coche bajo un puente el 1 de octubre de 2017 o huyó a Bélgica en lugar de defender la independencia que él mismo había declarado, en su absurda y diminuta guerra de botones con Esquerra.
Ahora quiere ser el centro de la política española pero ni es el presidente de la Generalitat, ni ha ganado jamás unas elecciones al Parlament, ni puede puede por lo tanto hablar en nombre de los catalanes, que el pasado 23 de julio le volvieron a despreciar en las urnas dejándolo con menos escaños que nunca y hasta con menos votos que el PP —lo que ya es decir en Cataluña—.
En esta enfermiza sed de reconocimiento, protagonismo y ternura ha basado y basará Puigdemont la negociación con Pedro Sánchez. Y hay que añadir también la afectación catalana. No es que nos pierda la estética: nos puede la cursilería. Una reunión de última hora, los tuits previos haciéndose el misterioso, como si fuera el presentador de un concurso.
«Sube el precio de la subasta». ¿Quién podría tomarlo en serio? ¿Quién podría creerse su mascarada de estadista? Puigdemont es el Juego del Calamar sin cadáveres. El Tren de la Bruja, y quien le robe la escoba tiene un viaje gratis. Puigdemont es tu esposa cuando te dice «es que ya no hacemos nada juntos», y tú sin pensarlo compras dos entradas para el teatro.
No le compras un bolso porque sería no implicarte. No pagas un viaje porque sería caro, largo y coñazo. Lo del teatro funciona porque haces algo con ella que nunca haces con tus amigos (y por lo que te estamos todos muy agradecidos). El presidente y su equipo ganarán si entienden que en los próximos meses no van a hablar con un prófugo o con un «president a l'exili» sino con una esposa que quiere que «me vuelvas a enamorar».
Que Pedro Sánchez se reserve el dinero para comprar bolsos y joyas a Esquerra y a Bildu, que son queridas profesionales y sólo reclaman lo estipulado. Para Puigdemont, que agudice la fantasía, el cinismo y el cariño. Clonazepán y circo, según sentencia de don Andrés. Por el referendo y la independencia, que ni se preocupe. Ya hicieron esa piñata, lo dejaron todo perdido y tuvimos que fregar nosotros.
Todo folklore, como ha quedado hoy. Folklore de más o menos rango. Una visita presidencial a Waterloo para certificar los acuerdos a los que lleguen —que es el tipo de gesticulación con la que podría avanzar hacia una investidura— parece hoy imposible pero los indultos, la abolición del delito de sedición y la rebaja de la malversación lo parecían mucho más. Y ahí está la Mesa del Congreso, socialista y constituida «con los que quieren romper España», y que al final sólo buscaban que les lleváramos al teatro en una estrellada noche romántica.