Salvador Illa: de alcalde por accidente a rehabilitar a Puigdemont, azares de una vida política
El secesionismo le acusa de españolista, el constitucionalismo de frustrar el cambio
Illa releva a Zapatero como persona de mayor influencia sobre Sánchez
Barcelona
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Iniciar sesiónDel jovencísimo Salvador Illa (La Roca del Vallés, 1966) que se estrenaba como concejal de su pueblo en 1987 al curtido político que, como presidente de la Generalitat, protagonizaba esta semana en Bruselas un polémico encuentro con el fugado Carles Puigdemont, han pasado ... casi 40 años. Toda una vida dedicada a la política -con algún corto paréntesis en la empresa privada- para alguien que, como el Clark Kent de quien parece imitar sus gafas, ha llegado a convertirse en presidente de la Generalitat y el político con más influencia en la política nacional casi como por azar, estando en el sitio adecuado en el momento adecuado.
Fue el azar, una desgracia más bien, la que le convirtió en alcalde de La Roca en 1995. Su mentor, Romà Planas, le propuso ir de segundo. A los cuatro meses de asumir el cargo, Planas fallecía de manera repentina. «Acababa de casarme, mi primer matrimonio. Ser alcalde no entraba en mis planes», explicaría sobre ese momento, clave en su trayectoria. Antes ya había hecho de concejal de Cultura con 21 años, un debut en la política a la que llegó después de acabar la mili como alférez en el cuartel del Bruc de Barcelona, lo que compatibilizó con la carrera de Filosofía. «Hice milicias de infantería y no me desagradó, el Ejército es un mundo ordenado», explicaría en su momento en 'La Vanguardia', un buen concepto del servicio militar obligatorio que al independentismo más cerril le ha servido para alimentar la leyenda de un Illa fanáticamente españolista, nada más lejos de la realidad en alguien que se mueve cómodo en el catalanismo de vocación federal. Sumado a su condición de católico y de 'perico', una excentricidad para ciertos catalanes de mirada estrecha.
Sus años como alcalde no fueron una balsa de aceite: en medio de no pocas trifulcas, y con toda la acritud de la política de distancia corta, fue desalojado por una moción de censura al final de su primer mandato. Regresaría por la puerta grande con una mayoría absoluta en 1999 para ser alcalde hasta 2005. Tras renunciar a mitad del último mandato, y en una tradición muy del PSC, la de pescar en su amplia base de poder local a sus altos cargos, se incorporó al primer tripartito de Maragall como director de Infraestructuras de Justicia. Tras un breve salto a la privada, regresaría a lo público, al Ayuntamiento de Barcelona, donde encadenó responsabilidades clave hasta que el PSC le llamó para ser secretario de organización, cargo de fontanero en jefe muy adecuado para alguien con fama de serio y discreto.
Años del 'procés'
Capeó codo con codo con Miquel Iceta los años del 'procés', un calvario para los socialistas catalanes, una etapa en la que personificó el perfil del PSC menos dúctil al secesionismo. Fue la imagen del PSC en la histórica manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana de 2017, una semana después del 1-O, una presencia que nunca le perdonaría el independentismo.
Fue Sánchez quien lo llamó en 2020 para ocuparse de Sanidad, un ministerio fácil, sin demasiadas competencias y desde el que estaba llamado a ejercer más bien de puente político con el secesionismo. Más azares. A los pocos meses, la crisis del Covid dispararía su popularidad y le serviría de trampolín para, al segundo intento, ser 'president' en 2024.
En su etapa como jefe de la oposición rechazaba de manera rotunda la misma amnistía que ahora reclama aplicar de manera «efectiva», la misma rotundidad con la que afeaba al 'president' Torra que fuese a despachar a Waterloo con Puigdemont. Del mismo modo que el independentismo no le perdona la 'mani' de SCC, la Cataluña constitucionalista tampoco le perdona ahora su pacto con ERC y la foto con Puigdemont, al que rehabilitaba no tanto por interés propio como por las urgencias de su amigo Pedro Sánchez. Muchos ven en esa foto el anhelo de un cambio real en Cataluña echado por la borda.
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