Entre el pragmatismo y la superficialidad: España según Xi Jinping
España ha mantenido durante décadas una política más condescendiente con China que otros países europeos, a la que sin embargo ha sido incapaz de extraer rédito económico
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Corresponsal en Pekín
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Iniciar sesiónEl pragmatismo acostumbra a presuponer un lucrativo negocio, aquí y en China. No en vano ambos países establecieron el primer modelo de globalización económica allá por el siglo XVI, Filipinas y México mediante, cuando España todavía rebasaba el horizonte. Nada más lejos, ... en sentido histórico y figurado, del apretón de manos que Pedro Sánchez y Xi Jinping protagonizan este viernes en Pekín durante la visita oficial del presidente del Gobierno, epítome de una relación tan afable en las formas como insustancial en el fondo.
Del pragmatismo surgió el capítulo actual. Hace medio siglo, dos dictaduras de ideología opuesta se saludaban por primera vez. Una cortesía en beneficio propio, pues tanto Mao como Franco aspiraban en realidad a afianzar su respectiva integración en la comunidad global. Al mismo tiempo, el establecimiento de relaciones diplomáticas representaba un sigiloso preámbulo a la Transición, ensanchando los límites de tolerancia por la izquierda y en la distancia.
Ahora bien: cuando algo parecido a la Transición llegó a China, España se puso de lado del régimen. El 4 de junio de 1989, el Partido Comunista recurrió al ejército para sofocar unas protestas de gran calado social que reclamaban reformas políticas; acabando con la vida de cientos, quizá miles –la cifra exacta constituye todavía un misterio– de manifestantes movilizados en la plaza de Tiananmen.
Ingenuidad interesada
Entre la condena internacional, el Gobierno del Partido Socialista defendió una respuesta indulgente. «Creían que las sanciones y el aislamiento resultarían contraproducentes, al reforzar la posición de los conservadores chinos», explica Rafael Martin, profesor de Historia en la Universidad de Fudan en Shanghái. Un dictamen político en apariencia bienintencionado pero erróneo, dado que la facción reformista encabezada por el secretario general Zhao Ziyang ya había quedado sometida con la imposición de la ley marcial que desembocó en la matanza.
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«Felipe González tenía mucha sintonía personal con Deng Xiaoping», continúa el académico; relación facilitada por un léxico marxista común. «A sus ojos, la trayectoria de Deng demostraba cómo el socialismo podía conducir el progreso de toda una nación. Además, la experiencia de la Transición y sus tensiones le llevó a empatizar con su situación». Y, de nuevo, aquella equivocación universal: «No querían desestabilizar un proceso que creían encaminado de manera irremediable a la democracia».
Había en juego otros intereses, no tan virtuosos. Una actitud condescendiente en dicho momento crítico garantizaría una posición comercial privilegiada, defendía el por entonces embajador en Pekín, Eugenio Bregolat. A diferencia de otros países, España no suspendió su relación con China. Es más, la proximidad quedó acreditada con la visita en noviembre de 1990 del titular de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, el primer ministro europeo en hacerlo.
Todo ello hizo merecedor a España del título de «el mejor amigo de China en Europa». Los primeros empresarios que se aventuraron a la conquista de su mercado –con Chupa Chups por dulce punta de lanza– recuerdan cómo el infierno burocrático se aligeraba al revelar su nacionalidad.
Examen tibetano
A partir de las bases sentadas por González, José María Aznar reforzó los lazos siguiendo una línea continuista. Con José Luis Rodríguez Zapatero, China se convirtió en el segundo acreedor nacional mediante cuantiosas compras de deuda. Pero durante la presidencia de Mariano Rajoy las circunstancias volvieron a poner a prueba el pragmatismo español cuando, en base al principio de jurisdicción universal, los tribunales encausaron a varios mandatarios chinos, entre ellos al exlíder Jiang Zemin, por la represión en Tíbet.
«La reacción de China fue tremenda», rememora José Manuel García-Margallo, encargado de lidiar con el entuerto como ministro de Exteriores. «Su embajador en España solicitó verme y me expuso que la situación era grave. Tenían una parte importante de la deuda en un momento en que nuestra economía estaba pendiente de un hilo y amenazada de un rescate». ¿La solución? «Le propuse al presidente Rajoy hacer una proposición de ley para arreglarlo».
«Lo sacamos adelante gracias al apoyo de Alfredo Pérez Rubalcaba [de aquella secretario general del PSOE y líder de la oposición]», apunta García-Margallo, evidencia del consenso bipartidista que ha caracterizado la política hacia China. Y concede: «Sin su connivencia también lo hubiéramos hecho, aunque con un coste político importante». No alberga dudas al respecto. «Era un disparate que un juez español intentase procesar a un expresidente de la República Popular China por unos hechos ocurridos en Tíbet muchos años antes. Eso había que pararlo». Meses después, Rajoy visitó Pekín, donde firmó sustanciales acuerdos por valor de más de 3.000 millones de euros.
Palabras y dinero
Tras varias décadas, la predicción que auguraba condiciones ventajosas a cambio de diplomacia transigente nunca llegó a cumplirse del todo. Falta músculo empresarial, sobran barreras de entrada. Los números hablan con rotundidad. «Alemania, Francia, Reino Unido y Países Bajos acumulan el 80% de las exportaciones europeas a China. España, la quinta economía de la región, solo el 4%. Algo no encaja», expone Alberto Lebrón, investigador de la Universidad Renmin en Pekín. «China no representa una prioridad para España, por lo que en gran medida delega su política en la UE, lo que en la práctica supone asumir la de sus competidores. La debilidad institucional sobre el terreno tampoco ayuda».
La asimetría estructural se agudiza a medida que los intercambios aumentan. El año pasado marcaron un nuevo récord consecutivo con más de 57.000 millones de euros. A consecuencia, el déficit comercial con China saltó de -26.000 millones en 2021 a -41.000, de lejos el más abultado en las cuentas de España; segundo en la lista está Estados Unidos con casi -15.000. Fuentes gubernamentales reconocen que esto constituye un problema, y señalan que hay mucho espacio para la mejoría, en particular en el ámbito de los productos agroalimentarios.
«El contexto geopolítico y la recuperación económica de China ofrecen una ventana de oportunidad para profundizar los lazos comerciales durante los próximos tres años, en particular para países de la UE», comenta Xu Bin, profesor de Economía del CEIBS en Shanghái. «España cuenta con una buena posición para aprovecharla y la relación tiene mucho potencial». Su escuela de negocios, la más prestigiosa de China y fruto de la colaboración con instituciones educativas españolas como el IESE, supone buena prueba de ello.
Sin embargo, los presupuestos de esta visita oficial no prevén la firma de nuevos acuerdos relevantes. Por encima de todo, el viaje escenificará una instrumentalización mutua con la mirada puesta en Ucrania: un actor fingirá ser relevante, el otro neutral. Si acaso, podría anticipar diferencias futuras, ante las exigencias geopolíticas de un mundo hostil que empuja hacia una delimitación más cautelosa de la relación. El antiguo pragmatismo de España quizá pertenezca ya al pasado. Medio siglo después, su factura sigue pendiente de cobro.
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