in memoriam
Josep Piqué, el último ilustrado
Con su fallecimiento, desaparece un tipo de político que supo conciliar la cultura y la inteligencia con la acción
El político ha muerto a los 68 años en el Hospital 12 de Octubre de Madrid
«Sabio, afable y dialogante», así definen a Josep Piqué compañeros y adversarios políticos
Josep Piqué, durante una entrevista con ABC en 2018
La última vez que le vi estaba devastado por la enfermedad. Pero nunca se quejaba. Llevaba su sufrimiento con una enorme dignidad. A pesar de ello, no pude evitar una conmoción cuando me topé con su imagen en una entrevista de hace pocos días en ' ... El Español' en la que aparecía carcomido físicamente. Me impresionó especialmente porque Josep Piqué acaba de cumplir los 68 años, siendo un par de meses mayor que yo. Esa afinidad generacional la sentía cuando charlaba con él.
Era el último ilustrado de la política española y lo digo plenamente consciente de su significado porque era un hombre de vasta cultura y sensibilidad, con el que se podía discutir tanto sobre el concepto de hegemonía en Gramsci como sobre la literatura de Balzac o el cambio climático. Le recuerdo en la presentación de un libro de Fernando de Haro en una pequeña librería cercana a El Retiro en la que aprovechó para hacer una asombrosa disección de la persecución de los cristianos en India y del choque entre culturas.
Esto no es accesorio porque lo que siempre me llamó la atención era su prodigiosa capacidad de análisis y su curiosidad intelectual. Cuando fue ministro de Exteriores en la segunda legislatura de Aznar, le escuché someterse a un examen de tres horas en las que no dijo ni un solo tópico y aportó profundas reflexiones sobre la diplomacia internacional.
Piqué era hijo del alcalde franquista de Vilanova y la Geltrú, la capital del Garraf. Se fue a Barcelona a estudiar Derecho y Empresariales a principios de los años 70. Fue en esa época cuando empezó a militar en Bandera Roja y, más tarde, en el PSUC, que, aunque hoy se haya olvidado, fue el segundo partido más votado en las primeras elecciones democráticas de 1977. Todavía hay quien le recuerda repartiendo propaganda por las calles de su localidad natal en esa etapa.
Del maoísmo y de la Revolución de las Cien Flores pasó a la socialdemocracia y, más tarde, a militar en un centro liberal, que le llevó a incorporarse al Gobierno de Aznar cuando éste ganó las elecciones en 1996. Fue también portavoz del Ejecutivo durante dos años, en los que demostró sus dotes oratorias que nadie le negó jamás. En el segundo mandato, fue nombrado ministro de Exteriores. Dejó sus responsabilidades en el Gobierno para tomar las riendas del PP en Cataluña, que atravesaba una fuerte crisis.
Piqué intentó imprimir una orientación catalanista al partido, pero fracasó. Era demasiado tibio para el nacionalismo y demasiado nacionalista para los conservadores. Sus resultados en las autonómicas de 2003 no fueron buenos y ello le condujo a abandonar la política años después, dejando la formación en manos de Alberto Fernández.
Antes de desembarcar en la política, Piqué era uno de los raros especímenes que había hecho una carrera en el mundo de la empresa. Había sido presidente de Fesa-Enfersa y Ercros, filiales de KIO. Fue fichado por Javier de la Rosa, que luego acabaría en la cárcel. Cuando el grupo kuwaití perdió su imperio empresarial en España, tras la primera guerra del Golfo, estuvo imputado en una investigación de la Audiencia Nacional, pero la causa fue sobreseída. Fueron unos años que dejaron huella en él, que siempre defendió que su gestión había sido honorable.
Piqué ocupó numerosos cargos empresariales hasta el final de su vida. Hace pocas semanas, aceptó entrar en una fundación del PP para echar una mano a Núñez Feijóo, con cuyo proyecto sintonizaba. Creía que España necesitaba un Gobierno de centro derecha reformista, aglutinando a todo el espacio moderado que había dejado vacante Ciudadanos.
Como muchas personas de mi generación, entre las que me incluyo, Piqué hizo un largo viaje desde la extrema izquierda en los tiempos del franquismo hacia posiciones en las que expresaba un fuerte compromiso con la democracia parlamentaria y la regeneración ética de la política. Había en él un fondo puritano desde su juventud al que no renunció porque formaba parte de su carácter.
Siempre me dio la impresión de que, a pesar de su talante conciliador y su bonhomía, no estaba a gusto en la disciplina de partido ni en la defensa de consignas que insultaban su inteligencia. Era un espíritu independiente que, aunque suene paradójico, jamás sacrificó los principios a los intereses. En una ocasión, le escuché hacer una encendida defensa de Churchill como un estadista que había tenido el coraje moral de cambiar de partido para mantenerse fiel a sus convicciones.
Sintió un gran amor por Gloria Lomana, su querida compañera, que le hizo muy feliz en los últimos años de su vida. Me quedo con el recuerdo de los dos en un restaurante en Chamartín y sus miradas de complicidad. Todo en esta vida es pasajero y, más que nada, el éxito y la fama. Piqué tuvo ambas cosas, pero yo creo que lo que realmente le complacía era la lectura de libros de Historia y las meditaciones en sus paseos. Sería exagerado compararle con Marco Aurelio, pero sí hay algo de él en su obsesión por dar un sentido de trascendencia a la acción cotidiana y buscar el sentido en todo lo que hacía y emprendía. España será un poco peor sin él.