El incendio de Murcia
El patriarca de los Hernández reclama enterrar a sus muertos
El padre de Martha y abuelo de Eric y Sergio, de 81 años, aguarda la confirmación de sus muertes para gestionar la repatriación de los cuerpos. Desea ser él quien ponga punto final a la pesadilla que vive su familia, dando sepultura a los suyos en la tierra donde nacieron y de la que partieron empujados por la pobreza
Un chef colombiano, una pareja que deja tres huérfanos y una familia rota: las víctimas del incendio de Murcia
Un pendiente permite identificar a una de las víctimas de la tragedia
Edith Pineda
Madrid
Carlos Hernández camina con dificultad y apenas oye. Tiene otro «rosario de males» físicos, pero ninguno tan doloroso como el que lo destroza por dentro desde el domingo, después de enterarse de que su hija Martha y sus nietos Eric y Sergio habían muerto ... de la peor manera. «Quedaron ahí calcinados», lamenta en una conversación telefónica con ABC desde Chinandega, la ciudad del oeste de Nicaragua de donde en las últimas dos décadas ha visto partir a gran parte de su parentela rumbo a España. Todos huyendo de la calamidad de la pobreza.
Al patriarca de los Hernández nadie lo preparó para recibir la mala noticia. Un vecino del barrio El Calvario, donde crió a sus siete hijos, llamó a su puerta y le dejó saber el terrorífico final que tuvo el festejo del cumpleaños 30 de Eric, en la discoteca Fonda Los Milagros, en Murcia. Lo peor que le ha tocado afrontar en los 81 años que lleva sorteando la vida.
«Emocionalmente estoy mal, destrozado por dentro, pero necesito seguir normal y entender que es una voluntad del Señor. Estamos unidos, soportando y esperando noticias», expresa con resignación y en tono pausado y muy sereno. Su idea es bloquear mentalmente la pena, convencido de que eso le ayudará a que la diabetes y los problemas de circulación y presión que padece le den una tregua mientras espera que las autoridades españolas hagan su trabajo y los Hernández puedan reclamar a sus muertos.
El punto final a este funesto capítulo en la historia de su familia lo quiere poner él mismo, dando sepultura a los suyos en la tierra donde nacieron y de la que partieron empujados por la pobreza y falta de empleo en su país.
«Le pido a Dios que me ayude, que no me pase nada hasta que los entierre», ruega Carlos. Piensa enterrarlos en la fosa familiar donde yacen su esposa, fallecida en 2012, y cinco de los siete hijos que tuvo con ella y que han muerto. «Ahí quiero que también esté Marthita Alejandra, Sergio, Eric y su pareja (Orfilia)», menciona.
Sin embargo, la repatriación de los cuerpos que reclama Carlos, de momento, es algo incierto. Lo primero es esperar a que se siga el proceso de identificación de las víctimas y la familia reciba la comunicación oficial de las muertes. «A esta hora a mí nadie me ha dicho que murieron, pero sabemos que eso fue algo espantoso y ahí quedaron», expresa.
Tras 48 horas de la tragedia que dejó 13 fallecidos en la discoteca murciana, entre ellos 9 invitados a la celebración de Eric, a la casa de los Hernández, en el barrio El Calvario de la calurosa ciudad de Chinandega, no llegaban novedades. Aunque el móvil de Carlos no ha parado de sonar este lunes, la mayoría de las llamadas son de periodistas, a los que les ha repetido incansablemente que trasladen en sus informaciones su petición de ayuda para repatriar a los suyos. «Yo no podré ir a España por ellos, ni tengo capacidad para pagar lo que cuesta trasladar cuatro cadáveres, pero que me los pongan en el aeropuerto (de Managua, la capital de Nicaragua) y aquí me hago cargo», expresa con franqueza durante la conversación con ABC.
Carlos es jubilado, pero su pensión de vejez no cubre su manutención. Subsiste de lo que le genera un autobús que dedica al traslado de pasajeros desde su ciudad hasta una localidad vecina, fronteriza con Honduras, llamada El Guasaule que es un corredor de inmigrantes y comercio, pero «septiembre y octubre son meses malos y se gana solo para comer», agrega para reforzar su petición de apoyo para la repatriación de sus familiares fallecidos. Ha escuchado que el costo podría ser cubierto por un seguro, pero si no fuera posible, dice, esperaría gestiones a nivel Gobierno, tomando en cuenta la grave dimensión del caso. «Solo pido que me los traigan, que me digan hora y vuelo y voy por ellos», reiteró.
«Es una tragedia horrible»
María Silvia García Zamora, una prima hermana de Martha que ha permanecido al lado de Carlos en las últimas horas, explica que lo último que les han dicho sus parientes que se encuentran en Murcia es que deben esperar los resultados de las pruebas de ADN. Después verán qué más se puede hacer, pues no tienen claro si es viable o no el traslado de los cuerpos a su país de origen. Les piden aguardar. «Es una tragedia horrible, uno se siente incapaz», logra pronunciar la mujer antes de soltarse en llanto.
Martha iba a cumplir 62 años el próximo 28 de noviembre. La última vez que padre e hija se vieron fue en su casa en Chinandega hace aproximadamente un año, cuando ella llegó de visita por un mes. Siempre estuvo pendiente de él, pero no hablaban con regularidad: a ella se lo impedía el trabajo y a él la sordera y los problemas de visión que le dificultan coger una llamada sin asistencia.
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La última conversación directa con Martha que Carlos recuerda fue hace un par de meses. Había llamado unos cinco días antes del suceso, pero se comunicó a través de su hermano. «Le dijo del cumpleaños, que estaban celebrando algo familiar», relata. Lo siguiente que supieron de ellos fue que estaban muertos.
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