El modelo de Feijóo para su partido: una suma de regionalismos compatible con la unidad de España
Tras el éxito en Galicia o Andalucía, la fórmula se aplicaría en Cataluña y País Vasco
Feijóo mira más allá de la investidura fallida: «Si no es ahora, será más tarde»
Santiago
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Iniciar sesión«Somos el partido que defiende la España de la unidad en la diversidad». Son palabras de Feijóo en el congreso de Sevilla que lo puso al frente del PP hace catorce meses. Su visión no se ceñía exclusivamente al territorio, sino también ... a la manera en que el partido debe adaptarse al mismo siempre bajo un principio: que los discursos regionales no entren en contradicción con el mensaje para el conjunto de la nación. Abandonar el monolitismo que se había predicado en el pasado y abrirse a la heterogeneidad, desacomplejar a la derecha española a la hora de defender la singularidad de las distintas regiones y nacionalidades que componen el estado autonómico.
El hecho de proceder de una nacionalidad histórica como Galicia, donde existe un sentimiento identitario claro —mayoritariamente compatible con el español— ha otorgado a Feijóo una visión más amplia de cómo puede articularse el PP en este tipo de territorios. En su tierra, siguiendo los pasos de Manuel Fraga y antes de Gerardo Fernández Albor, el PP gallego no es solo una opción para el votante conservador, sino también para las posiciones más moderadas dentro del regionalismo, hasta casi aproximarse al nacionalismo, un BNG escorado voluntariamente a la izquierda y, en ocasiones, un poco más allá.
Ese discurso regionalista —o como lo llamaba Feijóo en su día, «galleguista y reformista»— encontró en Juanma Moreno un nuevo apóstol, y logró que cuajara en Andalucía hasta el punto de servirle para lograr una mayoría absoluta y extender sus efectos a las últimas municipales, donde el PP se hizo con las ocho capitales de provincia de la Comunidad. Moderación y regionalismo que permiten al partido imbricarse en el tejido social del territorio y despojarse de los tópicos que la izquierda le adjudicó en el pasado. Hoy es difícil sostener que el PP andaluz es el partido «de los señoritos».
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Con el éxito acreditado de Galicia y Andalucía, los dos retos pendientes de la actual dirección nacional del PP son País Vasco y Cataluña. En el norte, este diagnóstico ya fue planteado en su día por Alfonso Alonso, que reclamó «un perfil propio» para el PP vasco y no incurrir en el 'sucursalismo' de Madrid. Molesto con su postura —y con su negativa a coaligarse con Cs—, Pablo Casado lo decapitó a 42 días de las últimas elecciones autonómicas. El PP vasco no consigue recuperarse desde sus máximos de 2001, aunque aquel contexto, con ETA todavía en activo, difiere en mucho con el actual. El retroceso es constante, incluso en ciudades como Vitoria, que gobernó durante doce años entre 1999 y 2015.
La piedra de toque es, en realidad, Cataluña. Es la región que ha 'salvado' al PSOE este pasado 23J, y donde el PP encuentra una mayor dificultad de implantación, más allá de casos de éxito personal como Xavier García Albiol en Badalona o Manu Reyes en Castelldefels. Son ejemplos aislados que cuando intentan elevarse a la política regional —como en su día con el propio Albiol—, fracasan. Hay además un contexto en Cataluña que sí permitiría un crecimiento del PP catalán: la desaparición del catalanismo moderado, arrasado por el giro independentista de la antigua CiU. Fue una más de las víctimas del 'procés' y de la polarización extrema de la política catalana. En el pasado, Feijóo mantuvo una relación cordial con algunos nombres relevantes de los gobiernos de Pujol, como Xavier Trias, entonces conseller de Sanidad en los tiempos en que el hoy líder del PP presidía el Insalud. Han mantenido el contacto con el transcurso de los años.
El modelo de Piqué
Los herederos de aquella Unió o de la vieja Convergència han explorado regresos en plataformas sin éxito, el más reciente, el del PDeCAT, que se estrelló en las últimas generales. La dificultad del PP en Cataluña es que todavía es percibido con hostilidad tras el 1-O, con un discurso más en clave estatal que regional. No se le ve como un partido catalán, todo lo contrario que al PP gallego en su feudo. La implantación en un territorio busca precisamente eso: desde la consolidación sobre el terreno, afianzar el proyecto nacional.
El diagnóstico catalán —y su tratamiento— lo escuchó Feijóo de primera mano de su buen amigo Josep Piqué, fallecido este año. El exministro de Aznar y exlíder del PP catalán fue muy crítico con la actitud «beligerante» de su partido hacia la reforma del Estatuto hace una década, y defendió la necesidad de articular un discurso tan catalanista como constitucionalista.
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