La moción que desalojó a Rajoy, aupó a Sánchez y desestabilizó a Rivera
CS lideraba las encuestas y pensó que era el momento de forzar un adelanto electoral tras la sentencia de la Gürtel
El número dos de los liberales transmitió al PP y al PSOE que había que llamar a los españoles a las urnas
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy durante el debate de la moción de censura en junio de 2018
«Hay un antes y un después. No les puedo engañar, esto trastoca todos los planes de la legislatura [...] La noticia de hoy lo cambia todo, pone en jaque la credibilidad del Gobierno». Estas afirmaciones de hace ahora cinco años, después de la sentencia ... de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel del 24 de mayo de 2018, que condenaba al Partido Popular (PP) como «partícipe a título lucrativo», no la pronunció el mismo día de conocerse el fallo ningún dirigente del primer partido entonces de la oposición, el PSOE, sino el líder de una formación, Ciudadanos (CS), que con sus treinta y dos diputados, siendo la cuarta fuerza del Parlamento, era el principal socio del Gobierno de Mariano Rajoy. Y que apenas veinticuatro horas antes, junto al PNV, acababa de respaldar los que a la postre fueron los últimos Presupuestos Generales del Estado de ese Ejecutivo. Sólo una semana después, Pedro Sánchez se convertía en presidente tras ganar una moción de censura.
Aquel jueves de mayo Albert Rivera, el autor del aserto, estaba en su despacho del Congreso de los Diputados. Doce años después de poner en pie en Cataluña a la formación naranja –tras el impulso dado allí por intelectuales no nacionalistas como Albert Boadella, Francesc de Carreras o Arcadi Espada– vivía su momento político más dulce, inimaginable cuando logró en 2006 'colarse' con tres escaños en un Parlament en el que, por ejemplo, fue el primero en normalizar el uso del castellano en la tribuna de oradores. Apenas medio año antes, en diciembre, Inés Arrimadas había logrado el hito histórico de ganarle por primera vez las elecciones en Cataluña (convocadas por Rajoy tras aplicar el artículo 155 después del golpe del 1 de octubre) al nacionalismo independentista, si bien éste volvió a reeditar una mayoría para la Generalitat. Las encuestas le sonreían, y mucho, tras haber implementado además un giro liberal al partido, que un año antes había borrado la palabra «socialdemócrata» de su ideario.
Apenas unos días antes había puesto de largo su plataforma España Ciudadana –a imagen y semejanza de la que acababa de impulsar a su correligionario Emmanuel Macron a la presidencia de Francia ese mismo mes– con gran éxito de público y con Marta Sánchez cantando el himno de España. Era el hombre de moda, y en su cuartel general se manejaban datos que le situaban en cabeza, en el momento más crítico del bipartidismo desde la Transición.
Pero tampoco era ningún secreto. Justo un mes antes un sondeo de Metroscopia le situaba como virtual ganador de unas elecciones generales con el 29% de los votos, en una encuesta en la que Podemos era segundo con el 19%, el PP tercero con unas décimas menos que los de Pablo Iglesias y el PSOE en cuatro lugar. Ciencia ficción desde la perspectiva actual, sólo cinco años después, cuando CS ha decidido no presentarse a las elecciones generales del 23 de julio y cuando Podemos aspira, en el mejor de los casos, a obtener algunos puestos de salida en las listas de Sumar, la formación de la vicepresidenta Yolanda Díaz.
¿Y si hay una moción?
Por eso Rivera, que siempre hizo gala de su intuición política y de su rapidez de reflejos, no dudó en convocar a los medios en la sala de prensa de la Cámara Baja sin esperar a nada más. Dio la orden a su jefe de prensa de comparecer, sin ni siquiera encomendarse, como confesaría en privado, a su sempiterno número dos, José Manuel Villegas, algo insólito dada la estrecha relación personal y profesional que a día de hoy mantienen, ya fuera de la política. Estaba convencido de que había llegado el momento de forzar un adelanto electoral y pujar con más posibilidades que nunca por llegar a La Moncloa, una ambición que nunca ocultó.
En aquel momento, uno de sus más estrechos colaboradores le abrió otra óptica sobre lo que estaba pasando. «Albert, ¿y si Sánchez presenta una moción de censura? Ponte en su lugar, ¿no lo harías?», le advirtió. Pero el entonces presidente de Ciudadanos descartó ese escenario, como muchos lo hacían entonces. Y es que era cierto que sin los diputados del PNV, que como CS también acababa de votar las cuentas públicas presentadas por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, una moción del Grupo Socialista no pasaría de ser un brindis al sol, o como había ocurrido un año antes con la que lideró Iglesias, un mero ardid político para erosionar a Rajoy y proyectar a Sánchez, que en aquel momento no era diputado, pues había renunciado a su acta y dimitido antes de volver en 2017 al imponerse en las primarias socialistas a Susana Díaz.
Pero el movimiento de Sánchez, que ese 24 de mayo se guareció con sus fieles en Ferraz, no tardó en precipitarse. Ese mismo día por la tarde los medios ya informaban de que presentaría la moción de censura, y al día siguiente por la mañana, con todos los periodistas encargados de la información del PSOE agolpados a la puerta de Ferraz a la espera de noticias o comparecencias, la entonces portavoz parlamentaria, Margarita Robles, se encaminó hacia el registro del Congreso, sin apenas toparse con nadie en el camino, con un papel en la mano que cambiaría el rumbo político de España. La moción quedaba registrada y solo faltaba que la presidenta del Congreso, la popular Ana Pastor, le pusiera fecha.
Ese viernes el citado Villegas estaba en Valencia, y desde allí reaccionó al giro en los acontecimientos, el que el asesor de Rivera había pronosticado. Aseguró que la parecía bien una moción siempre que fuese «instrumental», y sirviese únicamente, para convocar inmediatamente elecciones. Es decir, CS seguía pensando que, con el viento de la demoscopia empujando fuerte a su favor, se podía forzar una cita con las urnas a mitad de legislatura (las generales se habían celebrado en 2016), aunque fuese por el procedimiento que el PSOE acababa de poner encima de la mesa. Villegas ya había hablado con el entonces coordinador general del PP, Fernando Martínez-Maíllo, para trasladarle que debían disolver las Cortes Generales y llamar a los españoles a votar. Ambos habían tejido una muy buena relación, y en ese clima el número tres del PP le dio una negativa tajante, minimizando además el impacto de la sentencia de la Gürtel, de cuyo acento sobre su partido responsabilizó, ante el número dos de CS, al juez José Ricardo de Prada.
Presentada la moción, y con las mismas, Villegas llamó al secretario de organización del PSOE José Luis Ábalos, para hacerle el mismo planteamiento, el del adelanto electoral, aunque en este caso utilizando la moción para ello, dado que en la mente de Rajoy, como le había quedado claro tras hablar con Maíllo, no estaba el adelanto electoral. Fuentes conocedoras de aquellos encuentros sostienen ahora, pasados los años, que «igual Rajoy hizo bien, y fue una manera de salvar el bipartidismo», en el momento en el que más amenazado estaba, como consecuencia del ascenso que entonces parecía imparable de CS y Podemos, los partidos que habían encarnado la llamada «nueva política».
Villegas, un hombre siempre templado, habló con franqueza con Ábalos, y le dijo que si la moción era «instrumental», no la podía encabezar el líder del PSOE. Y le propuso entonces que el candidato fuese algún socialista histórico, entre los que citó a dos vascos: Nicolás Redondo, antiguo líder del PSE, y el exministro Ramón Jáuregi. Ábalos rechazó la oferta.
Pastor fija fecha
Los acontecimientos siguieron precipitándose, sin dar tregua. Ana Pastor, una dirigente siempre muy próxima a Rajoy, entendió que una pronta convocatoria del debate sorprendería al PSOE sin tener cerrados los apoyos. Y así, el jueves 31 de mayo, apenas siete días después de la sentencia de la Gürtel, comenzó el debate de investidura. Ese mismo día, el PNV confirmó su apoyo a la moción, que por tanto saldría adelante con 180 votos, sumados a todos los de la izquierda y las formaciones del separatismo catalán y vasco.
Los peneuvistas pusieron sobre la mesa que se respetasen los Presupuestos que habían negociado con Montoro (que estarían en vigor hasta los primeros de la actual coalición entre PSOE y Unidas Podemos) y, en aras a la misma estabilidad, que no se convocasen elecciones. Sánchez había defendido la moción como una forma de garantizar la «gobernabilidad» tras una sentencia que a su juicio (y al de Rivera) dejaba en entredicho al Gobierno de la nación, y por eso llegó a hablar de convocar elecciones cuanto antes. Pero el apoyo clave del PNV alejaba esa posibilidad, y con ella los anhelos de Rivera.
Durante el debate, Sánchez no dudó en sacar a colación la conversación entre Ábalos y Villegas, para pasmo de este último, que sentado en el escaño contiguo al de Rivera ponía cara de incredulidad. El gesto sentó muy mal en CS, y las relaciones entre el enseguida presidente del Gobierno y el líder de los liberales se truncaron para siempre, como quedaría demostrado un año después, cuando pese a sumar PSOE y el partido naranja 180 escaños ambos fueron incapaces de llegar a un acuerdo de investidura o coalición.