El misterio de Cristina: un juzgado de Gandía investiga después de 10 años de su desaparición

Han transcurrido más de diez años de aquella tarde del 5 de noviembre de 2013 que sigue marcada a fuego en las dos niñas, ya mujeres. Pero ni el rastro imborrable de su madre, que tenía 33 años cuando desapareció en Gandía (Valencia), ha menguado ni a sus vidas ha llegado ninguna respuesta. Las dudas y la incertidumbre se amontonan y acaban de vivir un giro de guión inesperado que abre aún más esa dolorosa brecha del pasado.

Alba y Clara se han criado con su padre y su familia materna, los abuelos y las tías (las hermanas de Cristina García) que han ejercido de madres dobles, aunque ellas sigan sin saber nada de la verdadera. Hace unos meses, en junio, tuvieron que enfrentarse a otro trance: pedir en un juzgado la declaración de ausencia de Cristina para poder vender un piso en Gandía y una casa en Albacete que pertenece a Cristina y a sus tres hermanos, tras fallecer sus progenitores. «Es como declararla muerta pero no nos quedaba otra opción», explica Alba. A sus 19 años la madurez está instalada en sus palabras a golpe de ausencias y dudas.

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La familia entera compareció en el juzgado. «¿Te acuerdas de la desaparición de tu madre? ¿Qué pasó después?...». «Nos hicieron las preguntas normales y al acabar nos dicen que no se podía hacer el trámite. Habían encontrado una cuenta bancaria que supuestamente abrió mi madre en 2015 en un banco de Gandía. Ella es cotitular de esa cuenta en la que además se ha estado ingresando dinero procedente de una subvención».

Lo imposible golpeó de nuevo como un puñetazo seco a las niñas –Clara, muy apegada a su madre, aún es menor de edad–. «Gandía es una ciudad donde te encuentras a la gente antes o después. ¿Cómo no iba a ver nadie a mi madre en dos años? Es imposible», continúa Alba.

La noche antes de la desaparición, Clara y ella dormían en casa de su abuela paterna. Su madre fue a recogerlas pero no se las llevó. Hubo una pequeña discusión entre las dos mujeres. «Yo no llegué a verla. Al despertarnos le pregunté a mi abuela si nos recogería ella del cole. 'No, la mamá', me dijo». Pero Cristina no apareció. Estaba de baja desde hacía una semana en Dulcesol, la empresa para la que trabajaba. Pasaba por un momento complicado, triste. Su padre, el abuelo de las niñas, había muerto dos meses antes y ese mismo día a su madre la tuvieron que operar del corazón. Salió bien, pero Cristina empezó a deprimirse.

«Pensamos que se habría ido con alguna amiga y que al día siguiente regresaría. No lo hizo y mis tías pusieron la denuncia», recuerda Alba. Sus padres se habían separado pero mantenían una buena relación. «A veces quedábamos los cuatro a comer y luego papá iba a casa, ellos se veían casi a diario», confirma la hija.

Cuenta que su madre tenía un carácter fuerte aunque era todo bondad. Salía a pasear a los perros con sus niñas, iban al circo, al zoo, a comer fuera. Los recuerdos se le difuminan por el paso del tiempo. «Mis padres madrugaban mucho para irse a trabajar, nos dejaban en casa de mi tía y luego nos recogían por la tarde. Para mí es una etapa feliz».

La denuncia ante la Policía abrió la segunda falla. «Mi padre era el sospechoso. Yo le veía llorar. No tenemos ninguna duda sobre él. Tenía mucho cariño a mi madre aunque se hubieran separado. Me llamaban a declarar y guardo un mal recuerdo de aquello. Me preguntaban si no había tenido contacto con mi madre, qué relación tenía con ella y con mi padre. Ojalá hubiera podido hablar con mi madre... Si yo no tenía ni móvil».

Ni sus hijas ni su familia ni, en apariencia, la Policía saben qué pudo pasar para que Cristina se evaporara aquella noche o en las horas siguientes. Supuestamente recorrió el camino de vuelta de la casa de su suegra a la suya (cinco minutos). Ni siquiera hay certeza de que llegara a subir a su piso.

«He pensado de todo. La Policía creía que se fue ella. Y yo le daba y le doy vueltas: ¿y si de verdad se fue? Yo no lo creo. Creo que alguien se la llevó contra su voluntad. Era muy poquita cosa, de noche... Al aparecer la cuenta corriente han vuelto las dudas. Si la abrió ella es porque alguien la forzó, pero lo que nos dicen es que probablemente usurparon su identidad».

El vacío es más vacío cuando se amontonan los interrogantes y todos llevan a la nada o a la contradicción. Los desatinos se cruzan en esta historia, uno tras otro. Cristina tenía el DNI caducado desde 2007, según su familia. ¿Cómo pudo abrirse una cuenta bancaria con ese carné de identidad? Y si se lo renovó, ¿por qué la Policía no les ha dicho nada al cabo de diez años?.

«Los agentes no conocían esa cuenta, saltó al indagar el juzgado para formalizar la declaración de ausencia. Es inexplicable», señala abogada Paloma García que se hizo cargo del caso hace solo unos meses. Aún más inexplicable es que no se abrieran unas diligencias judiciales tras la desaparición de Cristina. No existen. De hecho, ha sido hace dos semanas, tras la personación de la letrada, cuando se han incoado unas previas en el Juzgado de Instrucción número 2 de Gandía por un delito de usurpación en estado civil, según ha podido saber ABC.

El juez ha oficiado esta misma semana a la Policía para que le informe de si Cristina ha renovado su DNI, caducado desde 2007, una comprobación que los agentes podrían haber llevado a cabo antes.

Alba cuenta que en agosto, después de años sin saber nada, la llamaron desde la comisaría de Gandía, a raíz de una información publicada por 'El Periódico de España'. «Me pidieron que les contara otra vez la historia y también que dejara de hablar con medios porque entorpecía su trabajo. No sé cómo interpretarlo. ¿Después de diez años?».

Nadie sabe aún quién es el cotitular de esa cuenta bancaria. El padre de las niñas, expareja de Cristina, no, tal y como confirmó. La entidad bancaria se negó a darles información por protección de datos. La declaración de ausencia está paralizada mientras no se aclare esa circunstancia y, por tanto, congelada la venta del piso y la casa de los abuelos de Alba y Clara.

En estos años en los que las niñas han tenido que aprender a crecer sin madre no ha faltado el coro de espontáneos en busca de protagonismo que han acudido a la Policía a contar que vieron a Cristina. Avistamientos imposibles ocurridos a la misma hora en dos puntos alejadísimos. «Yo creo que eso perjudicó también la investigación», admite Alba. Su madre llevaba un bolso con la cartera, las llaves, y algo de dinero, poco. El móvil estaba en la casa, aunque no solía usarlo casi nunca.

Dice que lo peor ha sido esa extraña sensación de sentirse huérfana sin saber si lo es. «Estaba con una amiga y de pronto me decía: 'Voy a llamar a mi madre para contarle cómo me ha salido el examen'. He tenido la suerte de tener a mis tías y a mi padre pero no saber qué pasó es durísimo, lo peor». Le tocó además hacer de hermana mayor y medio madre con Clara. «Lo ha pasado muy mal porque estaba muy enmadrada». La pregunta es inevitable: qué espera ella de esta historia rocambolesca: «Me gustaría que toda esta agonía fuera para encontrar a mi madre viva. Me da un poco de miedo el desenlace. ¿Y si se fue y no quiere saber nada de su familia? ¿Y si lo que se averigua no te gusta? Le doy muchas vueltas, pero no puede quedar sobre mi conciencia no haber hecho todo lo posible».