25 años sin Miguel Ángel Blanco
Miguel Ángel Blanco, a los ojos de tres amigos
Tres compañeros del concejal de Ermua, que le acompañaron desde sus inicios en política, rememoran en primera persona y de su puño y letra cómo vivieron aquella amistad que ETA destrozó
Díaz-Ayuso e Iturgaiz en un acto en homenaje a Miguel Ángel Blanco este lunes, junto con la batería que él utilizaba.
Miguel Ángel Blanco nació para la política en Nuevas Generaciones del Partido Popular. Allí comenzó su formación en los asuntos públicos y en la lucha desde las instituciones contra el terrorismo. La intensidad de aquellos años alumbró debates y amistades.
Tres de sus compañeros han ... escrito para ABC sobre el ausente, sobre el amigo y el político asesinado por ETA hace ya 25 años. Son Carlos Iturgaiz, entonces y ahora al mando del Partido Popular del País Vasco, e Iñaki Ortega y José Virgilio Menéndez, al frente en esos momentos de las Nuevas Generaciones del PP.
ABC ha pedido a cada uno que escriba un artículo recordando al exconcejal popular en el aniversario de su asesinato, palabras propias, y personales, en memoria de un compañero, un amigo y un símbolo de la lucha contra de la banda terrorista.
Carta desde el cielo
Aquí los días pasan rápido. Más desde que mis padres están conmigo. Tenía tantas ganas de que dejarán de sufrir y por fin hace dos años que estamos juntos. Miguel, mi padre, era fuerte como un toro, curtido en andamios y zanjas, pero en Ermua los meses siguientes a mi muerte se le atragantaron, no podía soportar las risotadas de los batasunos. Cuando encontró trabajo en Vitoria las cosas cambiaron y no volvió a sentir ese odio irrefrenable. Mi madre, Chelo, nunca dejó de estar rota por dentro, pero cuidar de mi padre y hacer más fácil la vida de mi hermana, la confortaron. Desde aquellos días de julio, no volví a sentir a mis padres, a Marimar y Roberto como habían sido siempre: alegres, vigorosos y optimistas. Solamente cuando jugaban con mis sobrinas, recordaba cómo eran antes de que hace 25 años cogiese un tren que, en lugar de llevarme a Éibar, me trajo donde estoy.
Ahora soy feliz, pero tengo muy presentes esos días que pasaron desde el subidón de la liberación de Ortega Lara hasta que ya no pude luchar más en la Clínica de San Sebastián. Recuerdo la ilusión de comprarme, por fin, un coche nuevo; la gozada de ver jugar a Bakero con el Barça; lo contento que estaba con mi trabajo tras los años de carrera en Sarriko que se me hicieron muy largos. La música, los amigos y los planes de futuro con Marimar (cómo me alegra que haya rehecho su vida con Joan) ocupaban mis horas esos días, pero, tengo que reconocer, un temor que no se me quitaba de mi cabeza «qué harán ahora estos locos de ETA para vengarse».
La imagen de José Antonio saliendo del zulo, como si fuese un judío de un campo de concentración, rondaba mis pensamientos. La inhumanidad de los etarras que en la nave industrial no fueron capaces de colaborar con el juez Garzón, sabiendo que con ello estaban matando a un ser humano, martilleaba mi cabeza esos días. El colmo fue ver en el kiosko de la estación de Ermua la portada del periódico 'Egin' 'Ortega vuelve a la cárcel'. Pero, yo ya había decidido dejar de ser concejal y dedicarme a mi trabajo que para eso era el primero de mi familia con carrera. En mi partido había una buena cantera que estaban dando la batalla, con Iñaki, Borja, Gonzalo o Esther y tampoco se notaría mi falta. Guardo buen recuerdo de los plenos del ayuntamiento y del alegrón de ver a Aznar en La Moncloa, aunque el asesinato de Goyo, con lo valiente que era y lo que había significado para Nuevas Generaciones, seguía suponiendo un gran vacío.
Y en esas estaba cuando comenzó mi calvario. No me apetece mucho recordarlo. La oscuridad, el pánico, esos ojos inyectados de odio, las dos deflagraciones, rodar por el terraplén, las máquinas y cables del hospital y por fin, sentir la mano de mi madre… He perdonado, pero no he olvidado. Me duele pensar en la impunidad de los que colaboraron en mi secuestro o en los que celebraron mi asesinato, hoy, interlocutores de las instituciones. Termino, que no quiero aburriros, no me olvidéis por favor, porque si eso pasa me temo que otros chicos como yo, antes que tarde, volverán a ser descerrajados por un terrorista.
Veinticinco años ya sin Miguel Ángel
Veinticinco años ya del martirio, tortura y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Sí, tantos años, parece mentira, de una ausencia injustificada, veinticinco años de recuerdos siempre presentes que nunca se van. Veinticinco años de que una fría llamada a la sede regional del PP comunicara el secuestro de un joven concejal de Ermua por parte de la banda asesina ETA; de la precipitación y sucesión de hechos dolorosos que siguen en la retina de una nación; de la culminación de un temor que ya se convirtió en miedo entre unos concejales, los del PP en el País Vasco, que en gran parte éramos chavales que nos habíamos incorporado a la política tras el asesinato de nuestro héroe político y referente, Goyo Ordóñez.
Miguel Ángel era uno de ellos, y aún recuerdo cuando la entonces portavoz de Ermua, Ana Crespo, nos habló de un joven economista de origen gallego que quería dar el paso de incorporarse al ayuntamiento. Aquel joven que conocí en la última jornada que tuvimos Nuevas Generaciones del País Vasco con el propio Goyo a principios de enero del 95 en Portugalete, unos días antes de matarle, y que nos asombró por su interés, pues estuvo tomando apuntes toda aquella mañana de sábado.
Han pasado veinticinco años de aquella diabólica cuenta atrás de 48 horas vividas intensamente: veinticinco años de una vigilia de sus vecinos en Ermua suplicando por su vida; de una desgarradora llamada de la esposa de un dirigente del PP local a una emisora nacional de madrugada mientras nadie dormíamos; de paseos sin rumbo por una Ermua especialmente gris, en la que la única nota cromática discordante eran los carteles de 'Miguel Angel libertad/askatu'; de rumores sobre supuestas hipótesis de investigación; de la visita a la sede del PP de un altísimo dirigente del PNV, solidario con nuestro dolor humano, pero siempre en la maldita equidistancia política entre unas víctimas y sus verdugos; de muchos compañeros del partido derrumbándose unidos en el abrazo; y de carreras histéricas a las cuatro de la tarde del sábado tras encontrarse su cuerpo agonizante, bajando a manifestarnos todos a la Plaza Moyúa, ante el cabreo no disimulado de ese gran patán allí presente, Xabier Arzalluz.
«Aquel joven que conocí en la última jornada que tuvimos NNGG a principios de enero del 95 en Portugalete, unos días antes de matarle, y que nos asombró por su interés, pues
estuvo tomando apuntes
toda aquella mañana de sábado»
Muchos años de aquella mañana extrañamente soleada y calurosa de sábado en Bilbao, que tornaría en una violenta tormenta a primera hora de la tarde como en una muestra de protesta también del cielo, con la mayor manifestación nunca habida allí; con un extraño optimismo entre los asistentes, más voluntarista que realista; de aquellos que aún se engañaban diciendo que ETA escuchaba al pueblo, y que no iría contra un joven humilde, pues nunca había ido contra la clase obrera; de aquellos que tanto daño han hecho a la libertad y la paz con su comprensión cuando la víctima era un uniformado; y de esa Iglesia vasca, nunca solidaria con las víctimas, casi siempre comprensiva con el fanatismo nacionalista.
Veinticinco años ya de que gracias a Miguel Ángel, ETA sembró su derrota ante el empuje de la libertad.
In memoriam de Miguel Ángel: Memoria, Dignidad, Justicia y Verdad, la verdad de los hechos.
Sentenciado
Como un carrusel pasan delante de mis ojos la imagen de Chelo, su madre, llorando desesperada; la de su padre, Miguel, dándose golpes con la cabeza contra la pared; el sollozo interminable de Marimar; la del pueblo de Ermua convertido en una enorme sábana blanca con crespón negro; la concentración de las velas, la enorme y hasta la fecha mayor manifestación que se recuerda en Bilbao…
No he vuelto a hacer el viaje de Pamplona –donde recibí la noticia de su secuestro –a Ermua– al modesto domicilio de los padres de Miguel Ángel–. La angustia que me invadió convirtió en invisible una carretera en esos momentos interminable.
La incredulidad inicial dio paso enseguida a la certeza de que ETA había puesto en su punto de mira a los hombres y mujeres del PP vasco. Una familia, la popular, que vivíamos bajo la presión de vernos perseguidos por pensar diferente al nacionalismo vasco, que por acción unos y por omisión otros llegaron a señalarnos como un obstáculo, decían, para la paz. El empeño en seguir siendo y sintiéndonos vascos y españoles, el afán por defender la Constitución y el Estatuto constituía un riesgo objetivo y una condena a muerte. Había enterrado a Gregorio Ordóñez, pero no imaginaba que ETA todavía tenía una larga lista de concejales populares vascos en su agenda de sangre y terror.
Las 48 horas que separan el secuestro de Miguel Ángel de su asesinato son un resumen trágico de lo anterior.
«Era un concejal lleno de vida preso de una banda terrorista repleta de muerte»
No olvido nunca la ilusión con la que él me hablaba. Como concejal de pueblo que era mejorar la vida de sus vecinos era su carta de presentación; el deseo de que su Ermua natal volviera a contar con un polideportivo, su objetivo de legislatura; el defender todo ello bajo las siglas del Partido Popular un coste que jamás pensó llegaría a ser tan elevado. ¡Hay quien dé más por dos euros de sueldo al mes!
Era un concejal lleno de vida preso de una banda terrorista repleta de muerte. ETA había sellado cualquier resquicio de esperanza. Miguel Ángel estaba sentenciado desde el mismo momento en el que los asesinos pusieron sus manos sobre él. Fue él, pero pudo ser cualquier otro concejal o cargo del Partido Popular del País Vasco.
De vuelta a Ermua con motivo del primer aniversario de su asesinato no reconocía sus calles. Las casas de piedra exhibían ahora toda su solemnidad entonces engullida por la ingente cantidad de vecinos y personas llegadas de todos los puntos de España para despedir a Miguel Ángel y arropar a su familia.
El resto de la historia ya la sabemos. De poco sirvió el clamor popular, de nada los gritos y las manos blancas. ETA le ejecutó contra el deseo de la inmensa mayoría de la sociedad. La minoría que lo aplaudió entonces, hoy sigue sin condenarlo, se jacta de ello, y es socio preferente del gobierno de España. Una ignominia.
Con la atrocidad cometida en la persona de Miguel Ángel Blanco a muchos vascos se les abrieron los ojos y se les despegaron los labios para gritar ETA NO. Pensé que el asesinato de Miguel Ángel serviría para trazar una línea infranqueable entre demócratas y entre quienes no lo son. Hoy veo que solo fue un sueño.
25 años después, la lucha por la libertad en el País Vasco es aún una tarea inacabada. Puede parecer mentira pero es la triste realidad.