El mediador internacional que exige Puigdemont encalla la investidura
El PSC ofrece el nombre de Miquel Roca, aunque éste mantiene silencio
Barcelona
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Iniciar sesiónEl inicial optimismo de los socialistas en la investidura se ha vuelto impaciencia mezclada con incertidumbre. La euforia de Junts pensando que un Sánchez necesitado iba a aceptar todas sus demandas está siendo sometida a un cálculo de daños y riesgos sin diagnóstico ... claro.
Las negociaciones han varado en la pretensión de Puigdemont de que un mediador internacional arbitre el diálogo entre el Gobierno y la Generalitat sobre el «conflicto político entre Cataluña y España». El expresidente fugado cree que este mediador marcaría la diferencia con lo logrado por ERC -indulto y alguna transferencia autonómica - a cambio de que los republicanos votaran los Presupuestos.
Sánchez y su entorno negociador se niegan a esta incorporación porque entienden que la figura del mediador, sobre todo internacional, es a la que recurren dos países distintos cuando son incapaces de relacionar sus problemas entre ellos. Por el mismo motivo pero al revés, Puigdemont se mantiene firme en su exigencia. Como posible solución está que el mediador no fuera Internacional, sino una persona cuya trayectoria pudieran aceptar ambas partes. Aunque nada está decidido, uno de los nombres que los socialistas catalanes han ofrecido a Junts es el del padre de la Constitución e histórico dirigente de Convergència, Miquel Roca, aunque él mantiene un prudente silencio.
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Esquerra ha aceptado que la independencia de Cataluña es imposible y trabaja para contentar a su público con su sucedáneos. Puigdemont no piensa que la independencia sea posible para mañana, pero no quiere pasar a la historia como el que se rindió o traicionó el ideal. Por ello da mucha importancia a las cuestiones simbólicas. En el caso de que las negociaciones culminaran con la investidura de Pedro Sánchez y la amnistía, continuaría como eurodiputado para evitar perder una elecciones al parlamento de Cataluña o ser presidente de la Generalitat y evidenciar con su actuación que no puede conseguir la separación de España. Juega en favor del procesado rebelde que no tiene una especial necesidad de vivir en su tierra, ni una vida social que añore, ni un grupo de amigos demasiado extenso.
En el capítulo de los miedos que podrían conllevar cesiones para salvar el acuerdo, el de Pedro Sánchez es evidente: en caso de repetición electoral, podría perder la mínima ventaja que obtuvo el 23-J sobre el bloque de la derecha y ver cómo termina su carrera política. Por su parte, el gran miedo de Puigdemont es acabar en una «cárcel española», que en caso de que no se promulgue una amnistía parece hoy lo más probable según las últimas sentencias de los tribunales europeos.
La cuerda está más tensa de lo que estaba y la repetición electoral ya no parece sólo una utopía desesperada de Alberto Núñez Feijóo. También es cierto que en la fase de negociación las partes buscan intimidarse para forzar la cesión del otro, y que tanto Sánchez como Puigdemont tienen una oportunidad que difícilmente se les vuelva a presentar en cualquier otro escenario.
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