Viaje al pasado en el refugio antiaéreo de la plaza de Cervantes de Alcalá de Henares

Los actuales responsables municipales sabían de la existencia de este refugio, pero no se conocía dónde exactamente se encontraba. Se localizó una foto área, hecha por la Legión Cóndor, en 1939, en la que se aprecia la estructura del refugio. Eso, y lo que recogían las fuentes documentales, fueron vitales a la hora de ubicar el búnker.

Ahí entra en la ecuación Vicente Pérez, concejal de Patrimonio en Alcalá de Henares, historiador y experto en la ciudad. El ayuntamiento contaba con 3 millones de euros de los fondos europeos Next Generation, para renovar la plaza de Cervantes. Y Pérez vio clara en su cabeza la oportunidad de profundizar en aquello que se sabía que existía pero nadie había localizado.

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Así, basándose en las fuentes documentales, la foto aérea de la Legión Cóndor y un croquis publicado por Pepe García Saldaña, cronista de la Villa, el ayuntamiento que dirige Judith Piquet decidió darle prioridad a encontrar el refugio y ver en qué estado se encontraba, para luego recuperarlo si era posible y, posteriormente, acondicionar la plaza en superficie. «Era nuestra obligación: el refugio, por Ley de Patrimonio, es Bien de Interés Patrimonial», recuerda el concejal Vicente Pérez.

Con esos mimbres y tomando como referencia piezas que no se han movido, se trianguló y se vio claramente cuál debía ser el punto sobre el que se iniciara la intervención. «Sin saber qué íbamos a encontrar: no sabíamos si estaría hundido, colmatado, con lodo...».

Transcurridas tres semanas de excavaciones, lo primero con que dieron fue la escalera de entrada, ahora guardada con sacos terreros. Después, un muro de ladrillo. «Al abrirlo, nos dimos cuenta que el aire estaba contaminado», por los años de encierro. Nadie ha entrado allí en estas décadas, más que el polvo que se filtra por los respiraderos o algún elemento procedente de las aguas freáticas o caído por alguna rejilla.

Una vez que se pudo penetrar en su interior, el espectáculo es abrumador: tres salas consecutivas, contrapeadas en sus entradas para reducir el efecto de cualquier explosión, perfectamente construidas utilizando los sillares de la cercana iglesia de Santa María, que se incendió el 29 de julio de 1936, y luego fue demolida y sus restos reutilizados para el refugio. Las tres galerías tendrán entre 38 y 40 metros de largo, y unos 2,10 de ancho.

El concejal Pérez destaca detalles relevantes, como cuando el arquitecto González Valcárcel, uno de los responsables de la dirección de regiones devastadas, buscaba en el refugio los restos de la pila de bautismo de Cervantes, procedente de la misma iglesia de los pilares con que se construyeron sus muros.

Entrar en el refugio encoge un poco: apenas cuesta imaginarse el terror de la gente ante el bombardeo inminente, las prisas por entrar y acomodarse en el espacio angosto, la luz que imaginamos mortecina... La construcción fue muy sólida, y de hecho, se mantiene inalterada, con un forjado perfectamente firme. Huele raro en el refugio, y se avanza con cuidado, esquivando pozos hechos en el suelo para evitar las inundaciones.

Hay tres salas ahora, la última de las cuales, la más profunda, coincide con la pista de hielo situada sobre el suelo, y su techo aparece helado. A mano derecha, un muro tapia la que probablemente será la segunda salida del refugio –una en cada extremo del mismo, como marca la lógica–. Los arqueólogos e historiadores aún especulan sobre si la instalación acabará allí o será aún más larga; cuesta creer que los 1.000 ocupantes que se le calculaban en la documentación existente estuvieran en las tres salas ahora visitables.

Pero sobre todo, lo que sorprende más a Vicente Pérez es el olvido que cayó sobre el refugio entre los alcalaínos a lo largo de años y años. «Es como si hubiera habido una pérdida de memoria colectiva sobre el tema», reflexiona.

A pesar de la necesidad acuciante que había para ponerlo en marcha, el refugio de la plaza de Cervantes no estuvo listo hasta 1938, «entre otras cosas porque las ciudades tenían que pagarlos», y los recursos eran limitados, recuerda el edil. En el caso de este, incluso se llegó a organizar un festival de cine para recaudar fondos, con un resultado nefasto: «Perdieron 128 pesetas». El ayuntamiento alcalaíno dio 10.000; el propio Manuel Azaña otras 25.000, y los sindicatos se organizaron para ofrecer una jornada de trabajo al mes para su construcción.

El frente de guerra, con el avance de la misma, comenzó a desplazarse, y el interés de los bombarderos se trasladó también hacia la zona de Levante. El refugio antiaéreo de la plaza de Cervantes se cerró y, tal vez por eso, ha sido encontrado ahora en un estado de conservación muy bueno. Aunque con algún hallazgo curioso en su interior, como un chupete, alguna moneda de los años 60 o incluso un teléfono móvil que vaya usted a saber cómo llegó hasta allí.

El plan ahora pasa por realizar otras acciones arqueológicas de reconocimiento, y después, aprovechando la rehabilitación de la plaza, se lleve a cabo una recuperación física de espacios en el refugio, para musealizar: «Al menos, que se pueda visitar una de las tres galerías, y contar dentro qué significaba, porqué se construyó y qué se vivió allí», explica Vicente Pérez.

Mientras, sobre los firmes muros de sillería se mantiene la precaria instalación eléctrica, con sus típicas porcelanas de la época; los respiraderos por los que se renovaba el oxígeno para quienes pasaban allí un tiempo –con acúmulos de tierra procedente de la calle en su base–; y hasta alguna inscripción con la fecha '1938' sobre el cemento de alguna sala.