El tranviario que murió por no detenerse en una parada
HISTORIAS CAPITALES
El luctuoso suceso terminó con un entierro multitudinario, varios hospitalizados, y un cabo y un agente sancionados
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El 31 de julio de 1921 era domingo. Muchos madrileños volvían, en tranvía o a pie, a sus hogares, después de haber salido a buscar algo de fresco o a librarse del infierno de la canícula en la ciudad. Los relojes marcaban las diez ... y media de la noche. Y la noche caía sobre Madrid, adormeciendo los sonidos y los trayectos. Pero la paz se rompió en la plaza de la Lealtad, con una enorme bronca que tuvo un negro final y cuyo desencadenante fue un tranviario que no se detuvo en la parada.
Se trataba del tranvía número 5, de la línea de Hermosilla. En la calle esperaban tres hombres y dos mujeres, que según relatan las crónicas de la época, basándose en testigos presenciales, hicieron señas al conductor para que se parara. Pero o bien éste no los vio, o bien no había parada en ese punto justo, el caso es que el conductor continuó su ruta, ignorándolos. Y ahí empezó el problema.
Los tres hombres y las dos mujeres se echaron a la carrera tras el tranvía. Cuando este finalmente paró, unos metros más arriba, se montó una monumental bronca entre el grupo que intentaba subir y el conductor del tranvía. Se llamaba Manuel García, y era el tranviario número 1569. De las palabras fuertes se pasó a los gritos, de éstos y los gestos, a las bofetadas. Y lo siguiente fue el uso de todo tipo de elementos que sirvieran como arma.
Detrás del tranvía número 5 llegaban otros dos vehículos de servicio público, y sus conductores, junto con el cobrador de uno de ellos, se unieron a la gresca, en ayuda de su compañero. La pelea fue a más, y mientras los tranviarios utilizaban las manivelas para defenderse, los del público tiraban de garrotes.
De resultas del incidente, resultó muerto el conductor número 1645, de nombre Juan Castillo, al recibir un tremendo golpe en la cabeza posiblemente con una botella, que le fracturó la base del cráneo. «La muerte fue casi instantánea», apuntan las crónicas. Los demás empleados, Manuel García, Ramón Valcarcel y Juan Casado, resultaron heridos de pronóstico reservado. También fue herido Antonio Lechuga de la Cruz, que según unos medios podía ser uno de los atacantes, pero después se supo que era un ciudadano que medió en la pelea y resultó trasquilado.
Los heridos y el fallecido fueron llevados a la Casa de Socorro en un coche del Casino Militar, donde se les atendió primero y se remitió después a uno de ellos al hospital. Los civiles implicados en la pelea se dieron a la fuga.
Hasta el lugar llegó rápidamente la policía: el comisario del distrito de Congreso, Rogelio Retes, el inspector Martínez Velasco, un agente y varias parejas de seguridad. Y a la Casa de Socorro fue el juez de guardia, para tomar declaración a los heridos y testigos. De estas se dedujo que los otros viajeros requirieron a un cabo de seguridad que pasaba por la zona que interviniera, y que de haberles hecho caso, probablemente se hubieran aminorado las consecuencias del choque. El herido hospitalizado, Ramón Valcárcel, fue interrogado en el centro sanitario.
Según el parte facultativo, el tranviario falleció, además de por el golpe en la cabeza, por dos heridas de arma blanca en el cuello, una de las cuales le seccionó la yugular. Los demás heridos también habían sufrido cuchilladas.
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La Compañía del Tranvía ordenó que al entierro de su empleado se le diera categoría de jefe de estación, y que asistieran al mismo todos los jefes libres de servicio. Y al herido, Ramón Valcárcel, se dio orden de trasladarle a una sala de pago del hospital.
Fue tal el impacto que tuvo este suceso entre los compañeros del gremio, que hubo una comisión de tranviarios que solicitó al director d ella Compañía permiso para asistir al entierro del finado. Para evitar que esto dejara suspendido el servicio de transporte durante un par de horas, se pidió al juez instructor que dispusiera las exequias a las siete de la mañana, una hora que en la época no era 'punta' sino de menor intensidad. El director de Orden público decretó el cese del cabo que no intervino, por «manifiesta negligencia», y ordenó también «la suspensión, de empleo y sueldo, por ocho días, del agente de servicio en el barrio».
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