De los tejados a los 'bajos fondos': un viaje por el Madrid más romántico
En el fin de semana del amor por excelencia, ABC propone un recorrido por los lugares de la capital que más se prestan a los idilios duraderos, sufridos o efímeros, entre la historia, el selfi y la costumbre
Un paseo entre el pasado y el futuro de la movilidad
Sigue en directo la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados hoy

Era inevitable, el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados», así empezaba Gabriel García Márquez 'El amor en los tiempos del cólera', y de amores contrariados que saben a cianuro, y de otros felices, se despliega todo ... un tapete de Madrid que en la semana del amor, San Valentín y añadidos antes y después, brilla más que otro día. Cuenta el arquitecto y urbanista Salvador Moreno Peralta que el romanticismo, en la ciudad, está «en el casco viejo, en el ramillete de calles que dan a la plaza de la Villa». Aunque lo romántico, sostiene, puede irrumpir en cualquier rincón. Piensa Moreno Peralta que los amoríos en Madrid surgen «desde un portal de Alonso Martínez a la churrería de San Ginés», donde tantas parejas han empezado cuando más oscurece o cuando arrancan en el Madrid antiguo las primeras luces del día. También enumera ciertos 'bajos fondos': los del «célebre Pub de Santa Bárbara», porque el romanticismo es memoria, idealización o mera asociación de pensamientos.
Cada quisque tiene su Madrid más relacionado con San Valentín, pero hay lugares mágicos en la capital donde la leyenda de un primer o último beso más se adecúa a las vísperas y a los días después del 14 de febrero. Se podría empezar, si no por los amores contrariados, sí por los amores castos. Como el que se profirieron Antonio Machado y Guiomar, Pilar de Valderrama («En un jardín te he soñado/alto, Guiomar sobre el río,/jardín de un tiempo cerrado/con verjas de hierro frío», escribiría el vate hispalense). Por eso hay una placa en el número 58 del paseo de Rosales, lo que antiguamente era un 'chalecito' habitado, entonces, por la propia Guiomar, un lugar de peregrinación para el poeta sevillano, que desde la Estación del Norte hasta ese domicilio subía acortando por los atochales del parque del Oeste, jadeante, sudoroso y apasionado. Todo a la vez. Fue un flechazo intelectual que el poeta sufrió, unido a sus desdichas por muertes tempranas y por la cara oculta de los romances.
Guiomar, musa ya en el ocaso del poeta, estaba casada con Rafael Martínez Romarate, que fue responsable de iluminación del teatro María Guerrero. Y en los jardines de La Moncloa se erige la fuente que los vio juntos (a Machado y a Guiomar) y que, pasado el tiempo, Pedro Sánchez le mostró a Quim Torra en aquellas 'reuniones bilaterales'.
Muy cerca de allí, Jacinto y Lola, octogenarios, pasean al sol tibio de febrero. A la pregunta del periodista responden que «no harán nada especial» por la semana del amor, aunque hay un brillo especial, casi burlón en su respuesta. Y esta será una constante que desmienten las tiendas de lencería, de bombones y de rosas en los 21 distritos de la ciudad. Se prosigue este recorrido por el paseo de Rosales hasta llegar al templo de Debod, antiguo cuartel de La Montaña. Dicen que los atardeceres allí son mágicos en la hora que en el cine llaman 'la hora bruja', cuando el sol se pone por el oeste y hay una última claridad que aprovechan las parejas. De hecho, allí 'Cuéntame' grabó uno de los reencuentros entre Carlitos Alcántara y Karina. Allí, jóvenes, se besan Manu y Ana: él más lanzado que ella, que consiente a la fotógrafa salir de espaldas. Ambos coinciden en que están en el enclave «por primera vez, por casualidad» y en estos días de amores no han planteado nada fuera de lo común, acaso, insiste Manu, «porque aún se están conociendo». Con todo, insisten en lo telúrico, en lo mágico del sitio, para seguir conociéndose, claro.
Madrid también guarda la memoria del último momento del escritor Mariano José de Larra en la calle de Bailén. De todos es sabido que 'Fígaro' se abrió los sesos, de un disparo, después de que su amante, Dolores Armijo, le reclamara sus cartas apasionadas. Era justamente la víspera de San Valentín, un 13 de febrero en el 3 de la calle de Santa Clara. Larra, desesperado, apretó el gatillo. De ahí aquel improvisado «vago clamor que rasga el viento» que lanzó en el funeral otro irredento de los romances como fue el poeta José de Zorrilla, que inició ahí su fama.

Se le dio, por vez primera, cristiana sepultura a un suicida. Hoy los restos de Larra reposan en la Sacramental de San Justo. En el busto del escritor en la calle de Bailén, parejas y solteros pasan de largo. No hay ninguna rosa, más allá de las que están plantadas en los alrededores por el ayuntamiento. Aunque muy próximos, hay dos miradores idóneos para el selfi, para la citada hora bruja: concretamente el mirador de la Catedral, y más bajo, el mirador de la Cornisa del Palacio Real. En este jirón urbano es obligado acordarse de Vicente Parra interpretando a Alfonso XII, pobre de él, en la película que en la que pena por la muerte de María de las Mercedes, su prima. Una película basada en la pieza teatral homónima firmada por Juan Ignacio Luca de Tena.
Cuenta José Luis Garci a este periódico, mientras ve el fútbol, que como lugares románticos, de primeras, le viene a la cabeza su Retiro, que «ahora, en febrero, parece un parque ruso, por dónde podría pasear perfectamente Chéjov». Y es cierto que en las frondosidades del parque las parejas se llevan escondiendo desde que hay memoria, y cuenta Juan Manuel de Prada en 'Las máscaras del héroe' que Ramón Gómez de la Serna, con un catalejo, las espiaba desde su torreón de Velázquez, 4.

El Retiro es amplio y oculto, aunque las leyendas sobre el amor también pesan y pasan desapercibidas entre el 31 y el 32 de la Gran Vía. Primeramente hay que cambiar la mirada y dirigirla hacia lo alto, hacia la efigie de la Diana Cazadora que según la mitología y la correspondencia entre estatuas madrileñas lanza sus flechas a la estatua del Ave Fénix, desde siempre en la leyenda y desde hace pocos años en las calles.
En todo caso, Diana Cazadora lanza unas flechas al Ave Fénix, que lleva secuestrado a Endimión, enviado por Zeus para prohibir los amoríos entre su hija y este pastor. Las flechas, que pueden interpretarse como las de Cupido en la nebulosa de los mitos para el paseante distraído, no llegaron al Ave Fénix y están marcadas, entre la contaminación y la indiferencia, señalando a unos grandes almacenes textiles.
El personal pisa las flechas, habla con el móvil. Pasan los y las carteristas habituales, una pareja para un taxi, pero nadie repara en unas muescas en el asfalto que tampoco resaltan mucho y más bien parecen juntas de dilatación.
Esta que se propone es una ruta muy particular para estos días. Cada cual puede establecer la suya. Las calles de Madrid son el recurso perfecto para el amor, exhibido o camuflado. Las tiendas de Gran Vía sí que exhiben, con disimulo, los regalos por San Valentín. Todo es cuestión de perspectiva, de tiempo, de suerte o de complementariedad.
Esquinas y esquinazos para el amor, 'haberlos haylos' en la capital. Ayer mismo, por ejemplo, el cementerio de San Isidro propuso una visita guiada coincidiendo con estos días. Sirva esta frase del ya mentado Gabo de aviso a navegantes: «Solo porque alguien no te ame como tú quieres, no significa que no te ame con todo su ser»
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete