Al borde del abismo y salvadas de la calle: «Aquí llegué muerta y aquí he renacido»
Circunstancias diferentes llevaron a mujeres distintas a perderlo todo; han esquivado el sinhogarismo gracias a un programa municipal donde ahora recomponen los pedacitos de su vida
Madrid
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Iniciar sesiónEstos son retales de historias de mujeres que huyen de su tierra, sufren violencia, cargan con la pérdida y pierden todo. También son relatos de superación, fuerza y sororidad, y del lugar que los hace posibles. En Madrid, a lo largo de 2022, 116 ... mujeres fueron acogidas en pensiones cuya ubicación es un secreto por pertenecer a un programa municipal que desde hace año y medio ayuda a personas muy diferentes a recomponer sus vidas. Ellas han evitado la calle y el abismo.
Las cicatrices de Maira, colombiana de 28 años, también son físicas. En Medellín, un paramilitar del monte —el nombre que recibe el territorio controlado por las milicias—, la marcó con puñaladas y tiros en la espalda por rescatar de la guerrilla a una compañera. Las dos escaparon a Madrid, donde se separaron. «Ya no tenemos relación, pero ella tiene que encontrar su camino», dice la joven, con unos grandes y nostálgicos ojos azules. Maira, que ha solicitado asilo político al Gobierno de España, está sola en la ciudad y, mientras espera a que se solucione el papeleo para recibir un recurso de Cruz Roja, es una de las beneficiarias de 'No Second Night', un modelo que el Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del ayuntamiento ha importado de Londres.
Las circunstancias que reúnen a estas mujeres en un alojamiento de paredes blancas y ventanas translúcidas son particulares. «Tienen un perfil muy heterogéneo», corroboró este martes el concejal delegado de Familias, Pepe Aniorte (Cs), que visitó una pensión al sur de Madrid. Hay jóvenes y mayores, solteras, madres y viudas, una de cada cuatro posee estudios medios (Bachillerato) y la mitad ha sufrido violencia de género. Hace un lustro, Paula, una mujer de 51 años con doble nacionalidad peruana y española, era gerente de producto en una empresa farmacéutica. Un día de febrero, su marido murió en un accidente de tráfico; el siguiente mes de abril, su hija fue ingresada por un derrame cerebral y en diciembre falleció, con 26 años. Paula y su hijo escaparon del dolor a España, donde ella ha sobrevivido a cinco años de tratamiento psquiátrico.
La violencia invisible (y doble) que arrastran las mujeres sin techo
Cris de QuirogaEn su primer año de vida, el centro municipal Beatriz Galindo, el único de su tipo en España, ha aplicado la perspectiva de género para atender casi un centenar de casos, agujeros negros donde confluyen adicciones, abusos y enfermedades mentales
En la cocina donde las chicas conversan, toman café y calientan en el microondas platos precocinados, Paula hizo gala de su formación periodística. «Llegué aquí después de que me echaran del lugar donde vivía por una fuerte depresión. Ya no podía sostenerme yo misma y acudí al Samur [Social, una derivación que se conoce como el servicio de Puerta Única de Entrada (PUE)]. Aquí llegué muerta, lo digo siempre, mi corazón seguía latiendo pero había perdido el sentido de la vida. Jamás me imaginé que existía un lugar como este, ni que hubiera personas que pensaran en nosotras como lo hace este grupo humano, que ha creado esto específicamente para personas que sufrimos, que sufrimos violencia, dolores profundos. Yo aquí he renacido», compartió.
La vida de Paula ha cambiado en los últimos tres meses; hace solo dos días pudo renegar de su trabajo, administrativa en un renombrado hotel de lujo de la capital, en el que soportaba el trato deplorable de su superior. «Sufrimos el maltrato porque somos latinas», se resignaba este martes, allí donde comparte todo con sus compañeras. La pensión cuenta con 16 habitaciones y 33 camas, un patio interior y una pequeña biblioteca. «Lo primero es que tengan un espacio tranquilo, seguro. Son mujeres que acaban de quedar muy recientemente en situaciones de extrema vulnerabilidad», explica la coordinadora del programa 'No Second Night', Susana Quiroga. Después, todo lo demás: psicóloga, búsqueda de empleo con educadoras sociales, documentación, asesoría jurídica... El objetivo es que recuperen su autonomía.
Hacia una vida autónoma
Aurora, española de 42 años, no ve a sus dos hijos pequeños desde 2015. «Lo he pasado fatal, me quitaron a mis cuatro hijos por no tener casa, el padre de mis hijas me pegaba», recuerda, «dormía con un cuchillo al lado». Una cadena de desgracias por las que terminó en un recurso de ayuda y sus hijos con los servicios sociales; a los pequeños, que viven con una familia de acogida, no podrá verlos hasta que cumplan los 18 años. Duerme en la pensión madrileña desde hace nueve meses y el pasado diciembre consiguió trabajo como jardinera de las calles de Madrid. «Estoy deseando trabajar. Aquí ha sido el mejor sitio en que he podido estar: aquí he podido salir adelante», reconoce Aurora. Es de las más dicharacheras, y saluda y charla sin vergüenza con el edil Aniorte.
El periodo de estancia (sin límite) también varía. Algunas mujeres tardan siete meses en reorganizar su situación, otras dan el siguiente paso mucho más rápido. Karen, hondureña de 24 años, lleva dos meses. Mientras se buscaba la vida en la ciudad para adquirir un terreno en su país natal, un conocido la agredió sexualmente. El caso está en manos del juez y ella se repone junto a quienes ya se han convertido en una «familia». Los datos de evaluación del recurso son el reflejo estadístico de su enorme sonrisa: la mitad de las 116 mujeres han retomado su vida autónoma en solo seis meses y el 83% «se siente más capaz de salir adelante, más acompañada y puede ver más cerca un futuro con una vida autónoma», informan desde el área. Karen lo expresa de otra forma: «Yo llegué aquí rota y ellos han ido pegando pedacitos».
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