Ruta por la 'milla de las almonedas': «Tenemos la vocación de un torero»
Instagram y el trato personal con el cliente son dos de las claves de la labor de estos vendedores
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Madrid
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Iniciar sesiónDecía Ramón Gómez de la Serna, escritor de objetos, cartógrafo del Rastro y alrededores, que «en las cajas de lápices, guardan los sueños los niños». Porque Ramón fue coleccionista de lo más absurdo o simbólico, tanto da, y hay que traerlo a estas páginas ... por ese afán suyo por el fetichismo de los objetos y por la Ribera de Curtidores, que es, según los expertos, la «milla de oro» de las almonedas. Desde un lápiz a una Virgen donde la autoría no está clara pero sí el estilo.
En un día laborable, entre tiendas de montañismo y la calma tras la DANA, las almonedas de la Ribera de Curtidores, a cuatro metros de altura del Rastro, abren al sol del membrillo con una ilusión a prueba de bombas. Abren con horario limitado porque el 'horror vacui', que no es responsabilidad del propietario, sino de la configuración de esa parte de la capital, obliga a exponer en locales mínimos. Primor en lo reducido.
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El tendero de una almoneda, que según la RAE es quien realiza «venta en pública subasta de bienes muebles, generalmente usados» es, en Madrid, hombre o mujer de lengua ilustrada y simpatía natural que la da a la cacharrerría un encanto, de conversación y de gusto. Si en el Rastro, a nada, venden lencería íntima con la prosodia calé y con altavoz, a dos pasos, las almonedas exhiben su mercancía, abarrotada pero ordenada como si por arte de birlibirloque todo estuviera protegido de la ley de la gravedad y del extranjero curioso, que se ve que no compra. Valerio es copropietario de Castillo encantado. Un romano que ejerce de romano aunque su sosias, Eduardo, sea español. Define su negocio con un leitmotiv: «Trabajamos con un exquisito criterio italiano». Él no habla de precios y, con el gesto, deja entrever la vulgaridad del vil metal y de reflejarlo en la crónica. «Aquí no tenemos depósito, lo que me gusta, lo compro. No hay más».
Abre todos los días, o casi, y define su oficio con pasión. Hay bolsos de Louis Vuitton, alguna 'Madonna' anónima del XVII, perfumes, y todo lo que es el gusto transalpino en un local que es un viaje. Hay perros de porcelana, litografías, y hasta un televisor de finales de los 70. Con su diseño, entonces, futurista. En otra estantería, una fotografía de la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía en Grecia en un marco de Loewe. Nada menos.
Porcelana de Sargadelos
Y frente, un póster de finales de los 30, de la escuela de Rafael de Penagos, donde se ponderan turísticamente, y en varios idiomas, las maravillas escultóricas de Valladolid. O un cartel informando de una exposición de Dalí en Nueva York. Valerio va a Roma en coche y barco, «con salida del puerto de Barcelona», para hacerse con las piezas que le fascinan. Las que no caben en la cabina de un avión.
Algo más estilizado que el incorrupto brazo de Santa Teresa, una mano de madera, exhibe joyas que fue Valerio a adquirir a 'La gazza ladra', local basado en la obra de Rossini. Y si algo advierte Valerio, es de que con El Rastro de los domingos hay «muy buena relación». Aunque los mercaderes del domingo van más por la estética francesa en los tenderetes.
Al lado, en el local intitulado María San José, María Ángeles González, jubilada de los grandes almacenes y con ese gusto en el trato al cliente, revela el cambio de su negocio. «Mi madre sólo vendía art déco» pero ella también presenta a cámara un mueble Luis XIV «con patas de león y unos cajones profundísimos». Cajones que tienen historia, la íntima, la que ya se ha dicho que Ramón Gómez de la Serna atribuyó a los objetos. Los precios son orientativos en este mundo, que la negociación es una forma sabía de civilización, y la civilización nació con el comercio. Hay pinturas a pluma y a acuarela de Enrique Vázquez, coruñés de Sada, «a plumilla y acuarela» con nostalgias galaicas. O porcelanas de la Real Fábrica de Sargadelos, parroquia de Cervo, provincia de Lugo.
Una lámpara de finales de los 20, con mariposas coloridas y en cristal, despide la visita. Ya en el mogollón de objetos se divisan un «bote de farmacia» que hubo de conservar «liquen islándico» y un barómetro de algún balandro. En el momento del retrato, Valerio, mitad en broma mitad en verás, le ofrece a su vecina «algo de Chanel», pues la hermandad de los profesionales de la almoneda, más allá de lo laboral, tiene una ligazón apasionada. Uno se recomienda a otro, y hay quien va de viernes a lunes y vive en Santander, o en Huesca, como Roberto Arnal.
Viven de lo suyo, sí, pero la «pasión» está por encima de la vida. Ya lo dice en el patio de Nuevas Galerías, justo enfrente de Galerías Piquer. Allí, al sol, un gato se despereza con una bola de tenis y Antonio del Rey, de Aryan, cuenta que lleva «desde el 77, más de cuatro décadas». Según propia confesión se mueve entre el XIX y el XX y da con un prototipo de cliente. Ése al que el hermano le afanó un reloj de pared familiar y, «buscando y buscando», encontró otro similar con el que curar el hueco en la pared. Ahora Antonio del Rey mueve tinajas, y con paciencia del Santo Job, ilustra que mucho norteamericano le entra por la «mera curiosidad». Y las tinajas con el 'gato' le dan un aire manchego o cordobés a esa plaza interna.
Galerías Piquer
Galerías Piquer, la de la copla de Joaquín Sabina, la del 'Beltenebros' de su paisano Muñoz Molina, también tiene su patio de compra y venta, que fue inaugurada por la artista valenciana en lo que era llamado por los más castizos como Corralón del Francés y cuyo nombre oficial era Galerías Isla de Cuba, pero ya se sabe cómo era la Piquer en cualquier negocio donde hubiera invertido. Francisco Sancho Gómez, con su empresa, 'Tiempos pasados', revela aún más su historia. Cuando salía del colegio y el negocio familiar le fue metiendo el «hormigueo».
Da Francisco Sancho otra clave que es fundamental en este recorrido de doscientos metros –poco más, poco menos– y miles de historias, de manos y vidas. Cuelga el móvil y se gusta con una frase que le sale del alma: «Hay que tener vocación en las almonedas como el torero para salir a la plaza». Bajó de la plaza del General Vara del Rey por el precio de los alquileres. Sabe, y lo afirma, que la Ribera de Curtidores es la «milla de oro». Aunque el papeleo, muchas veces, enturbia un oficio que mezcla el Arte, el regate, la bonhomía y la tradición.
Se mueven por Instagram, y, ya fuera de cualquier sindicación, cifran en más de 170 los establecimientos de su cuerda. Datos antiguos. El número más certero lo aporta el ayuntamiento, que en el último festival Antik Passion Almoneda Edición Primavera cuantificó en 100 anticuarios y almonedas en la capital. Vuelven a insistir que su labor les da para vivir, ninguno pierde la sonrisa, y piden a las autoridades que los mimen más.
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