BAJO CIELO
EL RETIRO, UN GRAN PARQUE QUE SE LE HA QUEDADO PEQUEÑO A MADRID
Pueden llevarte por delante multitud de imprevistos: un grupo de corredores de West Point, tres irlandesas de quince que han alquilado dos patinetes eléctricos o un ciclista en vaqueros
La Malasaña del Pigüi
Una escena habitual en el parque de El Retiro
Le pasa a Madrid que el Retiro se le ha quedado pequeño. La Puerta de Alcalá está como tuerta, muy blanquita ella recién restaurada pero no le da la gana de mirar detrás y ver la marabunta de personas que cruzan por ese acceso ... a los jardines del Buen Retiro. Un día de estos que no nos extrañe si una señora muere atropellada mientras se hacía un selfie con la puerta, las flores, los cláxones y el patinete de turno cruzando Alcalá. Se colocan los testigos de Jehová fingiendo que saben algo que tú no sabes, pero siempre llevan esa pinta de comerciales de seguros de antenas de televisión que no terminan de convencer al personal. Dos enormes peluches atormentan a los niños y a sus padres para que se hagan una foto o algo. Dos «hermanos», como se dicen, se van turnando dentro de cada oso gigante; cuatro mates que mantienen esa pequeña empresa familiar del dinero en efectivo.
Dentro, el primer peligro del parque es que pueden llevarte por delante multitud de imprevistos: un grupo de corredores de West Point, tres irlandesas de quince que han alquilado dos patinetes eléctricos, un ciclista en vaqueros, unos coches bajos con ruedas de todocamino que conducen chicos de apenas siete años…; en fin, que ya pueden cruzar rápido el primer anillo perimetral si quieren salir del Retiro de una pieza.
Pasando la primera fuente, la recta asfaltada deja a la izquierda el estanque y sus barquitas. Siempre hay unos que mojan con los remos a otra barca de chicas, un par de piragüistas entrenando para los Juegos Olímpicos y una banda sonora de tambores, djembes y esa infernal sinfonía de pre batalla que viene del monumento de Alfonso XII. Por allí un par de secretas registran chinas y grinders entre el distinguido público asentado. Hacia el paseo de Coches, me pierdo cuando llevo una cuenta de más de cien jubilados en mallas recibiendo una clase colectiva de alguna variedad de fitness que imparte un cachas con micrófono de estrella.
El Florida Park revive en raciones de croquetas y copas dentro y fuera, es un reclamo para los que vienen a la capital el viernes, musical, cenita, partido en el Bernabéu y al Florida que está de moda. Andando por el lado izquierdo del parque, lo que fue el zoo es territorio de vecinos que pasean a sus perros. Es la puerta más próxima a la calle de O´donnell, Allí, entre bolsitas con escrementos cánidos y corredores que aprovechan la hora de comer del tajo para hacerse cuatro vueltas, me dirijo al sur, hacia donde huye Nacho Vegas siempre que le pasa. Hay un teatro de guiñoles, dos puestos de venta de helados y las terrazas con sillas verdes y cañas a 4.50, que para eso estamos en el parque.
Hacia la Rosaleda la vista se despeja, debe ser cosa del Ángel Caído, que lo mismo recibe la visita de Mick Jagger que se topa con el gimnasio de patio de cárcel que se ha colado enfrente. La zona de Rafa Chirbes ya no es lugar de encuentros y voyeurs. Los niños del barrio de Niño Jesús celebran cumpleaños en los jardines mientras unos cuántos personajes siniestros ceban de comida a la colonia de gatos que se ha hecho fuerte hacia Mariano de Cavia.
Para ver esta página correctamente ve a la versión web
ContinuarVuelvo entonces hacia el norte, no pienso irme del parque sin darle un beso al bronce de Antonio Mingote, con quien desayunaba ensaimadas colándome en su cuarto los veranos felices, mientras me pintaba sobre la camiseta blanca un retrato en pantalón corto regalándole flores a la hija del dueño del hotel.
Ya puedo irme hacia la Cuesta del Moyano, (pasando al lado del enorme tejo), que hay dos libreros que están recopilándome todo lo de Camba y Ruano, por ser vecinos de la Casa. Antes de llegar, un grupo de chicos y chicas con muletas y capotes replican las palabras del maestro Jesús Montes. Y así llegamos a la primavera. Abandono el parque hacia la Cuesta y Don Pío Baroja, desde arriba, se despide muy seco.