La restauración quirúrgica del Oratorio de la Casa de la Villa de Madrid
Los trabajos multidisciplinares iniciados el pasado mayo se extenderán durante nueve meses, y el objetivo es devolver el brillo original a los frescos del pintor Antonio Palomino
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Madrid
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Iniciar sesiónEl barroco en Madrid se adentra en las fuentes, se santigua entre angelotes en los conventos, forma parte de la ciudad, y la ciudad, poco a poco, lo va redescubriendo en el esfuerzo de encontrarse a sí misma. Una ruta barroca por ... Madrid es continua, larga, porque ese estilo que llamaron como la «profundidad hacia afuera» es uno de los patrimonios de la capital. El madrileño sabe encontrar sus huellas más visibles, pero hay otras que se esconden en los palacetes civiles. En sitios que no se abren a la luz del sol.
En una de las plazas de más ringorrango de la capital, en la de la Villa, la que fue durante muchos años casa del consistorio madrileño, se conserva un tesoro que devendrá en reclamo de los amantes del arte y del patrimonio cuando finalicen las cuidadas obras de conservación. Se trata del Oratorio, obra del pintor cordobés Antonio Palomino, un relicario, una joya, que ha visto pasar las vicisitudes de la sede del concejo.
De entrada, el Oratorio es un museo de unos cien metros cuadrados repleto de frescos, trampantojos, retratos de Felipe III, Felipe IV y Carlos II aparte de motivos que hacen mención a la propia ciudad y su tradición 'isidril', pues en este espacio, cuentan, se cobijaron las reliquias de santa María de la Cabeza. Ese fue el trabajo de Antonio Palomino cuando se atravesaba el año del Señor de 1696; el de crear una maravilla sublimando la técnica del fresco para deleite y culto de munícipes y adláteres. Y es aquí, en un lugar tan transitado de vicisitudes, donde la historia se custodia en una cápsula a la que se trata de sacar el brillo original.
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Ese es el marco en el que se trabaja, al detalle y sin descanso, para que esta obra magna de Palomino (Bujalance, 1655 - Madrid, 1726) retome el proyecto decorativo primigenio. Pero sin prisas, en una labor de restauración en la que cada milímetro debe ser tratado con mimo para encontrar cuál fue la transposición al fresco del genio creador del artista. Qué matiz quiso destacar. El cuidado del detalle es tal que ya en 2022 el Ayuntamiento de Madrid, tal y como contó este periódico, encargó a la empresa Tecnitop el análisis a través de fotogrametría y el uso del láser escáner el primer bosquejo de cómo se encontraba el lugar. Tecnología al detalle idéntica a la usada en la conservación del arte rupestre y herramientas 3D. El objetivo era y es el mínimo estropicio y la fidelidad. Para eso, ya el ayuntamiento desembolsó 14.507 euros.
No es baladí ese culto al detalle de los profesionales. Hoy, el espacio, con un andamio de tres alturas, semeja una mina, entre la que se dejan ver los llamados Austrias menores entre hierros. Por allí, casi haciendo contorsionismos, los técnicos prosiguen con los estudios previos por parte de los talleres Granda, un nombre asociado a la Semana Santa de toda la geografía hispana. Trabajos que en palabras de la responsable del proyecto de restauración de la citada firma Granda, Francisca Soto Morales, tratan de valorar lo que en esencia son «unas pinturas que han sido intervenidas en varias ocasiones» que cuentan, además, con el problema del «paso del tiempo».
No obstante, el estado de conservación es todo lo óptimo que puede esperarse. Se trata de una zona de la Casa de la Villa que no pocos alcaldes han utilizado de despacho. Aunque frente al daño pictórico, salen a refulgir las buenas dotes de las ciencias de la restauración.
Sobre una mesa con fotografías, pinceles mínimos y hasta jeringuillas hipodérmicas, se va acumulando el trabajo multidisciplinar. Aún se está, insiste Soto, en el análisis previo que calibre los materiales e identifique los barnices protectores que se usaron, cada cual según su tiempo y su circunstancia. En puridad, el esfuerzo es el de entender qué técnica o que técnicas empleó Palomino, discípulo de Luca Giordano y de Claudio Coello, y un lúcido tratadista sobre la pintura de su tiempo. Soto Morales incide en el uso de la luz ultravioleta (que también tiene sus riesgos) y la llamada luz rasante, que es la que permite ver las texturas, concepto que reiteran con denuedo los especialistas. En el fondo, es un esfuerzo que tiene algo de forense, pero de un forense continuo donde se trabaja con el método del máximo ensayo y del mínimo error.
Todo ello ha permitido identificar, por ejemplo, una moldura «completamente repintada lisa» que ha venido opacando sus trazas «originales y marmóreas». Según Gema Sanz Calvo, jefa de unidad de Intervención de Monumentos del Ayuntamiento de Madrid, se responde a los criterios del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) sobre los que ha trabajado la Dirección General de Patrimonio Cultural del Área de Cultura y Deporte del consistorio. Criterios marcados en el conocido como Proyecto Coremans, surgido en 2012 desde el propio IPCE, que busca la mayor actualización en las técnicas de conservación.
En unos trabajos tan complejos, la coordinación es fundamental. También el currículum. Como el que atesora Patrocinio Jimeno Victori, directora de restauración, que se ha desempeñado en Italia y que, entre otros hitos, ha colaborado en las labores de conservación del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Para ella resulta «impresionante» que Madrid cuente con «semejante muestra de pintura barroca».
En este punto coincide con la delegada de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, que en una visita este lunes a las instalaciones ponderó «los extraordinarios esfuerzos del consistorio para salvaguardar la inmensa riqueza patrimonial de los madrileños, a veces poco conocida por los ciudadanos». De hecho, la edil anunció una jornada de «puertas abiertas».
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A estas obras, las que buscan el antiguo fulgor de Antonio Palomino en un lugar tan céntrico de la capital, el ayuntamiento aportará 209.986,38 euros y, empezadas el pasado mayo, tendrán una duración de nueve meses.
Cuando se cierran las puertas del Oratorio y de la joya de Antonio Palomino, las restauradoras bromean con que usan, en el espíritu de ser lo menos invasivas posible en su labor, un despliegue de herramientas y de medios propios de la medicina, de la odontología. «Todo sirve».
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