Resistir 30 años junto a dos macroburdeles en el corazón de Madrid: «Las mafias controlan el barrio»
Los dueños de un edificio en el que se explota a mujeres contratan a Desokupa para que no deje pasar a clientes
Los vecinos de Delicias denuncian robos, peleas y el ir y venir de hombres todos los días durante las 24 horas
La Policía bloquea el macroburdel vertical del paseo de las Delicias
Madrid
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Iniciar sesiónPortando una pequeña bolsa de la compra en la mano derecha y cargando un bastón con la izquierda, José (nombre ficticio) apura el paso por la acera de los números impares del paseo de Delicias, en el distrito de Arganzuela. Todo lo rápido que puede, ... mete las llaves en el portal y se introduce en el rellano, evitando mirar atrás. «Intentas acostumbrarte a vivir con esto al lado, pero no es fácil. A ellos no les puedes echar, y yo no puedo mudarme, llevo toda la vida en el barrio y me niego a irme», dice, resignado, este sexagenario. José, que por miedo no quiere dar su nombre real, habla de sus vecinos del edificio contiguo, un inmueble convertido en su totalidad en un macroburdel de cuatro plantas desde hace casi tres décadas. Es 'la Babilonia del sexo', el sobrenombre con el que se conoce al número 127 del paseo de las Delicias.
No hacen falta más de quince minutos para poder percatarse del trasiego de hombres en el bloque. En ese tiempo se cuenta hasta media docena de asiduos a este edificio en el que se explota sexualmente a casi dos docenas de mujeres. Ellas niegan ser víctimas, pero un cartel en la puerta –abierta y vigilada desde la mesa de una terraza cercana– anuncia hasta su horario. «Se cierra a las 22 horas», puede leerse en letras rojas desde la calle.
«Hay ruidos, peleas y robos. Hace un par de días un señor no paraba de gritar que le habían robado el móvil«, continúa el morador. »Hubo una pelea por eso en el bar. Estaban todos borrachos«, añade. Es su día a día conviviendo con un burdel controlado por, según han contado los residentes y comerciantes de esta calle –entre los barrios de Delicias y Chopera–, hasta cinco hombres, que »se sientan como clientes en las terrazas para no perder detalle«.
«Desde ahí vigilan quién pasa, quién entra y quién sale, y si las chicas necesitan algo. El viernes es el día de mayor afluencia, sobre todo por la tarde. El ir y venir es constante, yo intento no fijarme en todo el trasiego porque ellos están pendientes de todo», afirma, por su parte, Ricardo, residente en otra de las edificaciones, refiriéndose a los comensales de la terraza, los presuntos proxenetas. «Es una mafia, tienen controlado todo el barrio. No se les escapa nada de lo que pasa, pagarán para que los avisen de todo«, continúa el morador, mientras el grupo de hombres no aparta la mirada, como si fuera una advertencia para que deje de hablar. Lo consiguen.
Tal fue el éxito de 'la Babilonia del sexo' que hace poco más de una década abrieron otro prostíbulo. En este caso, en el número 133, que ese sí funcionaba las 24 horas todos los días de la semana. Hasta el martes. La empresa Desokupa se hizo con el inmueble, contratada por el propietario, para intentar desalojarlo. De seis mujeres que ejercían la prostitución, solo queda una, además de la inquilina de todo el edificio, que lo arrendó prometiendo convertirlo en pisos turísticos. Hace once meses dejó de pagar el alquiler al dueño, acumulando una deuda –según ha explicado el director de la empresa antiokupaciones, Daniel Esteve, que roza los 100.000 euros.
En 2019, ya acudieron a este enclave con el mismo propósito, tras más de una década de actividad clandestina y explotación sexual en el edificio, pero, después de cambiar de manos, volvió a ejercerse la prostitución. Según ha podido saber ABC, los propietarios se lo arrendaron a una mujer de nacionalidad china que tiene un bazar en el barrio y que prometió convertirlo en pisos turísticos, pero lejos de cumplir con su palabra, le ha subarrendado todas las viviendas –excepto en la que vive ella– a las mujeres prostituidas.
Hasta 2.000 euros
Cada una han estado pagándole hasta 2.000 euros al mes, un dinero que la inquilina –según las explicaciones ofrecidas por Desokupa– no ha ingresado a los propietarios en los últimos once meses, motivo por el que ellos los han contratado.
Tras cambiar la cerradura del portal, han impedido el paso a «decenas de clientes», sobre todo, el jueves por la noche, ya que durante las 24 horas hay dos vigilantes en el interior. «Solo queda la supuesta inquilina y otra mujer que, en teoría, tiene contrato de alquiler en vigor. Pero lo están revisando«, cuenta uno de los vigilantes. A las demás ya las han echado, aunque no hay fecha concreta para que ejecuten el desalojo definitivo y el propietario pueda recuperar el edificio. Después de más de una décadas de explotación sexual, parece que el final de la primera parada de 'la Babilonia del sexo' está más cerca.
Más complicado está que la actividad finalice en el vecino número 127, puesto que en ese sí que pagan el arriendo a los dueños. Los vecinos cruzan los dedos para que «en algún momento, ojalá pronto» este también se dé por cerrado. Francisco, conserje de un inmueble de la misma vía, decidió vender hace años un piso que tenía en propiedad. «Hasta dos ventas se me frustraron, cuando los que querían comprarlo vieron que no paraban de entrar y salir hombres se echaron para atrás», explica, comprendiendo la decisión: «¿Quién va a querer invertir teniendo dos prostíbulos enfrente?».
Él es, tal vez, de las personas que más conocen cómo se ha transformado el paseo de las Delicias. Nació allí, donde ahora trabaja. «Desde la plaza de Legazpi hasta la de la Beata María Ana de Jesús todo ha cambiado a peor, se ha degradado«. Es justo la parte de la calle en la que se asientan los burdeles. »La Policía viene cada poco tiempo, pero no pueden hacer nada, no es ilegal la prostitución. Ellas dicen que están con el novio y hala... Pero todos sabemos que la realidad es otra«, añade el también morador.
«El viernes es el peor día, y ya si hay un festivo ni te cuento. Por la tarde-noche se llena toda esta zona de borrachos que entran en estos edificios, pero es mejor no decirles nada porque te puedes llevar un mal golpe», dice Francisco y confirma lo que ya han contado sus vecinos. «Desde dos bares que hay lo controlan todo. Se llaman entre ellos siempre que ven algo que no les gusta. Y si viene la Policía, mucho más, se quedan en la otra acera para que no los pillen», asegura.
Al frente de todo esto, un hombre conocido como el Bigotitos. «Ese es todo y no es nada. Debe ser la mano derecha del proxeneta. Es vecino de esta calle también, todos sabemos dónde vive. Si las mujeres necesitan algo, es él el que se lo lleva: comida, bebida, lo que sea...», agrega. Efectivamente, el Bigotitos, apoyado a un lado del portal, no pierde detalle de lo que pasa.
Según cuentan los residentes, «cuando ven que alguien puede tener dinero, lo señalan para que otros lo roben». «Gritan que les han quitado las carteras, relojes... Lo que sea. Y cuando algún hombre se niega entrar, a veces les dicen que pasen, que qué bien se lo va a pasar», aseveran, entre gestos de asco. «No debería permitirse algo así, es degradante», zanjan la conversación.
«No nos obligan»
Mientras el debate con los vecinos tiene lugar, una de las mujeres decide acercarse a dar su versión. «Aquí nadie nos obliga a hacer nada. Yo tengo tres hijos pequeños y decido ganarme la vida con mi cuerpo», subraya esta colombiana, que llegó a España en 1990 y que dice que lleva cinco años «trabajando» en el 127. «Llevamos cuatro días sin ganar dinero por lo que ha pasado en el 133, pero el problema está en ese, no en el nuestro. A nosotras no nos obligan«, manifiesta, antes de introducirse en el edificio.
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Hace cinco años, la Policía intervino en los dos bloques y detuvo a catorce personas, entre ellos los cabecillas que «reclutaban, controlaban y obligaban» a las mujeres a mantener relaciones sexuales, a las que vigilaban con cámaras. Poco tiempo después, la explotación y los puteros volvieron a la zona, tal y como ocurre desde hace aproximadamente 30 años de manera interrumpida. En Delicias y Chopera no saben cuál es la solución a un «problema enquistado», pero «rezan» para que pronto se ponga fin a la explotación sexual que sufren al otro lado de las paredes.
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