El otro Rastro
BAJO CIELO
El barrio de las Injurias renace cada noche de sábado, escondiéndose de la Policía para sacarle euros al trapicheo, monetizando el crimen del tirón y «del dame lo que llevas»
La película «maldita» rodada en la Guerra Civil y perdida en El Rastro durante más de 60 años

Uno de los escritores que mejor conoce el Rastro de Madrid es Andrés Trapiello, al que acude cada semana, a las siete y media de la mañana, desde hace más de cuarenta años. Prueba de ello es el magnífico libro, 'El Rastro. Historia, teoría ... y práctica' (Destino, 2018) donde desentraña mil y una anécdotas del gran mercado de vidas que se levanta cada domingo en torno a la Ribera de Curtidores, entre los barrios de La Latina y el de Embajadores.
Dice Andrés Trapiello que «allí sólo se va buscando lo que hemos perdido o nos han robado, normalmente en la infancia», y no le falta ni un pelo de razón. Sobre todo, por el otro Rastro, uno más canalla y perverso que, bajo la sombra del hampa de Madrid, tiene su horario de madrugada, mientras la ciudad todavía duerme.
A las cinco de la mañana comienza en la zona un ajetreo de pasos y sombras bajo las luces de las farolas. Apenas se escuchan ruidos, los vecinos de la zona han denunciado en varias ocasiones el menudeo de este Rastro paralelo que, es este que oferta artículos robados y de dudosa procedencia. Las miradas han de ser discretas, se observa de reojo más que de frente y, en cualquier momento, los vendedores se esfuman dibujando una escena esperpéntica que asusta a cualquiera que esté tomando la penúltima por alguno de los garitos que, a esa hora, van echando el cierre entre La Latina y Lavapiés. Es un mercado ambulante y salvaje, furtivo, y que tiene sus propias reglas, tanto para los que venden como para quienes compran. No es lugar para ropavejeros ni para los que trafican con la vida de otros al salir el sol.
Durante esas dos horas se ofrecen relojes, teléfonos, cadenas de oro de alguna Primera Comunión, ropa, carteras, ordenadores portátiles, tabletas y demás tecnología con la función desactivada de «encontrar mi aparato». Es el bazar que prohíbe el regateo, se recomienda no enfadarse con el vendedor, sólo admite efectivo y no acepta devoluciones. Su comercio abre en la calle del Oso, en Mesón de Paredes o la calle de los Abades, pero siempre está cambiando dependiendo del ruido y la furia que atesore la noche madrileña.
No les gusta llamar la atención ni tampoco las visitas ajenas. Casi todos se conocen. Su negocio es un recodo de malicia que se mueve entre el descaro y el delito, un baluarte que tiene por murallas las miradas amenazadoras de los quinquis de este tiempo nuevo.
El barrio de las Injurias renace cada noche de sábado, escondiéndose de la Policía para sacarle euros al trapicheo, monetizando el crimen del tirón y del «dame lo que llevas». Madrid siempre ha padecido de insomnio, es casi una manía que ha conseguido que esta parte de la ciudad nunca duerma.
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